miércoles, 15 de diciembre de 2010

La soledad es índigo


Como el amanecer en invierno.
Con un fondo rosado que amortigua el despertar húmedo de la vida, que ilumina el camino con una pincelada cálida sobre el alma encogida.

La soledad es índigo.
Como el olmo viejo que observa la mañana desvanecerse en el horizonte, telón de fondo de una promesa fría.
Como la roca que sujeta desde el llano las enormes montañas nevadas.

El invierno es índigo, y profundo, como un recuerdo clavado en el aire, como el rugido apagado de aquel volcán que enmudeció con el tiempo.

Hay un dolor índigo que acaricia el silencio, que duerme en las sombras.

Hay una noche índigo en cuyo vientre germina la semilla de oro
prendida en el cielo como estrella.

domingo, 17 de octubre de 2010

Tu piel azul

Tu piel azul no alimenta mi fuego El brillo de mis ojos araña tu silencio
Mi alma, sedienta de nubes, languidece en tu ciénaga
Mis ansias de ir más lejos se apagan en tu celda
Y tu llanto me desconsuela
El fénix se prepara para alzar el vuelo, donde no cabe la pena
La dulce sirena de piel de terciopelo se ahogó en el último sueño,
Y despertó con los mismos largos cabellos, amarrados al tiempo,
Los labios más rojos y los ojos más densos
Te escucha, pero no se pierde en tu lamento
No intentes borrarla, te has de quemar primero
Si bailas con ella al ritmo del viento,
se marchitará el miedo que dibujan tus huellas
Esa mirada al fondo de tu rostro,
Me llama como aquel bosque oscuro de un viejo cuento
Baba Yaga me tiende la mano,
Con la otra sujeto el cielo
Y mis pasos caminan férreos,
Y mis lágrimas harán florecer nuevas quimeras,
Y mis manos ya no querrán retener el mar
He de atravesarte y salir ilesa
Tus ojos de otoño no me ven,
Sólo a tu sombra
Tu abrazo acaricia la nada,
Mientras yo espero
Y sonrío al destino,
Y vuelvo a lanzar los dados,
El juego continúa

lunes, 27 de septiembre de 2010

De todo el mundo

Maravilla Bunbury. Más que un genio, tocado por los dioses.
Hacia donde haya que ir, pero con paso firme, en el desierto, bajo el sol...




Que no interrumpan lo cotidiano mis pensamientos
Que no me dejen sin mi sustento en vano
Que no me atrape lo mundano si prefiero no estar quieto
Que no me pongan en un aprieto por algo que no está en mi mano
Que no me consuman si como un sumo soy un regalo
Que no le cause a nadie espanto si yo mismo me acuso
Soy vagabundo, siempre de paso, de aquí y de allá, de todo el mundo.
No tengo dueño, no soy tu esclavo, un poco tuyo y de todo el mundo.
Que no interrumpan lo cotidiano mis pensamientos...

jueves, 23 de septiembre de 2010

Lisboa de mi corazón

Lisboa de mi corazón ¿Qué auguran las moradas nubes que bailan sobre el puerto?
El acordeón me trae recuerdos de otras épocas y lugares,
El mosaico del suelo llama a los ojos hambrientos.
Cuánta alma en las paredes de colores desgastados que, impúdicas, exhiben las sábanas robadas a Morfeo.
Miradas profundas se confunden entre generosas sonrisas que se despliegan tímidas, como conchas de nácar que surgen entre la arena.
Los tranvías corren por tus venas al compás de tu latido, mientras resuena un fado en aquel local perdido de la vieja Alfama.
Desde mi terraza de gaviota floto sobre los tejados posándome en cada rincón como ave fugitiva, adivinando el próximo movimiento que ya bulle tras el manto de estrellas que arropa la noche lisboeta.

martes, 21 de septiembre de 2010

30 días para la crisálida

Nala tardó un mes en superar la dependencia física hacia él. 30 días que había contado uno a uno, latiendo con fuerza tras el manto de nieve y ausencia que la envolvía. 30 días amordazando sus ganas de correr a buscarle. 30 días de encontrar su mirada cada vez que cerraba los ojos, falso mar que le impedía conciliar el sueño. 30 cartas que nunca le enviaría. 30 días... Nala había conseguido mantener una sonrisa en su rostro abatido, haciendo equilibrios sobre el hilo por el que discurría su vida. De tanto bailar en el filo de la navaja, había aprendido a no caer ni hacia un lado ni hacia el otro. David Darling interpretaba la banda sonora de este momento, arrancando lamentos de un cello profundo como el destino. Gemidos de una belleza desgarradora en la que veía reflejada la melancolía que la embargaba. Las estelas blancas del piano de Ketil Bjornstad recorrían su piel como afiladas uñas, recordándole el velo que la separaba del amado instrumento. Hace ya un mes que sus manos quedaron petrificadas por el frío.

Y sólo ahora, tras este mes de lucha por no sucumbir a las olas negras del olvido, se daba cuenta de que haría falta mucho, mucho tiempo para despegarle de su alma. Estaba aferrada a ella como las noches de verano a los cantos de los grillos noctámbulos, como las raíces de los viejos robles al murmullo del agua, como las estrellas temblorosas a los ojos soñadores. Los sueños rotos cortaban su garganta, se clavaban en su mirada, que sangraba lluvia de sal sobre ríos de recuerdos perdidos. El podría irse lejos, muy lejos de su lado, pero no le arrebataría el amor. El amor era suyo, era un preciado tesoro que permanecería allí, ajeno a él. Y seguiría creciendo dentro de su cajita de plata incrustada de rubíes, seguiría creciendo mientras el corazón latiera, mientras el sol despertase cada mañana, mientras quedara una sola semilla de color prendida en la oscuridad.

Cuando él le entregó la carta, aquel fatídico 31 de diciembre, ella comprendió que nunca la había amado. No podía. Llevaba tanto tiempo perdido entre las murallas que construyó su ego, que se olvidó de mirar al horizonte tras el que se ocultan los sueños. Paralizado mucho tiempo atrás, encadenado por el miedo a la ausencia, decidió dejar de vivir, aunque nunca lo supo, pues su conciencia la acallaban los embriagadores cantos de esas falsas sirenas. Su yo estaba retenido en alguna parte, los días de vino y rosas lo mantenían dormido a la espera de tiempos mejores donde construir realidades, tiempos que nunca llegarían.

Aquella daga de la novela de Philip Pullman cortaba el aire abriendo ventanas a otros mundos, como el amor consiguió conectar aquellas dos almas situadas en existencias tan distintas como irreconciliables. En una tensión desgarradora mantuvieron un abrazo imposible que devoraba las ganas de crecer. Aquel "No me interesa tu vida, no quiero formar parte de ella" se clavó para siempre en la memoria de Nala con puñales de furia. Furia de Nael hacia sí mismo, que la niebla que velaba su entendimiento herido mil años atrás, le impedía comprender. Y le empujaba a destruir la belleza que le mataba, pues sentía no poseerla, y en esa tiránica lucha prefería dispararle a ella esa bala grabada de frustración, tratando de borrar todo lo que no se atrevió a ser.

30 días y 30 noches que arrancaron de aquel 31 de diciembre cuyo descanso iluminara la poderosa diosa de la luna, enmarcada por la magia de un eclipse cuyos efectos Nala conocía bien. Una ocasión única para enfrentarse al destino, donde la línea del tiempo se rompe y el pasado es uno con el presente y el futuro. Donde lo que se decida entonces será para siempre. Donde tras morir de nuevo, cual crisálida envuelta en la seda de la esperanza, Nala renovaría sus fuerzas para resurgir frente al mundo llena de una luz transformada que ningún ser oscuro se atrevería a apagar.

jueves, 26 de agosto de 2010

Cuando el sol se bañó en el mar

Dios pintó el mar cobalto, bermellón y dorado para regalarles la despedida más hermosa. Juntos, fundidos en un abrazo invisible, sus voces se elevan al cielo en un solo canto. Los niños más felices regresan del olvido, grabando sobre la arena una nueva memoria que ha de permanecer ajena al tiempo.
Un disco rojo, como un corazón gigante que sigue el ritmo de sus latidos, tiembla sobre el horizonte azul, derramando lágrimas de oro que se posan en su piel mientras desaparece para dejar paso a la noche. Noche incierta que invita a un nuevo sueño, que promete arroparlos con su aliento y mantener viva esa llama que se encendiera días atrás. Para no apagarse nunca.

