miércoles, 24 de febrero de 2010

Bajo la piel del mar III


III
Ella deslizándose entre las aguas del mar,
embriagada por la luz turquesa del atardecer,
el sol que baila en las olas mece su alma...
Él soñando un falso sueño en la tierra gris,
desafiando al amor por miedo a su sombra,
el monstruo no es tan ajeno, abre los ojos!

Ella pinta la aurora de besos,
él enciende la noche con un pincel negro.
Ella grita su nombre al viento,
Mercurio corre a cumplir su destino,
él sólo oye su propio eco y no le gusta.
Con una daga de furia atraviesa al mensajero,
sin saber que sólo él muere.

Ella siembra estrellas en la oscuridad,
Él quiere apagar la luna.
Ella busca lo que él nunca fue,
él huye cabalgando en el miedo.
Y en un instante extraño, sus ojos se encuentran,
es un instante eterno.
Y en cada eclipse volverán a hacerlo.

martes, 23 de febrero de 2010

Bajo la piel del mar II


II
Me quedo con el recuerdo, pero no quiero.
Contracorriente navego, sobre olas de silencio agitado.
La vieja sirena bosteza en el arrecife, caracola en mano,
corazón encallado en la arena.
Quién guardará las promesas olvidadas en la niebla?
Quién besará los besos de nadie?
Teje un collar de perlas que nunca se acaba,
estúpida Penélope que se pierde en su mar de dentro.
Él se olvidó de tus cabellos amarrados al tiempo,
de tus manos de seda y nácar sobre su pecho,
de tu canto silencioso que hoy canta el cello.

domingo, 21 de febrero de 2010

Bajo la piel del mar I


I
Garganta amarga de cello
grita mi nombre
para que no olvide quien soy.
Ese arco hace vibrar las cuerdas de mi alma,
el eco salió por los ojos de ámbar.
Los amantes corren tras el tiempo y nunca llegan, nunca se encuentran,
sólo un hilo de ausencia les separa.
Un hilo de acero. Un hilo de araña.
Rostros perdidos, taciturnos, se miran pero no se ven,
sólo un espejo mentiroso donde hallarse uno mismo, no al otro.
Sigue tejiendo tu tela de plata, donde tu vida no escapa,
donde los sueños, prendidos con alfileres,
se secan al aire.

jueves, 18 de febrero de 2010

De Madrid a Lisboa (y VI)

