Si de algo no podría prescindir es de la música. Nada hay tan maravilloso, tan sublime. Para ordenar el caos, para expresar la alegría, la tristeza, el fuego, el agua, el hastío, el pasado, el futuro, la fuerza, el otoño, la pasión, el desamor, la esperanza… Nada me ha dado tanto como el piano, cada día somos más uno… La capacidad de escucha se multiplica, la sensibilidad para detectar los matices más pequeños se dispara. Todo el ser vibra con el mundo, con cada rumor del viento... el murmullo de las hojas en otoño, la lluvia en su encuentro con el mar, las pisadas sobre la tierra, aquel gato noctámbulo cuyo eco retumba en los tejados… La más mínima alteración en el tono de tu voz me desvelará tu enigma.
Me gusta el silencio al que me obliga su paciente estudio, y sentirme rodeada de otros músicos, con su receptibilidad fuera de lo común. Cada uno con su lucha, su grandeza y sus limitaciones, su perseverancia y su humildad. Continuamente dispuestos a aprender del otro, escuchando, brindando su apoyo...
Siempre hay una pieza que describe a la perfección nuestro estado de ánimo en un momento dado. La mía ahora es esta. Gracias, Eric Satie, por este precioso regalo.