Sorane los sentía a todos, y a cada uno vibrar dentro de sí. Los percibía en su esencia más profunda, sin dejar de ser ella. entrañables momentos, salpicados de un Ribeiro que desataba aún más sonrisas y confidencias. El tiempo pasaba en una noche para ellos eterna. Los ojos de Angie repartían la sabiduría de siglos, que un día se enredó en sus cabellos trenzados, entre hilos de plata y ébano. Sara era la sonrisa, la bondad más cálida, la amistad entrañable en la que refugiarse cuando la soledad embiste. Ella sabe, más de lo que imagina,  y pizpireta, danza a la luna con alegría y confianza.

Su querida Andrea se aferraba con fuerza a la tierra al compás de Chavela. De su brazo y del de Mário, Sorane se dejó mecer entre cantos y risas, caminando con paso firme sobre la orilla que les conducía hacia delante, hacia un mañana de más luz. Pero mientras tanto, disfrutaban del camino.
Suzane, Amália, Flávia... estrellas lusas que prendieron en su alma como alfileres de luz. El fado que resuena allá al fondo, cuando cerraba los ojos, cuando recuperaba el silencio... ahora tenía nombre.
Habían vivido un nuevo nivel de conciencia, todos lo habían experimentado. Habría un antes y un después de aquella puesta de sol, de aquel encuentro junto al mar de Galicia. Un trozo de sus corazones permanecería allí, bajo la arena, donde el Sol y la Luna lo mecerán cada día.
Y allí, frente a la inmensidad del Atlántico, sentada sobre el manto dorado que se extiende a sus pies al caer el Sol, hay un momento, un instante precioso en que cesa el rumor de las olas, y el viento acalla su murmullo. Y como una caricia, aquel canto se posa de nuevo en su alma...

miércoles, 25 de agosto de 2010

El mar y tú

Una preciosidad...
O mare e tu - Dulce Pontes e Andrea Bocelli - Subtitulado opcional en español

martes, 24 de agosto de 2010

El sueño de una noche de verano (II)

Quedan mil años para que salga el Sol. Tras el concierto, Sara y Mar recorren la noche como funámbulas sobre un hilo de papel. Carlos, barquero del lado oscuro, noctámbulo maestro, las conduce sobre ríos de alcohol a lugares inciertos. Sara no se dejará llevar, sabe hacia dónde quiere ir y hacia dónde no. Pero Mar se confunde y se deja arrastrar, la conciencia amordazada... El tiempo transcurre despacio para Sara, que se sienta junto a la barra y permanece inmóvil largas horas, los codos en la enorme plancha de pino barnizado, la cabeza sobre las manos, esperando pacientemente que su amiga vuelva a ocupar su cuerpo. Observa cada rostro del local, cientos de ellos que se mueven como fantasmas entre cortinas de humo. Miradas que no van a ninguna parte, que sonríen estúpidamente... Almas que parecen bloqueadas, empequeñecidas, condenadas por sí mismas a un purgatorio sin salida. Jóvenes o viejos, hombres o mujeres, todos navegan en el mismo barco sin rumbo. No quiere ser uno de ellos, no es uno de ellos. Mar tampoco lo es, pero lleva demasiado tiempo allí y no le resulta fácil salir.

Mientras combate el aburrimiento y la ausencia de su amiga, Sara recuerda su primera cita con aquél amor, en el mismo sórdido local que entonces resultara tan diferente. Él pronto encontró un nuevo "amor de su vida" al terminar su relación con Sara... ¿Cómo pudo pensar que con ella la historia sería diferente? Nunca volvería a dejarse atrapar por las garras de ese falso yo de las emociones que la arrastró a la mentira que ella misma construyó.

El recuerdo de su sonrisa, el inmenso abrazo que duraría siempre, la mirada que la acariciaba por dentro, los viajes imposibles a tierras lejanas, las aventuras nunca compartidas... Ahora quedaban reducidos al sueño de una noche de verano. Se debatía entre quedarse anclada a aquello, al pasado, a la muerte, a lo imposible, y ser uno más de aquellos seres perdidos que caminan en la niebla... o asumir la realidad, mucho más inhóspita, fría y hostil; pero desde donde poder construir un destino más auténtico.

La tensión es extrema. El deseo de verle es tan intenso que la ciega. A punto de enviar un sms invitándole a venir, el duende verde la hace recapacitar de nuevo, ha de soportar el dolor, la soledad, como única vía para llegar adonde quiere llegar, hacia el fondo de sí misma.
El nuevo Sol empieza a anunciar su llegada, Mar despierta del letargo y las amigas se van a dormir. Como niña que sabe que ha hecho algo que no debía hacer, Mar se lamenta, se culpabiliza, se disculpa ante Sara por su actitud durante la noche. Sara se limita a observar sin juzgar, ni la acusa ni la redime. El día lamerá las heridas y empequeñecerá las sombras. El camino se hará más nítido y los pies seguirán su periplo hacia el próximo destino, siempre hacia mañana.

viernes, 30 de julio de 2010

El sueño de una noche de verano (I)

Sábado noche. The Art Pop Trío tocan en el Sorcas. Henar les acompaña con la percusión y Sara va a encargarse de las fotos. Así que desempolva la cámara tanto tiempo condenada al olvido, como tantas cosas que pacientemente esperan ser rescatadas. Quiere compartir esos momentos felices con su amiga, apoyarla en lo que sabe es un punto de inflexión en su vida. Henar está tan ilusionada... Su rostro brilla y el vestido blanco refleja la luz que rebosa su interior.
Llegar al pueblo la estremecía, a pesar de que casi a diario pasaba por allí. El recuerdo le mordía el estómago, y la temida náusea se apoderaba de su cuerpo. Caminar aquellas calles de granito suavizadas por la luz ambarina de las farolas, que tantas veces recorriera de su mano, la aturdía y volvía a sentirse como un cascarón de nuez navegando a merced de las olas. Disfrutaría del concierto, y seguiría sonriendo al destino que había decidido construir. La lucha era feroz, pero saldría victoriosa. La armadura sobre su piel y la lanza de hierro en su sangre transformarían al dragón en un ruiseñor que canta al amanecer.
Sara estaba radiante con su vestidito de lunares blancos sobre fondo negro y sus sandalias de charol y tacón de vértigo,como si el mismo cielo la arropara con su tela de estrellas. De nuevo se hallaba bajo la protección de Marte, y el brillo de sus ojos, que apagara la lluvia de abril, volvía intensificado. También las mejillas recuperaban su aspecto de melocotón irisado, y la sangre parecía derramarse de sus labios plenos. Mar la acompañaba, cual malva crisálida que volvía del abismo al que se entregara poco antes. La luna de julio auguraba una noche entrañable, donde el piano y el cello envolverían las almas adormecidas por el axfisiante calor. El entusiasmo de Henar por sus proyectos incipientes era contagioso, Sara se aferraba a ese momento y compartía la alegría con su amiga. Cantaría boleros en un futuro cercano con Jorge, el simpático pianista del grupo. Bromeaban con imaginarias puestas en escena, con vestidos glamourosos y ambientes de película de los años 40. A Sara le gustaba la idea, iba a tomarse más en serio lo del piano, y el año que viene quizá podrían formar su propia banda.
Más caras conocidas de lo que esperaba encontrar. Algunas le provocaban sonrisa y le recordaban momentos felices compartidos con él, otras la devolvían a la realidad más sórdida que vivió en aquella relación. El destino la enfrentaba a sus miedos, pero le presentaba herramientas que no estaba dispuesta a desperdiciar. Se moría de ganas por llamarle, por verle. Pero el duende verde que vigilaba la conciencia, le susurraba al oído: "...No quiero saber nada de tu vida, no me interesa en absoluto... No quiero construir nada contigo...", frases que él le escupiera como dardos envenenados, y que Sara todavía no había conseguido borrar.
Los focos y la música la devolvían al presente. Canciones de los Beatles magistralmente interpretadas. Poca audiencia para un sábado por la tarde, entrada gratuita...y excelentes músicos. El flash arranca una imagen para el recuerdo. Las congas de Henar repiquetean como lluvia en el cristal, aligerando sonidos más pesados... Las semillas traídas de Cuba salpican la sala de color y canela... En el escenario se siente arropada por la cálida mirada de Sara, que vela por ella desde la sombra. Los focos se apagan y se enciende la luna. Los músicos se van, pero Sara y Mar continúan su recorrido a lomos de la noche...