... El amanecer es espectacular con ese colosal horizonte. El río parece haberse elevado sobre las nubes, pues el cielo está espeso y morado, mientras el sol lo empuja tratando de hacerse un hueco. Las palomas parlotean sobre los tejados vecinos. Todos duermen aún. Me gusta disfrutar de estos momentos de soledad, ver cómo el día empieza a abrirse hasta que la luz me abofetea para terminar de despertarme. Ya hay agua caliente, la mañana discurre tranquila y empezamos nuestro itinerario visitando la Torre de Belem. Tantas veces la habré fotografiado... pero lo vuelvo a hacer, una y otra vez, como si fuera la primera. Este modesto edificio de piedra blanca, imperturbable frente a las inclemencias del tiempo, frente a las olas que lo corroen, coronado de pequeñas cúpulas pintadas de verde por siglos de humedad, me recuerda a aquel faro encaramado sobre escarpadas rocas, habitado por ese personaje solitario que en una época me habría gustado ser.
Rumbo a Cascais, no reconozco el paisaje. Ningún rastro queda en mi memoria de este trayecto que recorrí hace tantos años. Edificios de reciente construcción se apiñan en la costa, vistiéndola de ese aspecto anodino e impersonal de tantos sitios turísticos. Los niños quieren ver el mar, jugar en la playa, buscar conchas y chapotear con las olas. Los entiendo muy bien, no es un mero capricho, es una necesidad que nos embarga de cuando en cuando. Un puesto de caracolas con móviles de nácar que cantan con el viento nos saluda al llegar. Bulliciosas gaviotas danzan sobre nosotros. Los niños corren pletóricos a quitarse los zapatos, a mojarse los pies en la orilla. Pozos sin fin, ballenas y otras criaturas del mar desentierran bajo la arena. Descalzos, su vitalidad se hace aún mayor al recibir simultáneamente la influencia de los cuatro elementos. Ana y yo, sentadas sobre una barquita de pesca apostada junto a la pared del paseo marítimo, disfrutamos de un espacio sólo nuestro, de confidencias y escucha, de acompañar y ser acompañadas, disfrutamos de nuestra amistad.
De vuelta a la capital queríamos hacer parada en los Jerónimos, pero volvemos a toparnos con una multitudinaria manifestación. Esta vez de transportes. Como interminables filas de hormigas, cientos de camiones anegan las calles con atronadoras bocinas. El escándalo es monumental, el acceso al monasterio, prohibitivo. El cansancio empieza a pasar factura entre la tropa, parte de la cual se retira a descansar al nido,allá en lo alto. Los más intrépidos se vienen conmigo al centro, una vez más antes de partir. Esas calles que reclaman suela nos esperan. Gofre con helado y chocolate caliente, saben que no les diré que no. Me regocijo viéndoles comer, sentada en medio de la Via Augusta, observando a la gente pasar. Muchos españoles buscándose en un plano, senegaleses ofreciendo pulseras de la suerte, acordeonistas pasando el sombrero... hasta un vendedor ofreciéndome marihuana tan sigilosamente que no entiendo lo que me dice. Le despido con un 'no, gracias' sin saber lo que me ofrece. Todo un acontecimiento para Claudia 'Jo, mamá ¿es que a tí te tiene que pasar de todo?'. Busco un kiosco para comprar el periódico, el dueño me pregunta si vinimos por la manifestación de ayer, y terminamos hablando de las becas Erasmus. Necesitamos encontrar información para un trabajo de Maurice.
Callejeamos de acá para allá, el ambiente nocturno es acogedor e invita a quedarse. Un grupo de tunos alegra aquel rincón con su repertorio estudiantil. Luces naranjas ahuyentan la oscuridad y visten las fachadas de fiesta. Las tiendas de souvenirs exhiben postales, gallos de Barcelos, camisetas de fútbol y mil objetos más. Nos cruzan el paso varios jóvenes que corren con instrumentos de viento entre las manos, poco después los encontramos tocando en una calle adyacente para beneplácito general: los viandantes se unen a la celebración, un improvisado grupo de baile acompaña la música ¿quien querría ir a dormir? Niki corretea incansable por las zonas peatonales hasta agotar las fuerzas, Claudia lo lleva a casa sobre la espalda. Un breve descanso, mientras Maurice elige para su comentario la noticia de la concentración de enfermeros, y Dánae termina sus tareas para el cole. Para luego sumergirnos en la noche. Después de subidas y bajadas, idas y venidas sin encontrar la catedral que nos sirve de referencia, reconocemos el camino a seguir gracias a las vías del eléctrico, que nos llevan hasta el restaurante donde esta noche habrá fado para deleite de los turistas. Horas de espera, música más o menos desgarradora según quien cante. Maravillosa la guitarra portuguesa, en una animada velada que termina agotando a los pequeños. De vuelta al apartamento, enseguida se hace el silencio. Mañana nos espera un día duro, y el regreso siempre es más largo.

Despedida y cierre. Quién pudiera tirar la maleta desde arriba... Último desayuno en Lisboa, en el que fue nuestro barrio durante estos días. Las ´torradas' me devuelven el aroma de aquel viaje, de aquel 'no podrá ser más'. Las maletas se amontonan en el coche, los niños se acomodan y emprendemos rumbo a Madrid. Adios, querida Lisboa ¡Hasta la próxima!


De Madrid a Lisboa (I)
De Madrid a Lisboa (II)
De Madrid a Lisboa (III)
De Madrid a Lisboa (IV)
De Madrid a Lisboa (V)

martes, 16 de febrero de 2010

De Madrid a Lisboa (V)

... Las meriendas en las pastelarias lisboetas son tan dulces como en cualquier otro rincón del país, paraíso de 'gourmandes' como yo. Quiero que los niños se impregnen bien de estos aromas que aún no han sufrido el mordisco de la globalización, y conservan esa impronta artesana que los hace únicos. Un delicioso té caliente con pastelillos para mantener el calor y aligerar el paso, aunque el clima aquí es ideal. Hasta 20º en pleno invierno. Tiemblo pensando en las nevadas que nos acechan en la Sierra de Madrid. Ese frío que cala hasta los huesos y que llevo tan mal, algún día me iré a vivir junto al mar, a un lugar de cálidas aguas donde poder sumergirme cada día, envuelta en el manto turquesa hilado con luz, embriagada con el sobrecogedor sonido que tanto se parece al silencio, aunque es tan distinto.

