Blois, miércoles 16 de julio de 2008
Qué sueño tengo esta mañana. El despertador sonó a las 8 y no nos podíamos levantar. El último bicho debió caer a las 3, hemos dejado toda la pared llena de marcas. Desayuno pan, aguacate, un melocotón, un zumo de naranja y unos pistachos. Lista para un nuevo día. Nos vamos a tomar con calma la jornada de hoy, al fin y al cabo estamos de vacaciones. Lo primero será ir la la famosa abadía, tengo muchas ganas de escuchar cantar a los monjes.
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Estamos en un albergue a las afueras de Blois. Queríamos ir a buscar une chocolatière esta noche, pero aquí cierran a las 22,30 y ya es tarde. Habrá que esperar a otro día. Me ha hecho mucha gracia que, estando coloreando el sello de hoy, me fijo en la tapa de la caja de las ceras y veo: ‘Lady Godiva – chocolatier’. He dado un respingo en la silla…
Este es un lugar muy siniestro, digno del mejor Hitchcock. Acabo de ir al baño y casi me muero del susto, hay que salir fuera, y está todo oscuro, y no hay ni un alma. Las estrellas tienen miedo, y las sombras bailan con el viento, al compás de ese escalofriante silbido. Que nada se mueva porque se me saldría el corazón por la boca. ¿Y si hubiera algún monstruo escondido en un tenebroso rincón? Las criaturas de luz duermen, dejando paso a los lóbregos personajes que pueblan las pesadillas.
Y por aquí hay un tipo muy raro que mira fijamente pero no habla, y siempre con una botella en la mano. Se sienta en su silla con un libro delante, yo diría que no pasa página, hace mucho que no pasa página. No mira pero está pendiente de todo, su acechante pensar se clava en mi cuerpo, pegajoso y afilado. No cedo a esta sensación, la conozco bien y lucharé, como tantas veces. La confusión mezcla una cosa y otra, me recuerda que la habitación se queda abierta… negras ideas y recuerdos impenetrables escupe mi cabeza. Temblorosa pero firme me siento en la mesa de al lado, con mi bloc de dibujo, con mi diario, con mis pinturas. Y enseguida estoy feliz, sumergida en mi trabajo.
Qué diferente es todo a la luz del día. Los preciosos cipreses que me asustaban, siguen bailando, suena distinto el aire de la mañana. El tipo solitario de la botella me mira desde su silla, en el comedor oscuro, desde la soledad más impenetrable, suplicando una pizca de amor. Me conmueve, antes de poder pensar en nada una sonrisa se cuelga en mis labios. Él me da las gracias con un destello en la mirada, eterno. La vida es maravillosa.

La abadía es de una belleza cálida y envolvente. No había visto antes un edificio románico tan colosal. Llama la atención tanta luminosidad, y la alegría que se respira. Una forma totalmente diferente de percibir a Dios que en la catedral de Orleáns, por ejemplo, donde lo divino está mucho más lejos.
He cogido los papelitos con las letras y partituras de las canciones y me los he guardado clandestinamente en el bolsillo, no podía dejar de hacerlo, asi me llevo la música conmigo. Y Carmen ha querido encender una vela de 1 euro en compensación, todo arreglado.



Beaugency es un pueblo medieval muy bello. Muy cuidado y acogedor. Decidimos pasar allí la tarde, sin prisas. Mis piernas agradecen poder caminar un poco. Es el pueblo de las flores, qué increíble sentido del color tienen estas gentes para combinar las plantas de esta manera. No puedo dejar de fijarme en cada maceta, mis ojos están atrapados por esa vibrante sensación. Rojo, rosa, violeta y blanco con un toque verde… Morado, fuxia y una pizca de amarillo… Estoy extasiada… La piedra blanca de las casas me gusta. Todos los edificios de la región se visten con ella.

De camino a Blois, donde hemos reservado albergue, paramos en el grandioso Chambord. Qué magnificiencia, qué derroche de todo. Da vértigo mirarlo. Se asoma la idea de porqué los guillotinaron a todos, no me extraña nada viendo esto. A pesar de ello, el edificio es magnífico, exuberante y muy bello. Por la noche hay un espectáculo de luz que quizá veamos mañana…

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