El Museo Thyssen Bornemissa y la Fundación Caja Madrid nos muestran su lado más pasional en este recorrido por el erotismo en la historia del arte de los últimos 500 años. Artistas de toda índole dejan volar sus instintos en pinturas, esculturas, fotografías o vídeos: José Ribera, Rubens, Gustave Courbet, Picasso, Saura, Dalí, Richard Avedon, Man Ray, Andy Warhol, Bill Viola, Henri Rousseau...La ubicación en dos sedes responde a una diferenciación de criterios: mientran que el Thyssen nos muestra los peligros mortales de la pasión erótica, la Fundación Caja Madrid ilustra la erotización de la muerte.
La transgresión que da lugar al erotismo, constituye un elemento diferenciador del ser humano frente al mero impulso reproductivo del animal: en la expresión artísitica se desborda dando salida a una imaginación que la razón reprime, permitiendo integrar aquella sombra en la vida cotidiana. Prohibido prohibir, los sueños son libres. En eso se centra esta exposición, igual que el magnífico libro homónimo en que se basa. Siempre de la mano, Eros y Tánatos se pasean en estas obras hurgando en nuestra memoria, desempolvando secretos a los que nadie escapa. Bataille, autor del ensayo que da nombre a la muestra, concibe el orgasmo como pequeña muerte, anticipo de aquella que habrá de llegar después. Según él, la asociación entre sexo y placer se debe a la conciencia de la proximidad de un fin inevitable.
Diana y Escidion, Venus, La Piedad, María Magdalena, Apolo y Jacinto, bellas suicidas como Cleopatra y Ofelia, Adán y Eva... Hasta el 31 de enero. Más que el catálogo de la exposición, quiero recomendaros el libro de Georges Bataille Lágrimas de Eros (Barcelona, Tusquets Editores, 1997).
miércoles, 27 de enero de 2010
lunes, 25 de enero de 2010
La oveja negra
La noche pintaba bien. Tras las rasgadas cortinas negras del cielo dormido, sonreía la luna. Sara y Vicky la contemplaban mientras cantaban a pleno pulmón el repertorio apasionado que sonaba en la radio del coche. La carretera vacía se perdía en la sombra, como en aquella película de David Lynch, y volvía a aparecer sinuosa y oscura tras cada horizonte. Segura del camino a seguir, Sara pisaba firme el acelerador, y Vicky confiaba en su amiga. Al otro lado de la montaña les esperaba de nuevo la voz de Rebeca, que tocaba en un local de un pueblito de Segovia. Segovia una y otra vez, Sara ha de sucumbir al peso del recuerdo, sus manos tratan de aferrarse al olvido pero la cuerda se rompe de nuevo.
La amistad las arropa en la noche fría, las palabras no son necesarias para comprender el corazón, ambas han vivido circunstancias parecidas que las han hecho desarrollar aún más una sensibilidad fuera de lo común.
Kilómetros y kilómetros de complicidad, qué grande es el mundo. Parecen no llegar nunca a su destino, pero no importa si el camino es confortable. Tras aquella curva mentirosa aparecen al fin, sobre la loma, las casitas apiñadas de Cabañas de Polendos. Como en un pueblo fantasma, ni un alma da vida a sus calles apagadas, en las que el tiempo parece haberse congelado.
Recorren el laberinto empedrado sin hallar el local donde actúa Rebeca. Vuelta sobre vuelta, parece la broma pesada de algún perverso duende. Hasta que lo encuentran. Varios coches aparcados en la puerta lo flanquean, y una luz ambarina les da la bienvenida cual simpática luciérnaga. No puede ser, están en La Oveja Negra ¿es que todo ha de recordarle a él? Una vez dentro, la envolvente música las saluda, los ojos negros de Rebeca brillan al fondo de su profunda mirada, como el pelo oscuro bajo el que a veces se esconde. La melancolía flota entre el humo de los cigarrillos.