La noche va cayendo sobre nosotros, despacio y sin apenas darnos cuenta. Al tiempo, en el cielo se eleva una gigantesca luna amarilla que pretende competir con el sol, al que tanto ama, pero con quien nunca podrá encontrarse. Ella impregnó de plata aquellas gotas vespertinas de lluvia; él acaricia su rostro de porcelana antes de desaparecer bajo el mar, tras cubrirla de besos dorados que transporta el aire. Y en medio de la Plaza del Trigo, nuestro oscuro portal abre sus fauces ocultando los dientes de madera carcomida. Los 6 pisos no saben a nada tras todos los escalones recorridos durante el día. Hasta este rincón sombrío y solitario tiene un encanto especial, balcones en cada planta (para hacer un alto en el camino?), extrañas dobles puertas en algunas casas: una exterior enrejada sobre la interior de madera, macetas con ficus de plástico de lo más 'kitch', un enorme espejo apoyado contra la pared en el rellano de la 5ª planta, y al final del todo, cuando la pendiente se acentúa, tras el último peldaño... nuestro entrañable ático erguido frente a todo. Con la única compañía de la dracaena marginata de la terraza, me siento, embelesada por la danza de la noche, el río abrazado a la brisa que lo mece, la música corre por mis venas, pero ningún frío. Necesito caminar esa noche, sentirla como sentí el día, andar deprisa y que los recuerdos no me alcancen... cualquier excusa es buena para volver al malecón, sumergirse en las oscuras callejas que lo bordean, solitarios borrachos me sobresaltan de cuando en cuando, pero todo está bien, el miedo quedó desterrado hace mucho tiempo, y hoy siento que el amor vela por mí. A paso de fuego, bajo la vigilancia de esa luna de oro, camino hacia la estación en busca de una barra de pan para la cena. Aquí no hay tiendas, sólo ruidos de cristales, ácidas sirenas que pintan el negro con una estela azul, trenes que van y vienen chillando sobre los raíles...
Los kilómetros empiezan a pesar bajo las suelas, es hora de volver, ya me dí mi baño de estrellas y esquivé por un rato a la memoria. El barullo de los niños que se bañan, se visten y juegan, me devuelve a la realidad. Ana se pelea con una caldera que no quiere encenderse, el automático de la luz salta al encender dos radiadores al unísono, Maurice y Niki luchan con las almohadas mientras Dánae y Claudia bailan al son de la ensordecedora música del mp4. Esa cotidianeidad es enternecedora cuando no te desquicia, y hace tiempo que aprendí a tomarme estas cosas con calma. Preparamos una frugal cena, compartiendo momentos entrañables alrededor de la mesa, recordando con entusiasmo las impresiones del día. Curiosas las preferencias de cada uno: la melancólica Claudia se queda con las aceras en blanco y negro; Niki recuerda los dulces, como no; Dánae se decanta por los férreos tranvías; y Maurice se queda con el imperturbable río. Impresionante, no fallan los temperamentos, aquí hay para todos los gustos. Abrimos la botella de Alentejo blanco que se pavoneaba en la cocina, nada que ver con aquel delicioso vino que compartía hace tan poco tiempo en una autocaravana junto al mar, al sur de Oporto, con ese amor que no consigo olvidar.
El Reiki me ayudará a dormir, no consigo borrar de mi mente sus preciosos ojos verdes, ni todos los kilómetros del mundo servirían. Me rindo, nada puedo hacer, salvo esperar a que el sueño venga a buscarme. Allá donde voy no podrá alcanzarme el recuerdo más que para desvanecerse en la niebla...


Revolver - Faro de lisboa

De Madrid a Lisboa (I)
De Madrid a Lisboa (II)
De Madrid a Lisboa (III)
De Madrid a Lisboa (IV)

domingo, 14 de febrero de 2010

De Madrid a Lisboa (IV)

... Músicos ambulantes embriagan el oído, acordeones desperdigados por las esquinas junto a pobres perritos que sostienen el cubilete para las monedas entre los dientes, actuando de reclamo para viandantes de escaso seso. El elevador de Santa Justa nos alza sobre el Rossio para mostrarnos de nuevo una Lisboa desde arriba, frente al castillo de San Jorge que resplandece con las últimas pinceladas de sol. El hierro me transmite una fuerza que conozco bien, envuelve el ascensor en un encaje metálico de hilos perfectamente entrelazados, que arropa nuestro trayecto.

