lunes, 21 de diciembre de 2009

... Y cada día vuelve a amanecer

Me gusta el amanecer. Es dura la partida cada mañana, en medio de la noche. Pero cada día nos espera una sorpresa escondida al final del asfalto. Y así, al bajar desde Torrelodones por esa larga alfombra gris encendida de rojo y blanco, los ojos se preparan para empaparse bien de cada exquisita sensación.

Ayer, la ciudad languidecía bajo una sábana indefinida, que atravesaban las cuatro torres como cuatro afiladas agujas que pinchaban el cielo derramando su sangre magenta. Un brillo sobrecogedor se extendía hacia los lados y hacia arriba, en una explosión de color que hubiera enmudecido al mismo Goethe. Las tinieblas son derrotadas una vez más. Profundos suspiros expresan el alivio ante el nuevo resurgir de la luz. Aguerridos púrpura y rosa ilustran la batalla, tiñendo nuestras expectativas de una resplandeciente esperanza. La sensación permanece muy hondo, creo que para siempre.

Hoy, tras el letargo de la espera, me sacude el asombro al contemplar de nuevo el cielo. Muy lejos queda el arrebatado carmesí que nos sobrecogía ayer. Hoy, la ciudad se resiste a despertar, apenas se asoma a través de la mullida colcha de apretadas nubes que velan su sueño. Mi alma se siente arropada, todo mi ser despierta, y aquel somnoliento pensar se imbuye de una serena claridad, tan añorada.

Gracias, Maya, por tirar del hilo de oro cuando empiezo a perderme en el laberinto. Me ayudas a recordar que la vida es maravillosa.

Despierta, tiemblo al mirarte;
dormida, me atrevo a verte;
por eso, alma de mi alma,
yo velo mientras tú duermes.
G.A. Bécquer

jueves, 15 de enero de 2009

Sorane en el reino de las crisálidas (IV)

El calor le producía sueño, y aún dormida, siguió buscando adónde dirigirse, pues otros sentidos trabajaban en ello, y muchos seres invisibles la acompañaban. La montaña verde fue quedando atrás, y con ella el dulce calor que la arropaba. Sus pies tocaron el suelo otra vez, y sus ojos miraron hacia el exterior. Creyó encontrarse en su hogar, un escalofrío recorrió su cuerpo de arriba abajo. Ante ella se extendía majestuoso un inmenso mar completamente negro, ni siquiera la luna colgada del cielo se reflejaba mínimamente en su superficie. Parecía arriesgado tratar de pasar por allí ¿y si desaparecía bajo esas oscuras aguas sin dejar rastro? No, no podía ser. El mar nunca la haría daño, ella venía de allí y sabría como salir airosa de esta aventura. Se dirigió hacia la orilla con paso firme, y cuando quiso introducir un pie en el agua, algo se lo impidió. La superficie era dura y fría, como una pista de hielo negro. Sin dudarlo, se tumbó boca arriba, las manos pegadas al cuerpo, los pies juntos, y sintió un impulso que la empujó hacia delante a gran velocidad. Así atravesó las cientos de millas que la separaban del otro lado. Una vez en tierra firme, quiso tocar de nuevo ese extraño océano, como para retenerlo en su memoria, pero entonces su mano se hundió en el líquido elemento, y tocó la arena del fondo, y recogió una caracola que guardó en su bolsa de tesoros.

Sus hermanas lloraron la partida, no podían entender que extraña fuerza empujaba a Sorane a abandonar aquel mundo de riquezas sin fin, de armonía y felicidad. Eudora le entregó un espejo de Venus con un precioso mango de nácar en el que un tritón había tallado una espiral cargada de rosas. Así no olvidaría quien era.


En sólo 6 días habría de llegar a su destino, o jamás se podría romper la maldición. La madrugada del cuarto día se despertó envuelta en la melodía más bonita del mundo. Embriagada por ese sonido maravilloso...