martes, 6 de julio de 2010

Iggy Pop y la chica de fuego

Le gustaba viajar sola en coche. Perseguir al Sol y alcanzar la noche al mismo tiempo que él. El Ford Focus que alquiló volaba sobre la autopista con sólo rozar el acelerador. A 160 km/h, la música apenas cabía allí dentro, el cálido horizonte invitaba a abrazarlo, y el cielo arropaba la soledad con un manto de estrellas.
Sara disfrutaba de cada instante, de cada parada en el camino, de cada café robado al tiempo. Creía que a toda velocidad escaparía de su destino, pero no hacía sino precipitarse hacia él.
Tim hacía el Camino de Santiago. Necesitaba estar consigo mismo, y para ello tenía que desprenderse del intenso halo de Sara. Nunca había sentido nada parecido, le asustaba el poder que la mujer ejercía sobre él, y necesitaba reflexionar antes de tomar una decisión.
Sara llegó a Lugo bien entrada la noche. Sus amigos la esperaban pletóricos, hacía tanto tiempo... Tras una generosa cena (estaba en Galicia!) empieza la vida nocturna. Olas de pop, humo y alcohol sobre las que mantener el equilibrio. Simpáticas charlas con algún amigo del Frente Galego arreglaron el mundo en unas horas.
También ella huía de la ausencia, de la distancia que la separaba de él. Sentirle a menos de 100 km la reconfortaba. Entonces ocurrió. Se hizo el silencio. Todo desapareció tras la cortina blanquecina que envolvía el local, para dar paso a aquella gutural voz, aquella melodía profunda que surgía de su propia alma. Hipnotizada por Iggy Pop, salió a refugiarse bajo el brillo tintineante de la noche. Se sentó en el frío escalón de piedra que penetraba en la sombra, y le sintió. El teléfono sonó: "He llegado a Santiago. Estoy en la playa. El manto azabache del mar exhibe una luna deslumbrante, te la quiero regalar. Ven conmigo, a dormir sobre este lecho de arena blanca, arropados por la brisa del mar. Despertaremos juntos con el nuevo día, con el canto de las gaviotas y la espuma jugando con nuestros pies..."
Nada deseaba más que reunirse con él. Y en el mar... que era su casa. Una prueba demasiado difícil. Pero era imposible, el lunes tenía que estar en la oficina, no podía arriesgarse a perder su empleo en estos difíciles momentos.
-"Diles que estás enferma"
-"No puedo hacer eso, me sentiría muy incómoda. Tendremos muchos otros momentos que compartir"
-"Te necesito ahora, no puedes hacerme esto"
-"Lo siento, amor, debes entender lo delicado de mi situación"
-"No, no lo entiendo"
Y su voz se desvaneció en la oscuridad. Y ella quedó sumida en una espesa desolación, el corazón amoratado y los ojos anegados en lágrimas.
Terminó el fin de semana con sus entrañables amigos. Los paseos entre aquellos nobles castaños la reconfortaban, y parecían devolverle el eco de su lamento entre el rumor de las ramas. Los seres elementales la sonreían tras cada roca, cada arbusto; sus miradas centelleaban mientras corrían felices por aquellos parajes de magia y ensueño. Y de nuevo emprendió viaje. Allí seguía el asfalto, con las huellas de caucho caliente grabadas sobre la piel de azogue. Y a volar hacia la rutina. Mañana, reunión con el director para ultimar las bases de la nueva campaña.
Y esperó junto al teléfono un día, y otro, y otro... con la esperanza de que él hubiese entendido. Pero no fue así. Desapareció de su vida como si nunca hubiera existido. No volvió a verle en los locales de siempre, la tierra parecía haberlo engullido. Sara siguió caminando, quizás en otro momento sus pasos volverían a encontrarse.
Esos profundos ojos verdes quedaron grabados en el fondo de su alma para siempre. No volvería a ver una mirada tan bella, la misma que años atrás la hipnotizara cuando, una tarde de otoño, él detuvo el coche en medio de la calzada para contemplarla, sonriente y pizpireta, pasear por las calles de su pequeña ciudad. Entonces ella permaneció inmóvil, en silencio, sus ojos clavados en los de él, sabiendo que un vínculo profundo les unía desde mil años atrás aunque aún no hubiese existido. Sabiendo que sus destinos se cruzarían irremediablemente sin importar el espacio ni el tiempo.

lunes, 14 de junio de 2010

Lhasa: el vuelo del último ángel

Querida Lhasa, cuantas lágrimas he derramado por tu partida. Tendré que llenar la irreparable ausencia con el esplendor de tu maravillosa música.  La luz que irradiabas prende ahora del cielo, salpicando de alegría la noche oscura. Estúpido llanto, no acabo de entender. Tú misma contabas cómo tu padre te explicaba que nacimiento y muerte, principio y fin, no son sino partes de un mismo círculo. Lo sé, pero es doloroso renunciar a la presencia de un ángel cuyas alas acariciaban nuestras almas desde la aparente distancia. Tenías sólo 37 años.  Y una dulzura exquisita en cada gesto, que bailaba con la poderosa voz de una presencia que trascendía lo humano. Amor verdadero transmitido en cada acorde, en cada palabra derramada al viento, en cada verso declamado antes de los conciertos... Amor en esa belleza extraordinaria y transparente, amor en tu perenne sonrisa... Y sensibilidad extrema que casi dolía al percibirla.

Te arropaste con el manto negro de la medianoche, el pasado 1 de enero. Se fue la bella y sensible, la dulce Lhasa. Más cerca del cielo que de la tierra, te rebelaste ante la tiranía del cuerpo y volaste libre. Sé feliz estés donde estés, gracias por haber sido, y por habernos dejado tu música para siempre.




jueves, 10 de junio de 2010

La Nueva Psicología del amor

M. Scott Peck, 1978 • Título original: The Road Less Traveled - A New Psvchology of Love, Traditional Values and Spiritual Growth

El prestigioso psiquiatra americano Scott Peck nos habla del difícil camino de la vida, que pasa por la aceptación del sufrimiento (como Jung, considera que la neurosis es siempre la sustitución de un sufrimiento legítimo). Para ello, nos propone cuatro técnicas de disciplina que ilustra con numerosos casos clínicos: retrasar la satisfacción, aceptar la responsabilidad, consagrarse a la verdad, y encontrar el equilibrio.

Más adelante aborda el tema del amor, que no hay que confundir con dependencia, enamoramiento y otras máscaras que tratan de emularlo. Para que una relación de pareja prospere, el enamoramiento inicial ha de abrir paso al amor verdadero, y si sobrevive a la ruptura aparente cuando aquel se tambalea, habrá sentado las bases de una relación sólida en la que el crecimiento de dos individualidades es posible aún manteniendo un camino común. Sólo anteponiendo la identidad del otro a nuestros conflictos sin resolver, sólo desde la sinceridad de reconocer frustraciones que proyectamos en los demás, sólo desde un amor profundo y auténtico que por encima de todo desea el crecimiento personal y la evolución espiritual de la pareja, será posible construir un vínculo rico y duradero.

¿Cómo es posible que pacientes que deberían padecer una grave neurosis sólo acusen una neurosis leve a pesar de dramáticos acontecimientos vividos? ¿O que otros que deberían ser psicóticos se queden sin embargo en una neurosis?¿Y al contrario? Lo imposible no existe, los milagros ocurren a cada momento, y el razonamiento y la ciencia resultan insuficientes para explicar estos hechos, a los que se suman curaciones físicas de todo tipo, muchas veces atribuidas por los médicos a errores de diagnóstico. La Religión,  más allá de cualquier doctrina, sino como planteamiento vital (re-ligare: lo que nos une de nuevo, con el Cosmos, con una Realidad más allá de lo aparente) que nos hace crecer y superarnos, es un término ineludible para entender cada uno de los casos analizados por Scott Peck. En un permanente diálogo entre egoísmo y generosidad, por amor a nosotros mismos buscamos ser mejores; por amor a los demás buscamos el crecimiento espiritual del otro, y así progresan nuestras relaciones; por amor al mundo nos fundimos con éste, y lejos de disolverse, el Yo se reafirma y fluye sanamente transmitiendo a todo nuestro ser esta salud en forma de milagro.

El amor como camino, como modo de vida, el único posible para Ser de verdad.

Este libro ha permanecido durante muchos años en la lista de best-sellers del New York Times, deviniendo un clásico de nuestro tiempo. Para el National Catholic Reporter "Esta discusión sobre el amor es la más original desde Erich Fromm."



In the mood for love - Yumeji's theme

miércoles, 2 de junio de 2010

Un nuevo camino

Para A.M.A.