De nuevo el 28, esta vez nos invita a subir para recorrer las principales vías del centro desde su vientre de madera. Ahora desde un cómodo asiento, volvemos al castillo, la catedral y las callejuelas empinadas de la Alfama. Sonríen los balcones forjados a nuestro paso. Atravesamos la Baixa y otra vez arriba, esta vez al Barrio Alto. Y es que Lisboa, como Roma, se levanta sobre siete colinas. Lo que parece un corto trayecto se convierte en un interminable ascenso por las innumerables escaleras que salpican la ciudad. El Pessoa de bronce sigue allí, en la puerta del café A Brasileira. En mi última visita mochila en ristre, cinco años atrás, hacía allí una larga parada, periódico en mano, las suelas gastadas y el alma inquieta, tras patear una y otra vez las céntricas calles tratando de absorber cada detalle.

Escaparates que invitan a comprar, las mismas marcas que en cualquier lugar, pero zapatos como esos sólo aquí. Cuando era pequeña cruzaba con mi familia la frontera por Ayamonte, en un Ferry sobre el Guadiana. Ibamos en busca de mantequilla, toallas, porcelana...Aún vendían leche fresca a granel, y en las tiendas olía a pan recién hecho. Las mujeres portuguesas venían a España y volvían a su país con cubo y fregona en mano, imagen que me sorprendía considerablemente. Mi madre decía que los zapatos portugueses eran preciosos, aún recuerdo aquellos de charol negro con pulsera y pequeño tacón ribeteado con un hilo dorado, punta escotada y cuadrada. A mis 10 años me sentía como una princesa. No he vuelto a tener unos zapatos tan bonitos como aquellos. Unas deslumbrantes botas de ante morado y tacón alto de caucho me llaman a través del cristal de uno de los comercios. Están tan rebajadas... me las regalo para estrenarlas al volver a casa, y pisar el suelo de Madrid con un nuevo brío, fuerzas renovadas y corazón despejado.

Las meriendas en las pastelarias lisboetas son tan dulces como en cualquier otro rincón del país, paraíso de 'gourmandes' como yo. Quiero que los niños se impregnen bien de estos aromas que aún no han sufrido el mordisco de la globalización, y conservan esa impronta artesana que los hace únicos. Un delicioso té caliente con pastelillos para mantener el calor y aligerar el paso, aunque el clima aquí es ideal. Hasta 20º en pleno invierno. Tiemblo pensando en las nevadas que nos acechan en la Sierra de Madrid. Ese frío que cala hasta los huesos y que llevo tan mal, algún día me iré a vivir junto al mar, a un lugar de cálidas aguas donde poder sumergirme cada día, envuelta en el manto turquesa hilado con luz, embriagada con el sobrecogedor sonido que tanto se parece al silencio, aunque es tan distinto...


Fito y Fitipaldis - Que me arrastre el viento

De Madrid a Lisboa (I)
De Madrid a Lisboa (II)
De Madrid a Lisboa (III)

miércoles, 10 de febrero de 2010

De Madrid a Lisboa (III)

