Se siente diminuta junto al enorme joven de color sentado a su izquierda. Desea sumergirse en la música templada, acurrucarse bajo capas de notas que acallen su mente, aunque sea un instante.
Se siente tan cansada... una extraña placidez le susurra cálidas burbujas de calma, a las que su cuerpo se entrega mientras su cabeza hierve de inquietud.
Buscando una salida, se entrega a la imagen de su amiga Caty deslizando el color sobre el papel como si nunca hubiese hecho otra cosa. Desde el pálido cobalto del zénit hasta el regio púrpura del horizonte, tras un primer plano que baila entre malvas, violetas y poderosos morados, el pincel acaricia la superficie como una prolongacion de su mano, de su alma, anunciando cambios en un plano aún por llegar. Clara bebe de ese sosiego, y se sumerge en un profundo sueño envuelta por la música, la tensión quedó atrás.
Añora la cotidianeidad que no conoció. Los tiempos de no pisar el suelo quedaron atrás. Quería calma, extrañaba esa rutina tan denostada ayer. No creía en la fugacidad, ha de permanecer lo que está, lo que se toca, y no los sueños transparentes que se evaporan al abrir los ojos. La realidad se construye cada día, a cada momento, con la constancia y la presencia.
Abrumada por la ausencia, el vacío abre camino a la duda. Una sacudida a tiempo la despierta y llama a arrojar el confortable abrigo negro, el falso calor de la vana ilusión. Artemisa acude a su encuentro, de nuevo trata de guiar sus pasos y acallar a la silente Hera de piel de nácar. Ella sabrá qué hay que hacer, y se pone en sus manos.