A tí... que un día pusiste tu energía en mí creyendo que era amor,
Yo, hoy, dándote las gracias por todo lo aprendido, te la devuelvo,
para que pudiéndote sentir de nuevo unido,
continúes 'entero' tu camino.

Yo, que un día puse mi energía en tí creyendo que era amor,
queriéndome y cuidándome, de nuevo la retomo,
para que así, pudiéndome sentir enteramente 'unida',
continúe con serenidad y alegría mi propio camino.

jueves, 27 de mayo de 2010

Maus: Retrato de un superviviente

Art Spiegelman
Art sueña con vivir en América. Y el icono que mejor la personaliza es Mickey Mouse. Maus es el protagonista de esta historia, el máximo exponente de la capacidad de superación del ser humano a pesar de las circunstancias más adversas. Un ser pequeño y frágil que esgrimiendo una férrea voluntad es capaz de vencer a enemigos feroces como el miedo, el odio, el olvido o la lástima; o a algunas de sus consecuencias como el hambre, la enfermedad, la crueldad o la sed de venganza...

En un relato sin precedentes, una obra maestra del cómic y de la literatura sin más, Art Spiegelman pone en boca de su padre la conmovedora historia de su familia, judíos polacos en la Segunda Guerra Mundial. A través de una narración exhaustiva y original, salpicada de recursos inesperados, nos relata los avatares por los que han de pasar sus padres y muchos otros parientes, repudiados por sus propios compatriotas, trasladados de un campo de concentración a otro padeciendo las torturas más abominables e inhumanas... Y precisamente por su condición de seres humanos, son capaces de superarlas, aunque muchos mueran en el intento. Ratones humanos en trampas sin salida, donde apenas hay espacio para la esperanza, donde lo único que no pueden arrebatarles es el amor. El amor es el hilo dorado al que se aferra nuestro héroe, el único capaz de catalizar el perdón no explícito que se manifiesta en muchos gestos inconscientes, el único capaz de mantener intacta la más regia dignidad. El cuerpo magullado, arrebatado todo lo tangible... Pero algo mucho más grande se eleva y eleva al protagonista sobre su mismo entendimiento.

Todos somos Maus, todos somos Hitler, aunque mis dedos tiemblen al escribirlo. Mucho queda por reflexionar acerca de este negro episodio de nuestra reciente historia. Las fuerzas en una dirección o en otra seguirán ahí. Sólo nosotros sabremos orientar nuestros pasos o no a través de la niebla, somos libres para hacerlo.

viernes, 23 de abril de 2010

Barceló y Monet, de la oscuridad a la luz

O la crónica de una muerte anunciada
El cielo derramándose sobre mis cabellos refleja el ánimo ceniciento de los corazones vespertinos. Los pies me conducen a paso firme sobre las aceras grises, esquivando encontronazos con peatones sin rostro. La vista se pierde entre tanto ir y venir de vehículos sin rumbo, sirenas que aúllan a nadie y arrollan el silencio, policías que indican trayectos alternativos como marionetas de lo absurdo...
Nunca me gustó ver más de una exposición el mismo día. Pero esta vez las cosas surgieron así, transformándose en una experiencia purificadora, transformadora. Una experiencia única e inolvidable.

Mi objetivo se encuentra tras aquella callada esquina, tan cerca del bar de Maite. Necesito terminar de sumergirme en la materia, rendirme a este dolor que lacera mi interior, apagar la última resistencia. Aquí será posible. Retrospectiva de Barceló. Viaje a las profundidades del abismo. Toma de contacto con lo más crudo de la realidad. Hundir los pies en el fango, sumergirse en el lado más oscuro de la existencia. Una sensación de asfixia me oprime el pecho, la dejo simplemente estar. Forma parte del proceso. Angustia, soledad, aprisionamiento en una viscosa tierra negra. El germen que traía en el bolsillo se despliega en toda su amplitud: lo dejo ser. Lo vivo, lo comprendo... antes de dejarlo a un lado.

La etapa sahariana anuncia una nueva perspectiva: el viento se abre paso, empieza a mover la materia. La luz se asoma. Comienzo a respirar, mi cuerpo se hace algo más liviano, el blanco arrastra el desasosiego. Busco en las acuarelas atisbos de un color más limpio, que no acabo de encontrar.

En este momento en que mi vida se derrumba como una fila de naipes, para dejar paso a una nueva existencia, en el que aún siendo más consciente de la fuerza de lo que permanece, experimento el dolor de la pérdida, de la ausencia, de lo que ha de quedar atrás, de lo que he de dejar pasar sin miedo a perderme, de aquello que me retiene en el lugar equivocado, embriagada por los falsos cantos de sirenas que confunden a mi conciencia... El dolor que me provoca el desgarro de una verdad que me negué a mirar de frente, el miedo al abandono, a la soledad... El miedo, siempre el dragón del miedo que habré de atravesar con el haz de luz que me regale la crisálida.


Por eso tenía que pasar por aquí. No me detengo, no disfruto, pero tampoco juzgo ni huyo sin más. Simplemente, lo vivo. Estos cuadros densos y viscosos me ayudan a entender de dónde quiero salir. Acongojada, aturdida y decepcionada por los gestos equívocos, las miradas esquivas y las palabras mentirosas que me acompañaron estos días atrás, me dirijo de nuevo a la calle mojada. Ni el aire fresco en mi cara, ni la intensa luz que escudriña mis ojos entornados, consiguen acallar el grito que late en mi garganta. Paso firme y consciente. Llego a tiempo para la última entrada en el Thyssen: Monet y la Abstracción. Todo mi cuerpo respira al entrar. El intenso azul que sirve de telón de fondo al reluciente naranja del sol, en aquél atardecer en un mar de Monet, saluda mi llegada y la crispación desaparece, el nudo se desvanece. Qué manera tan curiosa y potente de percibir cualidades tan dispares a través de la contemplación de las obras de arte. Nunca antes me había llegado tanto el efecto terapéutico de la pintura, o el anti-terapéutico. Esta lluviosa tarde de primavera ha sido el escenario de una puesta en escena completa, de una interiorización de lo que ya sabía, pero que no había experimentado en toda su amplitud.

De Kooning trata de emular ese efecto luminoso en gigantescas pinturas casi monocromas, a través de la forma. Rothko consigue un efecto espectacular en sus enormes naranjas, auténtico bálsamo para el alma, podría contemplarlos durante horas, como me dejo acariciar por el sol en las cálidas tardes de verano. Inspirado por Monet, y siguiendo caminos de expresión muy diferentes, plasma en su arte una divinidad tan reconocible como luminosa. Una misma esencia, un mismo efecto sanador sobre los afortunados que pueden contemplarlo.

Pollock se queda con el gesto, con ese trazo ininterrumpido que recorre los enormes lienzos de nenúfares en los que de tanto desprenderse, el artista de París apenas encuentra espacio para la materia. De haber seguido pintando, sólo hubiese quedado el gesto, la intención, la idea, la luz...

Una cita ineludible, una nueva visión de Monet como maestro y precursor de corrientes que parecían tan lejanas. Una comprensión más abierta del arte, en que los límites se desvanecen, y nos llega en una dimensión abarcante, de continuidad, que nos ayuda a percibir lo que une y no lo que diferencia. El arte como un Todo que forma parte de un Todo aún mayor.
Y como el color sólo surge de la interacción entre luz y oscuridad, os recomiendo tanto la exposición de Barcelo en el Caixafórum como la de Monet y la abstracción. Mejor el mismo día.

Monet y la Abstracción: Museo Thyssen-Bornemisza y Fundación CajaMadrid. Hasta el 30 de mayo;
La solitude organisative: Retrospectiva de Barceló en CaixaForum Madrid. Hasta el 13 de junio.

viernes, 12 de marzo de 2010

Laura Granados, entre el cielo y el mar

La cantante y compositora nos ofreció el pasado 1 de marzo un nuevo capítulo de este homenaje a Mercedes Sosa, en la sala Galileo Galilei

Lunes desangelado, las almas huyen de la noche y del frío, se refugian al abrigo de sueños enlatados tras cristales mentirosos.
Intrépidas como el viento, Pepa y Sara se sumergen hasta el fondo más oscuro, desafiando al cansancio, al sentido común y a la crisis laboral. Pero ella lo merece todo. El hada de la noche, de la voz prodigiosa, de la garganta forjada por ángeles con oro y diamantes, de las manos que bailan sobre la sonrisa del piano al son de lamentos, al son de risas, de recuerdos, de devenires... Laura Granados, ubícua y noctámbula, mágica y certera, celestial y terrena... Laura Granados canta en la sala Galileo Galilei ¿cómo se iban a perder la oportunidad de escucharla? Los más de 50 km a recorrer, el madrugón al que obligará la rutina el día siguiente, las horas de fatiga acumuladas en los sufridos cuerpos, no son suficientes para impedir su presencia allí.