... Este cielo de Lisboa, secreto de la mágica luz que la inunda atrapando las miradas, es ahora morado intenso, nunca gris, con una ventana abierta al sol de poniente que ilumina las fachadas de colores congelando en mi memoria la postal más increíble. No puedo más que mirar a mi alrededor, arriba y abajo, sin dar un paso. La escena cambia a cada segundo, ahora bajo un tono metálico y mojado, ahora entre una neblina dorada...
La oscura Sé abre la boca tragando cualquier atisbo de luz, osadas las vidrieras que horadan sus espesos muros de piedra. Románica en origen, ha ido incorporando diversos estilos tras las reconstrucciones que sucecieron a los numerosos terremotos que ha sufrido la ciudad. El más importante, el de 1755, aquel fatídico día de Todos los Santos, en que el sunami que reemplazó al seísmo subió por el Tajo como un gigante de agua que engullía todo a su paso.
Otra parada para reponer fuerzas: bocatas caseros que desaparecen en pocos minutos. Esta ciudad hace hambre, niños y mayores callan mientras los tranvías chirrían a pocos centímetros. Seguimos caminando, ahora sobre llano, salpicados por las pequeñas lágrimas que llora el cielo antes de volver a reír cuando el sol le hace cosquillas. La Plaza del Comercio al fondo, las olas blancas y negras de las aceras hacen del paseo un baile mojado y jovial. La gigantesca explanada está convaleciente por una nueva remodelación, aún no he conseguido verla desnuda, siempre oculta tras andamios y telas que tapan las heridas. Asoma tímida en el centro la estatua de José I, y el flamante Arco del Triunfo da paso a un espacio más transitable, la rua Augusta. Las 2 torres que la flanquean de cara al río son los únicos vestigios que sobrevivieron al gran terremoto. El resto se concibió con un nuevo espíritu que años despúes sería escenario de importantes acontecimientos, como la Revolución de los Claveles de 1974. Hoy, aquél espíritu revolucionario se reencarna en los manifestantes que llenan las calles por miles: los enfermeros, llegados de todo el país, protestan contra la precariedad laboral. Protesta gigantesca, tambores que la secundan, vías cortadas al tráfico, altavoces gritando consignas...

Terremoto humano que hace tambalear los cimientos lisboetas. Me sorprende el poco eco en la prensa local el día después. Cantando bajo la lluvia, me siento feliz rodeada de niños, propios y ajenos. Me gusta su entusiasmo contagioso, la mirada transparente, el juego sin fin... En ellos, todo es de verdad, risas y lágrimas, que alternan con pasmosa naturalidad. Atravesamos victoriosos el Arco del Triunfo hacia la Via Augusta. Claudia está ensimismada con los dibujos de las aceras, hechos de azucarillos blancos y negros que hacen el camino más dulce. Enormes figuras multicolor como majestuosas cariátides, reproducen las imágenes de los Beatles en la puerta del Museo de Diseño ... Ligereza y color a pesar de las enormes proporciones. Reverso de espejo que refleja otra cara de Lisboa, la cámara se dispara una y otra vez tratando de captar esa otra ciudad sumergida. Como Orfeo viajando entre sueños, atravieso el espejo y recolecto esos colores sin forma en mi cesta de recuerdos. Me dejo llevar por la alegría general. Los pequeños se desfogan en estas calles sin coches, llenas de música y reclamos para todos los sentidos. Un gofre caliente para los más golosos, que me hace recordar aquellos de este verano en Bruselas, mi querida Carmen me llevó a los mejores lugares donde degustar el dulce belga por excelencia...

Jorge Drexler - Soledad

viernes, 5 de febrero de 2010

De Madrid a Lisboa (II)

... Las calles serpentean bajo los pies, buscando cualquier rincón donde reposar la mirada. Todo vale: Una puerta verde sobre la descascarillada fachada púrpura; un enorme girasol de plástico; un arco que se olvidó el tiempo y que enmarca las grúas de los astilleros; un maniquí de plástico escudriñando tras el cristal turbio de aquella ventana... escalones y más escalones que parecen girar sobre sí mismos: caminamos por el vientre de un caracol gigante que se eleva buscando el calor del sol. Pequeñas plazoletas torcidas nos salen al encuentro. Algunos naranjos saludan entre adoquines y muros de cal; aquella palmera se yergue como un faro que señala el camino. No hay pérdida, sólo hay que ir hacia arriba. Las palomas gorgojean sobre los tejados carmesís, llaman juguetonas a los niños, que disfrutan de barandillas sobre las que deslizarse, y cuyas risas se funden con la algarabía general.

Las murallas de San Jorge marcan el fin del ascenso. De nuevo aquí, la última vez esparcía papeles grises al viento, papeles que se desharían en el mar. Como si fuera ayer, vuelvo a beber de esta brisa sanadora que canta sobre Lisboa, que acaricia mi afligida memoria y devuelve el brillo a mis ojos. Cómo me gusta estar aquí, mi mirada camina por cada tejado, por cada balcón. A vista de pájaro la perspectiva cambia, somos pequeños frente a la inmensidad, pero tan grandes cuando nos entregamos a ella... El puente del 25 de abril cruza el río como una arteria que bombea la ciudad, El gigantesco Cristo Rei parece insuflar su aliento desde la otra orilla. Con sus 28 m de altura, se yergue majestuoso frente a la ciudad, envolviéndola con su abrazo. Copia del Cristo Redentor de Río de Janeiro, se construyó en 1959 como agradecimiento a Dios por haber mantenido a Portugal lejos de los horrores de la Segunda Guerra Mundial