Como en un ensueño, Sara se deja mecer por la tristeza de esas letras desgarradas, hasta que un cartel colgado sobre la barra del bar la devuelve a este mundo: "llévate tu oveja negra por 4 euros". Cómo le hubiese gustado regalársela a él, ojalá las cosas hubiesen sido de otra manera. De nada sirve seguir lamentándose. Empieza a sentir frío en la garganta. Vicky lo adivina sin saberlo, y se acerca a su amiga con una copa de vino que arrastra la amargura a otro lugar. Falso Yo teñido de rojo, sangre hueca que quema las entrañas para arrojarlas luego al pozo helado del silencio. Pero ahora crea un espacio para encuentros y risas. Allí está el hermano de Vicky, Jaime, que las saluda con un tono entre divertido y pícaro. Nos presenta a sus amigos: "aquí mi hermana; aquí mi futura ex-mujer". Estalla una carcajada mientras Sara se queda petrificada antes de sucumbir a la alegría general, si todo fuera tan fácil... No hay sitio en su interior para nadie, él sigue allí aunque no esté, ella es su prisionera, cautiva de la ausencia, cautiva de la memoria traicionera, cautiva de nadie...
Ambas van a ver a Rebeca, brindan juntas por la amistad eterna "¿cuantos corazones has roto hoy, Sara? no lo niegues, seguro que unos cuantos", pregunta divertida Rebeca "No lo niego, el mío fue el que se rompió, aún ando recogiendo los pedazos perdidos entre la niebla".
La amistad las arropa en la noche fría, las palabras no son necesarias para comprender el corazón, ambas han vivido circunstancias parecidas que las han hecho desarrollar aún más una sensibilidad fuera de lo común.
Kilómetros y kilómetros de complicidad, qué grande es el mundo. Parecen no llegar nunca a su destino, pero no importa si el camino es confortable. Tras aquella curva mentirosa aparecen al fin, sobre la loma, las casitas apiñadas de Cabañas de Polendos. Como en un pueblo fantasma, ni un alma da vida a sus calles apagadas, en las que el tiempo parece haberse congelado.
Recorren el laberinto empedrado sin hallar el local donde actúa Rebeca. Vuelta sobre vuelta, parece la broma pesada de algún perverso duende. Hasta que lo encuentran. Varios coches aparcados en la puerta lo flanquean, y una luz ambarina les da la bienvenida cual simpática luciérnaga. No puede ser, están en La Oveja Negra ¿es que todo ha de recordarle a él? Una vez dentro, la envolvente música las saluda, los ojos negros de Rebeca brillan al fondo de su profunda mirada, como el pelo oscuro bajo el que a veces se esconde. La melancolía flota entre el humo de los cigarrillos.
Como en un ensueño, Sara se deja mecer por la tristeza de esas letras desgarradas, hasta que un cartel colgado sobre la barra del bar la devuelve a este mundo: "llévate tu oveja negra por 4 euros". Cómo le hubiese gustado regalársela a él, ojalá las cosas hubiesen sido de otra manera. De nada sirve seguir lamentándose. Empieza a sentir frío en la garganta. Vicky lo adivina sin saberlo, y se acerca a su amiga con una copa de vino que arrastra la amargura a otro lugar. Falso Yo teñido de rojo, sangre hueca que quema las entrañas para arrojarlas luego al pozo helado del silencio. Pero ahora crea un espacio para encuentros y risas. Allí está el hermano de Vicky, Jaime, que las saluda con un tono entre divertido y pícaro. Nos presenta a sus amigos: "aquí mi hermana; aquí mi futura ex-mujer". Estalla una carcajada mientras Sara se queda petrificada antes de sucumbir a la alegría general, si todo fuera tan fácil... No hay sitio en su interior para nadie, él sigue allí aunque no esté, ella es su prisionera, cautiva de la ausencia, cautiva de la memoria traicionera, cautiva de nadie...
Ambas van a ver a Rebeca, brindan juntas por la amistad eterna "¿cuantos corazones has roto hoy, Sara? no lo niegues, seguro que unos cuantos", pregunta divertida Rebeca "No lo niego, el mío fue el que se rompió, aún ando recogiendo los pedazos perdidos entre la niebla".
En el camino de regreso a casa, la soledad no muerde como otras veces. Hoy Sara se siente acompañada, querida. Sus amigos velan por ella, aún en la distancia. Y colgada del retrovisor, la pequeña oveja negra se columpia al son de los recuerdos.
miércoles, 20 de enero de 2010
El tren se detiene...