En la negrura de la sala, que pellizcan las luces rosas de neón, una voz procedente de no se sabe dónde llega a cada rincón como el eco de un ángel herido. El público enmudede, mira a un lado y al otro, pero ella no está. Su presencia no necesita de su cuerpo, y esta ausencia la hace aún más presente, hace aún más consciente la fuerza de este yo tan grande.

Mercedes Sosa debe sonreír desde el cielo al oir a su niña Laura prodigarle tanto amor y talento desde este lado del mar. Y cada vez es distinta, esta artista derrocha creatividad, el escenario es para ella un lienzo en blanco a colorear de mil maneras distintas. Flanqueada a la guitarra por J. Antonio Granados, y al tambor por Omar Flores, Laura despliega junto a ellos esa lluvia de sentimiento pentagramado que arropará a las dos amigas en la fría vuelta a la realidad, las arropará largo tiempo.

Repertorio cuidadosamente escogido, sorpresas que revolotean como luciérnagas aquí y allá, discreto el camarero en su ir y venir... por un momento Sara pierde la noción del espacio y del tiempo, mientras allá arriba los rizos dorados son mecidos por la dulce pero no empalagosa, potente pero no grave voz de la cantante. Un Ballantines con vocación de relojero suizo hace guardia junto a su silla, ha de mantener engrasados los engranajes con precisión marcial, difícil equilibrio que sólo una maestra en caminar sobre el filo de la navaja podría bordar.

Segura de su virtud, generosa y entregada, no olvida en ningún momento estar rindiendo homenaje a la Negra. Y en éste, caben otras voces. Mirian Penela sube al escenario para regalarles una desgarradora versión de Alfonsina y el mar que le arranca sin dificultad un racimito de lágrimas a Sara. Ni una palabra cruzan ella y Pepa en todo este tiempo, no hace falta. Hoy toca escuchar, eschuchar fuera para oír también lo de dentro. Y al terminar la canción sus ojos de gata que ven en la oscuridad, recorren la sala buscándole. No, Sara ¿cómo se te pudo cruzar esa idea por la cabeza? Mirada al frente, las piernas jugando en el asiento intentando mitigar un dolor que pronto se olvida con esa música que todo lo puede. Mirian nos conduce a otros tiempos, al mundo de Alfonsina Storni, la poetisa que decidió irse a vivir al mar. Pepa y Sara la escuchan quietas como estatuas de sal, como si cualquier movimiento pudiese romper el hechizo...
Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme puestas las sábanas terrosas y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. Pónme una lámpara a la cabecera, una constelación, la que te guste, todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes, te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro te traza unos compases para que te olvides. Gracias... Ah, un encargo, si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido..."
Martin Micharvegas recita unos versos, los años no apagaron el brillo de sus ojos, de su alma apasionada, ni su porte elegante y bohemio. El poeta rezuma sabiduría que todos respiran mientras él narra sus encuentros con Mercedes Sosa.

Y tras este lapsus, de nuevo la voz de Laura. Sara aprecia entonces matices que antes se le escaparan. Ahora le suena más pura, más profunda y más clara a la vez, como de río verde e inquieto, como de regio cristal, como de miel de romero, como de ojos de águila, como de rosa escarlata con espinas y terciopelo... Brillante y risueña, pizpireta y lánguida, salta de un registro a otro grácil y rotunda, hasta posarse en la última canción de la noche.

Llega la hora de partir. Sara se lleva las ganas de despertar al piano, dormido profundamente desde hace ya dos meses en la fría sala del olvido. Tal vez consiga al menos posar sus manos sobre esos dientes de nácar que sonríen silenciosos. Tal vez ese entusiasmo arrebatado brutalmente vuelva a brotar de sus dedos como el agua de la fuente, como era antes. Tal vez... Ahora se despide de Laura, a quien tanto admira y aprecia, otro día compartirán café y risas, ya los párpados vencidos arropan los cansados ojos, aunque los labios sigan sonriendo a la vida, a la amistad, a la noche...

Otros artículos sobre Laura Granados: Concierto de Laura Granados

sábado, 6 de marzo de 2010

Efectos del amor

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde, animoso,

No hallar, fuera del bien, centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso.

Huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño ;

Creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor. Quien lo probó lo sabe.

Con estos versos de Lope, el pasado sábado 27 de febrero, Primitivo Rojas abría el telón de este nuevo espacio destinado a ser la primera sala de teatro radiofónico de Madrid. La Sala Milagros. Un proyecto de barrio, construido ladrillo a ladrillo con el esfuerzo de incontables vecinos y amigos. Una propuesta cultural que viene a llenar un vacío modelado por los intereses comerciales. Aquellas obras que nuestras madres escuchaban boquiabiertas sin perder detalle, puntuales a su cita diaria con las ondas, desaparecieron del panorama radiofónico por no aportar un beneficio económico a este voraz capitalismo que nos aplasta.

Una emisora sin afán de lucro que, con la única pretensión de difundir la cultura y la lengua castellanas, emite a través de internet, será la portavoz de este interesante proyecto que seguro tendrá una cálida acogida entre sus oyentes. Aire se llama. Aire sanguíneo, que fluye, que se expande, que crece, que se difunde, que no pesa... Aire ubícuo, viajero, generoso, transparente... Detrás del proyecto, el abnegado esfuerzo de muchos amantes de las ondas.


Carmen y yo llegamos a la inauguración después de tomar un té con nubes de humo en un galáctico próximo. Entramos en el local de la emisora, donde tendrá lugar la presentación. Me siento algo desubicada, pero mi amiga está en su salsa y yo feliz de compartir algo que significa tanto para ella. Vicky nos hace sentar en primera plana. En el escenario azul se yerguen cuatro micrófonos hambrientos. De fondo, la imagen de una máscara blanca que parece hablar al viento. De fondo, una grabación de hace muchos años, teatro de radio con voces tan lejanas... El silencio se abre paso rápidamente, la narración nos atrapa sin dificultad. Hemos de entrar en calor.


Primitivo aparece, se despliega, se esparce por la sala, con su poderosa voz. Y el resto del elenco va surgiendo sobre el escenario para beneplácito del público. Jose María Alfajeme dirige el evento con desparpajo y simpatía. Ellos, junto a José Ángel Fuentes, Mónica Dánez, José Antonio Ramos, representan varias piezas breves que cautivan a la asistencia. Nada que ver con el teatro visual, sin menoscabo de éste. Pero el poder de esas impresionantes voces hace erizarse el vello en la piel. Y más así, en vivo. El último en aparecer es José Ángel Fuentes, lánguido y con cierto aire desgarbado. Cuando abre la boca mi silla evita lo que hubiera sido una caída segura. Es tan impactante la percepción de un yo tan increíblemente potente... No resulta fácil describir esa sensación mezcla de admiración, serenidad, seguridad, acompañamiento, bondad, presencia, centro, espiritualidad... que transmiten al alma. Los ojos abiertos o cerrados, todos los sentidos y ninguno parecen percibir al unísono este aire transformado por una fuerza sobrehumana.


Después de representar algunas piezas breves, se despiden con un fragmento de La Guerra de los Mundos. Al oírles, se comprende la catarsis general que se produjo en Estados Unidos con la primera emisión de esta obra, que puso en alerta al mismo ejército nacional.