La sangre de los tejados llena de vida cada rincón. La melancolía sale de su ensimismamiento y se encienden los corazones. El río se mueve hacia el mar, los coches se mueven sobre el puente, las gaviotas se mueven sobre las cabezas, las personas se mueven entre las calles, las calles se deslizan entre las paredes... Vida y frenesí bajo el disfraz de tristeza. Edificios de colores que esconden otros colores debajo, rollizos gatos deambulando por los jardines, la plaza del Rossio allá al fondo, vigilada de cerca por la de Figueira. Y tras el núcleo histórico se adivina la ciudad nueva, grandes edificios de cristal que podrían pertenecer a cualquier lugar...

Ana y los niños tienen su primer encuentro con la pastelería portuguesa: primer alto en el camino para disfrutar de un chà caliente y alguna delicia con crema y canela. Los pasteis de Belem dejan un regusto amargo en mi garganta, aunque hace poco más de un mes acompañaran mi viaje más dulce al norte del país, pero esa es otra historia... Claudia cae rendida ante la tarta de galleta, salimos del café y bajamos flotando las escalinatas hacia el puerto. El 28, vestido de amarillo reluciente, nos sale al paso a cada vuelta de esquina. Sube y baja sujeto al cielo y a la tierra, surcando las empinadas calles como mariposa en campo abierto. No me canso de mirar estos viejos tranvías que casi acarician a su paso las cornisas de algún edificio. Cicatrices de hierro clavadas a los adoquines se entrelazan y brillan bajo las gotas que empiezan a caer...


Bebe - Siempre me quedara

De Madrid a Lisboa (I)

martes, 2 de febrero de 2010

De Madrid a Lisboa (I)

Corría ansiosa persiguiendo al sol. Ese sol que duerme en lisboa. El río de asfalto la lleva y la mece bajo el cielo dorado, mientras los alcornoques salpican de plata oscura el deslumbrante verde del suelo. Apenas han cruzado la frontera cuando varias patrullas de policia nacional les dan el alto. Se rompe el silencio al bajar el cristal, muchos coches en el arcén, sirenas azules ¿se habrá declarado alguna guerra? el agente me mira desconfiado y reclama la documentación del vehículo. Todo en orden, pero ¿y los papeles de los niños? No me lo puedo creer, los olvidé -No pueden entrar en Portugal indocumentados ¿y si no fueran suyos? Hay mucho tráfico de niños ¿porqué cree que estamos aquí?- Un par de inspectores de la brigada anticrimen se acercan, me miran una y otra vez pero tras mis ojos no está lo que buscan. Observan a los niños, les preguntan... -"Qué hacemos?" comentan entre ellos -"Se parecen mucho a ella, van a Lisboa..." -"Deberíamos retenerlos hasta identificarlos... Está bien, sigan, pero no se puede viajar así, tengan cuidado y no vuelvan a salir sin documentación". Nos alejamos divertidos. Curiosa manera de comenzar el viaje, bonita la sonrisa cómplice del policía que por un instante escapa de su papel de duro...

El bullicio de los niños me mantiene despierta en la telaraña de acceso a la ciudad. Atrás quedan 700 km negros, no los quiero ver más. Nos espera el Tajo, río silencioso que guarda todas las memorias bajo su manto argentino. Y las vuelca en el mar. Será por eso que me gusta tanto esta ciudad. Nos alojamos en la Alfama, el corazón más viejo y magullado, interminables escaleras de madera crepitante hasta el sexto que roza el cielo. Es la vivienda de una artista, libros de pintura se amontonan frente a una terraza sobre el río. Carboncillos que me recuerdan mi época de estudiante, sobre papeles amarilleados por los años, como recuerdos gastados de una vida pasada. Impresionantes vistas, Lisboa es nuestra. Bajo la manta negra salpicada de estrellas, el sueño viene a nuestro encuentro hasta que las campanas de una iglesia cercana nos anuncian el nuevo día...



Chavela Vargas - Paloma negra

De Madrid a Lisboa (II)