Sangría, pinchos de todas clases, presentaciones por doquier... pintan el cuadro que me regala esta noche mágica, y que me llevo para siempre, en un bolsillo de mi recuerdo.
Maravillosa experiencia y nuevas posibilidades de creación y amistad.
Aquí la emisora aire

La sala Milagros está en C/ Inmaculada Concepción 41, Madrid

miércoles, 3 de marzo de 2010

Lecciones de vida

Elisabeth Kübler-Ross y David Kessler
Quienes han caminado por el umbral de la muerte, tienen una visión de la vida capaz de iluminar los pasos de quienes no ven tan clara esa perspectiva. La proximidad de un momento tan crucial en nuestra existencia, nos enseña a reconocer al máximo todo aquello capaz de hacernos disfrutar, de hacernos sentir bien. Los últimos momentos en la tierra no han de ser tristes y vacíos, sino llenos de amor y vivencias maravillosas. Así lo sienten y lo expresan los pacientes de EKR, a quienes tantas veces ayudó a atravesar el umbral, y con quienes tanto compartió en esos últimos momentos de estancia en este mundo. Ellos nos transmiten lecciones de vida únicas, sobre las relaciones, el perdón, la felicidad... que nos pueden ayudar a dejar a un lado obstáculos que a veces, de la manera más absurda, nos impiden vivir plenamente.
Cuando uno está postrado en la cama de un hospital sin saber si algún día podrá levantarse, cuando ignora si volverá a sumergirse en el mar o si verá crecer a sus hijos... cosas que antes parecían importantes dejan de serlo,  mientras detalles que parecían triviales se tornan imprescindibles. Abrir la ventana y ver el sol cada mañana, oir repiquetear la lluvia en los cristales, ver la propia alma reflejada en una mirada presente, se convierten en razón de la existencia. Los colores son más intensos, los abrazos más envolventes, el aire más fresco... Quien sobrevive a la enfermedad, comienza a vivir la vida como un regalo, como una nueva oportunidad para hacer mejor las cosas. Los miedos se minimizan. Muchos pacientes que vencieron a la muerte reconocen en la enfermedad un maestro insustituible al que no renunciarían si tuvieran que volver a vivir la misma vida.
"... Para conocernos y ser auténticos con nosotros mismos, para descubrir lo que queremos hacer y lo que no, necesitamos comprometernos con nuestras propias experiencias. Todo lo que hacemos debemos hacerlo porque nos produce alegría y paz, desde el empleo que tenemos hasta la ropa que usamos. Si hacemos algo para aparentar respetabilidad a los ojos de los demás, no estamos viendo el valor que hay en nosotros. Es sorprendente hasta que punto vivimos mucho más por lo que deberíamos hacer que por lo que queremos hacer.

De vez en cuando, cede ante un impulso que habitualmente reprimirías, intenta hacer algo "excepcional" o nuevo. Tal vez aprendas algo sobre quién eres. O pregúntate que harías si nadie estuviese mirando. Si pudieses hacer algo que desearas, sin consecuencias, ¿Qué sería? Tu respuesta a esa pregunta revela mucho sobre quién eres, o al menos sobre lo que te lo impide. Esa respuesta a esa pregunta puede indicarte una creencia negativa sobre ti mismo, o una lección en la que debes trabajar para descubrir tu esencia.

Si respondes que robarías, probablemente tienes miedo a no tener suficiente.
Si respondes que mentirías, probablemente no te sientes seguro diciendo la verdad.
Si respondes que amarías a alguien que ahora no amas, tal vez temes al amor..."



miércoles, 24 de febrero de 2010

Bajo la piel del mar III


III
Ella deslizándose entre las aguas del mar,
embriagada por la luz turquesa del atardecer,
el sol que baila en las olas mece su alma...
Él soñando un falso sueño en la tierra gris,
desafiando al amor por miedo a su sombra,
el monstruo no es tan ajeno, abre los ojos!

Ella pinta la aurora de besos,
él enciende la noche con un pincel negro.
Ella grita su nombre al viento,
Mercurio corre a cumplir su destino,
él sólo oye su propio eco y no le gusta.
Con una daga de furia atraviesa al mensajero,
sin saber que sólo él muere.

Ella siembra estrellas en la oscuridad,
Él quiere apagar la luna.
Ella busca lo que él nunca fue,
él huye cabalgando en el miedo.
Y en un instante extraño, sus ojos se encuentran,
es un instante eterno.
Y en cada eclipse volverán a hacerlo.

martes, 23 de febrero de 2010

Bajo la piel del mar II


II
Me quedo con el recuerdo, pero no quiero.
Contracorriente navego, sobre olas de silencio agitado.
La vieja sirena bosteza en el arrecife, caracola en mano,
corazón encallado en la arena.
Quién guardará las promesas olvidadas en la niebla?
Quién besará los besos de nadie?
Teje un collar de perlas que nunca se acaba,
estúpida Penélope que se pierde en su mar de dentro.
Él se olvidó de tus cabellos amarrados al tiempo,
de tus manos de seda y nácar sobre su pecho,
de tu canto silencioso que hoy canta el cello.

domingo, 21 de febrero de 2010

Bajo la piel del mar I


I
Garganta amarga de cello
grita mi nombre
para que no olvide quien soy.
Ese arco hace vibrar las cuerdas de mi alma,
el eco salió por los ojos de ámbar.
Los amantes corren tras el tiempo y nunca llegan, nunca se encuentran,
sólo un hilo de ausencia les separa.
Un hilo de acero. Un hilo de araña.
Rostros perdidos, taciturnos, se miran pero no se ven,
sólo un espejo mentiroso donde hallarse uno mismo, no al otro.
Sigue tejiendo tu tela de plata, donde tu vida no escapa,
donde los sueños, prendidos con alfileres,
se secan al aire.

jueves, 18 de febrero de 2010

De Madrid a Lisboa (y VI)

... El amanecer es espectacular con ese colosal horizonte. El río parece haberse elevado sobre las nubes, pues el cielo está espeso y morado, mientras el sol lo empuja tratando de hacerse un hueco. Las palomas parlotean sobre los tejados vecinos. Todos duermen aún. Me gusta disfrutar de estos momentos de soledad, ver cómo el día empieza a abrirse hasta que la luz me abofetea para terminar de despertarme. Ya hay agua caliente, la mañana discurre tranquila y empezamos nuestro itinerario visitando la Torre de Belem. Tantas veces la habré fotografiado... pero lo vuelvo a hacer, una y otra vez, como si fuera la primera. Este modesto edificio de piedra blanca, imperturbable frente a las inclemencias del tiempo, frente a las olas que lo corroen, coronado de pequeñas cúpulas pintadas de verde por siglos de humedad, me recuerda a aquel faro encaramado sobre escarpadas rocas, habitado por ese personaje solitario que en una época me habría gustado ser.
Rumbo a Cascais, no reconozco el paisaje. Ningún rastro queda en mi memoria de este trayecto que recorrí hace tantos años. Edificios de reciente construcción se apiñan en la costa, vistiéndola de ese aspecto anodino e impersonal de tantos sitios turísticos. Los niños quieren ver el mar, jugar en la playa, buscar conchas y chapotear con las olas. Los entiendo muy bien, no es un mero capricho, es una necesidad que nos embarga de cuando en cuando. Un puesto de caracolas con móviles de nácar que cantan con el viento nos saluda al llegar. Bulliciosas gaviotas danzan sobre nosotros. Los niños corren pletóricos a quitarse los zapatos, a mojarse los pies en la orilla. Pozos sin fin, ballenas y otras criaturas del mar desentierran bajo la arena. Descalzos, su vitalidad se hace aún mayor al recibir simultáneamente la influencia de los cuatro elementos. Ana y yo, sentadas sobre una barquita de pesca apostada junto a la pared del paseo marítimo, disfrutamos de un espacio sólo nuestro, de confidencias y escucha, de acompañar y ser acompañadas, disfrutamos de nuestra amistad.
De vuelta a la capital queríamos hacer parada en los Jerónimos, pero volvemos a toparnos con una multitudinaria manifestación. Esta vez de transportes. Como interminables filas de hormigas, cientos de camiones anegan las calles con atronadoras bocinas. El escándalo es monumental, el acceso al monasterio, prohibitivo. El cansancio empieza a pasar factura entre la tropa, parte de la cual se retira a descansar al nido,allá en lo alto. Los más intrépidos se vienen conmigo al centro, una vez más antes de partir. Esas calles que reclaman suela nos esperan. Gofre con helado y chocolate caliente, saben que no les diré que no. Me regocijo viéndoles comer, sentada en medio de la Via Augusta, observando a la gente pasar. Muchos españoles buscándose en un plano, senegaleses ofreciendo pulseras de la suerte, acordeonistas pasando el sombrero... hasta un vendedor ofreciéndome marihuana tan sigilosamente que no entiendo lo que me dice. Le despido con un 'no, gracias' sin saber lo que me ofrece. Todo un acontecimiento para Claudia 'Jo, mamá ¿es que a tí te tiene que pasar de todo?'. Busco un kiosco para comprar el periódico, el dueño me pregunta si vinimos por la manifestación de ayer, y terminamos hablando de las becas Erasmus. Necesitamos encontrar información para un trabajo de Maurice.
Callejeamos de acá para allá, el ambiente nocturno es acogedor e invita a quedarse. Un grupo de tunos alegra aquel rincón con su repertorio estudiantil. Luces naranjas ahuyentan la oscuridad y visten las fachadas de fiesta. Las tiendas de souvenirs exhiben postales, gallos de Barcelos, camisetas de fútbol y mil objetos más. Nos cruzan el paso varios jóvenes que corren con instrumentos de viento entre las manos, poco después los encontramos tocando en una calle adyacente para beneplácito general: los viandantes se unen a la celebración, un improvisado grupo de baile acompaña la música ¿quien querría ir a dormir? Niki corretea incansable por las zonas peatonales hasta agotar las fuerzas, Claudia lo lleva a casa sobre la espalda. Un breve descanso, mientras Maurice elige para su comentario la noticia de la concentración de enfermeros, y Dánae termina sus tareas para el cole. Para luego sumergirnos en la noche. Después de subidas y bajadas, idas y venidas sin encontrar la catedral que nos sirve de referencia, reconocemos el camino a seguir gracias a las vías del eléctrico, que nos llevan hasta el restaurante donde esta noche habrá fado para deleite de los turistas. Horas de espera, música más o menos desgarradora según quien cante. Maravillosa la guitarra portuguesa, en una animada velada que termina agotando a los pequeños. De vuelta al apartamento, enseguida se hace el silencio. Mañana nos espera un día duro, y el regreso siempre es más largo.

Despedida y cierre. Quién pudiera tirar la maleta desde arriba... Último desayuno en Lisboa, en el que fue nuestro barrio durante estos días. Las ´torradas' me devuelven el aroma de aquel viaje, de aquel 'no podrá ser más'. Las maletas se amontonan en el coche, los niños se acomodan y emprendemos rumbo a Madrid. Adios, querida Lisboa ¡Hasta la próxima!


De Madrid a Lisboa (I)
De Madrid a Lisboa (II)
De Madrid a Lisboa (III)
De Madrid a Lisboa (IV)
De Madrid a Lisboa (V)

martes, 16 de febrero de 2010

De Madrid a Lisboa (V)

... Las meriendas en las pastelarias lisboetas son tan dulces como en cualquier otro rincón del país, paraíso de 'gourmandes' como yo. Quiero que los niños se impregnen bien de estos aromas que aún no han sufrido el mordisco de la globalización, y conservan esa impronta artesana que los hace únicos. Un delicioso té caliente con pastelillos para mantener el calor y aligerar el paso, aunque el clima aquí es ideal. Hasta 20º en pleno invierno. Tiemblo pensando en las nevadas que nos acechan en la Sierra de Madrid. Ese frío que cala hasta los huesos y que llevo tan mal, algún día me iré a vivir junto al mar, a un lugar de cálidas aguas donde poder sumergirme cada día, envuelta en el manto turquesa hilado con luz, embriagada con el sobrecogedor sonido que tanto se parece al silencio, aunque es tan distinto.

La noche va cayendo sobre nosotros, despacio y sin apenas darnos cuenta. Al tiempo, en el cielo se eleva una gigantesca luna amarilla que pretende competir con el sol, al que tanto ama, pero con quien nunca podrá encontrarse. Ella impregnó de plata aquellas gotas vespertinas de lluvia; él acaricia su rostro de porcelana antes de desaparecer bajo el mar, tras cubrirla de besos dorados que transporta el aire. Y en medio de la Plaza del Trigo, nuestro oscuro portal abre sus fauces ocultando los dientes de madera carcomida. Los 6 pisos no saben a nada tras todos los escalones recorridos durante el día. Hasta este rincón sombrío y solitario tiene un encanto especial, balcones en cada planta (para hacer un alto en el camino?), extrañas dobles puertas en algunas casas: una exterior enrejada sobre la interior de madera, macetas con ficus de plástico de lo más 'kitch', un enorme espejo apoyado contra la pared en el rellano de la 5ª planta, y al final del todo, cuando la pendiente se acentúa, tras el último peldaño... nuestro entrañable ático erguido frente a todo. Con la única compañía de la dracaena marginata de la terraza, me siento, embelesada por la danza de la noche, el río abrazado a la brisa que lo mece, la música corre por mis venas, pero ningún frío. Necesito caminar esa noche, sentirla como sentí el día, andar deprisa y que los recuerdos no me alcancen... cualquier excusa es buena para volver al malecón, sumergirse en las oscuras callejas que lo bordean, solitarios borrachos me sobresaltan de cuando en cuando, pero todo está bien, el miedo quedó desterrado hace mucho tiempo, y hoy siento que el amor vela por mí. A paso de fuego, bajo la vigilancia de esa luna de oro, camino hacia la estación en busca de una barra de pan para la cena. Aquí no hay tiendas, sólo ruidos de cristales, ácidas sirenas que pintan el negro con una estela azul, trenes que van y vienen chillando sobre los raíles...
Los kilómetros empiezan a pesar bajo las suelas, es hora de volver, ya me dí mi baño de estrellas y esquivé por un rato a la memoria. El barullo de los niños que se bañan, se visten y juegan, me devuelve a la realidad. Ana se pelea con una caldera que no quiere encenderse, el automático de la luz salta al encender dos radiadores al unísono, Maurice y Niki luchan con las almohadas mientras Dánae y Claudia bailan al son de la ensordecedora música del mp4. Esa cotidianeidad es enternecedora cuando no te desquicia, y hace tiempo que aprendí a tomarme estas cosas con calma. Preparamos una frugal cena, compartiendo momentos entrañables alrededor de la mesa, recordando con entusiasmo las impresiones del día. Curiosas las preferencias de cada uno: la melancólica Claudia se queda con las aceras en blanco y negro; Niki recuerda los dulces, como no; Dánae se decanta por los férreos tranvías; y Maurice se queda con el imperturbable río. Impresionante, no fallan los temperamentos, aquí hay para todos los gustos. Abrimos la botella de Alentejo blanco que se pavoneaba en la cocina, nada que ver con aquel delicioso vino que compartía hace tan poco tiempo en una autocaravana junto al mar, al sur de Oporto, con ese amor que no consigo olvidar.
El Reiki me ayudará a dormir, no consigo borrar de mi mente sus preciosos ojos verdes, ni todos los kilómetros del mundo servirían. Me rindo, nada puedo hacer, salvo esperar a que el sueño venga a buscarme. Allá donde voy no podrá alcanzarme el recuerdo más que para desvanecerse en la niebla...


Revolver - Faro de lisboa

De Madrid a Lisboa (I)
De Madrid a Lisboa (II)
De Madrid a Lisboa (III)
De Madrid a Lisboa (IV)

domingo, 14 de febrero de 2010

De Madrid a Lisboa (IV)

... Músicos ambulantes embriagan el oído, acordeones desperdigados por las esquinas junto a pobres perritos que sostienen el cubilete para las monedas entre los dientes, actuando de reclamo para viandantes de escaso seso. El elevador de Santa Justa nos alza sobre el Rossio para mostrarnos de nuevo una Lisboa desde arriba, frente al castillo de San Jorge que resplandece con las últimas pinceladas de sol. El hierro me transmite una fuerza que conozco bien, envuelve el ascensor en un encaje metálico de hilos perfectamente entrelazados, que arropa nuestro trayecto.

De nuevo el 28, esta vez nos invita a subir para recorrer las principales vías del centro desde su vientre de madera. Ahora desde un cómodo asiento, volvemos al castillo, la catedral y las callejuelas empinadas de la Alfama. Sonríen los balcones forjados a nuestro paso. Atravesamos la Baixa y otra vez arriba, esta vez al Barrio Alto. Y es que Lisboa, como Roma, se levanta sobre siete colinas. Lo que parece un corto trayecto se convierte en un interminable ascenso por las innumerables escaleras que salpican la ciudad. El Pessoa de bronce sigue allí, en la puerta del café A Brasileira. En mi última visita mochila en ristre, cinco años atrás, hacía allí una larga parada, periódico en mano, las suelas gastadas y el alma inquieta, tras patear una y otra vez las céntricas calles tratando de absorber cada detalle.

Escaparates que invitan a comprar, las mismas marcas que en cualquier lugar, pero zapatos como esos sólo aquí. Cuando era pequeña cruzaba con mi familia la frontera por Ayamonte, en un Ferry sobre el Guadiana. Ibamos en busca de mantequilla, toallas, porcelana...Aún vendían leche fresca a granel, y en las tiendas olía a pan recién hecho. Las mujeres portuguesas venían a España y volvían a su país con cubo y fregona en mano, imagen que me sorprendía considerablemente. Mi madre decía que los zapatos portugueses eran preciosos, aún recuerdo aquellos de charol negro con pulsera y pequeño tacón ribeteado con un hilo dorado, punta escotada y cuadrada. A mis 10 años me sentía como una princesa. No he vuelto a tener unos zapatos tan bonitos como aquellos. Unas deslumbrantes botas de ante morado y tacón alto de caucho me llaman a través del cristal de uno de los comercios. Están tan rebajadas... me las regalo para estrenarlas al volver a casa, y pisar el suelo de Madrid con un nuevo brío, fuerzas renovadas y corazón despejado.

Las meriendas en las pastelarias lisboetas son tan dulces como en cualquier otro rincón del país, paraíso de 'gourmandes' como yo. Quiero que los niños se impregnen bien de estos aromas que aún no han sufrido el mordisco de la globalización, y conservan esa impronta artesana que los hace únicos. Un delicioso té caliente con pastelillos para mantener el calor y aligerar el paso, aunque el clima aquí es ideal. Hasta 20º en pleno invierno. Tiemblo pensando en las nevadas que nos acechan en la Sierra de Madrid. Ese frío que cala hasta los huesos y que llevo tan mal, algún día me iré a vivir junto al mar, a un lugar de cálidas aguas donde poder sumergirme cada día, envuelta en el manto turquesa hilado con luz, embriagada con el sobrecogedor sonido que tanto se parece al silencio, aunque es tan distinto...


Fito y Fitipaldis - Que me arrastre el viento

De Madrid a Lisboa (I)
De Madrid a Lisboa (II)
De Madrid a Lisboa (III)

miércoles, 10 de febrero de 2010

De Madrid a Lisboa (III)

... Este cielo de Lisboa, secreto de la mágica luz que la inunda atrapando las miradas, es ahora morado intenso, nunca gris, con una ventana abierta al sol de poniente que ilumina las fachadas de colores congelando en mi memoria la postal más increíble. No puedo más que mirar a mi alrededor, arriba y abajo, sin dar un paso. La escena cambia a cada segundo, ahora bajo un tono metálico y mojado, ahora entre una neblina dorada...
La oscura Sé abre la boca tragando cualquier atisbo de luz, osadas las vidrieras que horadan sus espesos muros de piedra. Románica en origen, ha ido incorporando diversos estilos tras las reconstrucciones que sucecieron a los numerosos terremotos que ha sufrido la ciudad. El más importante, el de 1755, aquel fatídico día de Todos los Santos, en que el sunami que reemplazó al seísmo subió por el Tajo como un gigante de agua que engullía todo a su paso.
Otra parada para reponer fuerzas: bocatas caseros que desaparecen en pocos minutos. Esta ciudad hace hambre, niños y mayores callan mientras los tranvías chirrían a pocos centímetros. Seguimos caminando, ahora sobre llano, salpicados por las pequeñas lágrimas que llora el cielo antes de volver a reír cuando el sol le hace cosquillas. La Plaza del Comercio al fondo, las olas blancas y negras de las aceras hacen del paseo un baile mojado y jovial. La gigantesca explanada está convaleciente por una nueva remodelación, aún no he conseguido verla desnuda, siempre oculta tras andamios y telas que tapan las heridas. Asoma tímida en el centro la estatua de José I, y el flamante Arco del Triunfo da paso a un espacio más transitable, la rua Augusta. Las 2 torres que la flanquean de cara al río son los únicos vestigios que sobrevivieron al gran terremoto. El resto se concibió con un nuevo espíritu que años despúes sería escenario de importantes acontecimientos, como la Revolución de los Claveles de 1974. Hoy, aquél espíritu revolucionario se reencarna en los manifestantes que llenan las calles por miles: los enfermeros, llegados de todo el país, protestan contra la precariedad laboral. Protesta gigantesca, tambores que la secundan, vías cortadas al tráfico, altavoces gritando consignas...

Terremoto humano que hace tambalear los cimientos lisboetas. Me sorprende el poco eco en la prensa local el día después. Cantando bajo la lluvia, me siento feliz rodeada de niños, propios y ajenos. Me gusta su entusiasmo contagioso, la mirada transparente, el juego sin fin... En ellos, todo es de verdad, risas y lágrimas, que alternan con pasmosa naturalidad. Atravesamos victoriosos el Arco del Triunfo hacia la Via Augusta. Claudia está ensimismada con los dibujos de las aceras, hechos de azucarillos blancos y negros que hacen el camino más dulce. Enormes figuras multicolor como majestuosas cariátides, reproducen las imágenes de los Beatles en la puerta del Museo de Diseño ... Ligereza y color a pesar de las enormes proporciones. Reverso de espejo que refleja otra cara de Lisboa, la cámara se dispara una y otra vez tratando de captar esa otra ciudad sumergida. Como Orfeo viajando entre sueños, atravieso el espejo y recolecto esos colores sin forma en mi cesta de recuerdos. Me dejo llevar por la alegría general. Los pequeños se desfogan en estas calles sin coches, llenas de música y reclamos para todos los sentidos. Un gofre caliente para los más golosos, que me hace recordar aquellos de este verano en Bruselas, mi querida Carmen me llevó a los mejores lugares donde degustar el dulce belga por excelencia...

Jorge Drexler - Soledad

viernes, 5 de febrero de 2010

De Madrid a Lisboa (II)

... Las calles serpentean bajo los pies, buscando cualquier rincón donde reposar la mirada. Todo vale: Una puerta verde sobre la descascarillada fachada púrpura; un enorme girasol de plástico; un arco que se olvidó el tiempo y que enmarca las grúas de los astilleros; un maniquí de plástico escudriñando tras el cristal turbio de aquella ventana... escalones y más escalones que parecen girar sobre sí mismos: caminamos por el vientre de un caracol gigante que se eleva buscando el calor del sol. Pequeñas plazoletas torcidas nos salen al encuentro. Algunos naranjos saludan entre adoquines y muros de cal; aquella palmera se yergue como un faro que señala el camino. No hay pérdida, sólo hay que ir hacia arriba. Las palomas gorgojean sobre los tejados carmesís, llaman juguetonas a los niños, que disfrutan de barandillas sobre las que deslizarse, y cuyas risas se funden con la algarabía general.

Las murallas de San Jorge marcan el fin del ascenso. De nuevo aquí, la última vez esparcía papeles grises al viento, papeles que se desharían en el mar. Como si fuera ayer, vuelvo a beber de esta brisa sanadora que canta sobre Lisboa, que acaricia mi afligida memoria y devuelve el brillo a mis ojos. Cómo me gusta estar aquí, mi mirada camina por cada tejado, por cada balcón. A vista de pájaro la perspectiva cambia, somos pequeños frente a la inmensidad, pero tan grandes cuando nos entregamos a ella... El puente del 25 de abril cruza el río como una arteria que bombea la ciudad, El gigantesco Cristo Rei parece insuflar su aliento desde la otra orilla. Con sus 28 m de altura, se yergue majestuoso frente a la ciudad, envolviéndola con su abrazo. Copia del Cristo Redentor de Río de Janeiro, se construyó en 1959 como agradecimiento a Dios por haber mantenido a Portugal lejos de los horrores de la Segunda Guerra Mundial

La sangre de los tejados llena de vida cada rincón. La melancolía sale de su ensimismamiento y se encienden los corazones. El río se mueve hacia el mar, los coches se mueven sobre el puente, las gaviotas se mueven sobre las cabezas, las personas se mueven entre las calles, las calles se deslizan entre las paredes... Vida y frenesí bajo el disfraz de tristeza. Edificios de colores que esconden otros colores debajo, rollizos gatos deambulando por los jardines, la plaza del Rossio allá al fondo, vigilada de cerca por la de Figueira. Y tras el núcleo histórico se adivina la ciudad nueva, grandes edificios de cristal que podrían pertenecer a cualquier lugar...

Ana y los niños tienen su primer encuentro con la pastelería portuguesa: primer alto en el camino para disfrutar de un chà caliente y alguna delicia con crema y canela. Los pasteis de Belem dejan un regusto amargo en mi garganta, aunque hace poco más de un mes acompañaran mi viaje más dulce al norte del país, pero esa es otra historia... Claudia cae rendida ante la tarta de galleta, salimos del café y bajamos flotando las escalinatas hacia el puerto. El 28, vestido de amarillo reluciente, nos sale al paso a cada vuelta de esquina. Sube y baja sujeto al cielo y a la tierra, surcando las empinadas calles como mariposa en campo abierto. No me canso de mirar estos viejos tranvías que casi acarician a su paso las cornisas de algún edificio. Cicatrices de hierro clavadas a los adoquines se entrelazan y brillan bajo las gotas que empiezan a caer...


Bebe - Siempre me quedara

De Madrid a Lisboa (I)