Me encantan las estaciones. Sus enormes estructuras de hierro, los trenes entrando y saliendo lentamente, los viajeros de toda clase y condición deambulando de acá para allá. Despedidas y reencuentros. Risas y lágrimas. Abrazos e indiferencia... Hay mil detalles que acaparan la mirada: cristales rotos por donde se filtra el agua, rincones oscuros donde quizá habiten silenciosas criaturas, vigas de madera que se apilan en los andenes, edificios decadentes que parecen haber sido concebidos así, vías que se cruzan y entrecruzan en laberintos sin fin, viejos vagones abandonados... El tiempo que parece condensarse en forma de bruma que hoy vino a visitarnos, si pudiera hablar cuántas historias nos contaría. El ayer y el mañana parecen confluir aquí, en este espacio atemporal donde nacen y se disipan miles de sueños.
Necesitaba estar conmigo y no lo dudé un instante: fuera donde fuera, iría en tren. Miles de veces soñé con coger uno sin saber adónde iría, me dejaría sorprender por el destino, quizá por eso me perdí tantas veces, suspendida en mis ensoñaciones equivocaba la línea y me percataba de ello después de haber recorrido una considerable distancia... Ya no me sucede, ahora estoy aquí, donde yo decido.
Me gusta el traqueteo rítmico que me mece en mi asiento. Me gusta leer durante el trayecto. A veces prefiero escuchar las conversaciones de la gente, recuerdo hace algunos años, aquella entre una madre y su hija adolescente, su historia me hizo llorar: - Mamá, tienes que dejarlo, no puedes seguir haciéndote daño así... - Sí, hija, lo sé. Pero es tan difícil... Me siento tan vacía sin el alcohol...- Mi pequeño mundo se desvanecía, ante el dolor más bello.
El tren se va deteniendo, el 'buuummm... buuuuumm...' se hace cada vez más lento. Estamos entrando en Chamartín en este día extraño en que no acaba de amanecer. Y en medio de esta penumbra anodina, fantasmales edificios van quedando atrás: las gigantescas torres han sido decapitadas por la niebla. Mis ojos las buscan pero sólo encuentran un cielo espeso y opaco pintado de blanco. Me siento como la Chihiro de Miyazaki adentrándose en el túnel de aquél iniciático viaje. Atrás quedará una vida, como la piel de la serpiente, y crecerá otra con más color y luz.
El vagón se detiene. Las puertas se abren 'chsssssssss'. Tengo tantas escenas de cine en mi memoria... pero no echo de menos a nadie a la llegada, sólo quiero encontrarme a mí. Los pies toman tierra, siento de verdad ese suelo que llama a caminar. Recorro las calles de la ciudad mientras la lluvia se desliza por mi rostro y empapa mis cabellos, el frío no es muy intenso y recibo el agua como una caricia del cielo. Las luces de los coches brillan sobre el asfalto. El aire parece limpio a pesar de la bruma que arropa las azoteas. Los edificios sonríen. Las calles serpentean tratando de esquivar mil y una excavaciones, los peatones apenas alcanzan a seguirlas. Disfruto de cada paso, incluso sobre el barro: charcos, asfalto, tierra mojada... Me gusta el olor del aire cuando llueve, y el contacto de la brisa sobre mi cara, que mira hacia arriba como una planta sedienta, mientras cientos de paraguas multicolores caminan a mi alrededor. Un té humeante me espera en ese café, y hoy me regalaré el pecado más dulce, el de chocolate y avellanas. Me hundo en el cálido sillón rojo intenso que me espera al fondo de la sala... hummmm, qué parada tan reconfortante antes de seguir caminando. Fuera, el alegre bullicio salpica cada esquina. Los instrumentos de aquélla tienda de música parecen sonar al ritmo de la ciudad.
Calada hasta los huesos, feliz de poder sentir así, con aspecto de trágica heroína escapada de algún drama, me dirijo hacia mi objetivo: Las Lágrimas de Eros. No podía ser otro.
Necesitaba estar conmigo y no lo dudé un instante: fuera donde fuera, iría en tren. Miles de veces soñé con coger uno sin saber adónde iría, me dejaría sorprender por el destino, quizá por eso me perdí tantas veces, suspendida en mis ensoñaciones equivocaba la línea y me percataba de ello después de haber recorrido una considerable distancia... Ya no me sucede, ahora estoy aquí, donde yo decido.
Me gusta el traqueteo rítmico que me mece en mi asiento. Me gusta leer durante el trayecto. A veces prefiero escuchar las conversaciones de la gente, recuerdo hace algunos años, aquella entre una madre y su hija adolescente, su historia me hizo llorar: - Mamá, tienes que dejarlo, no puedes seguir haciéndote daño así... - Sí, hija, lo sé. Pero es tan difícil... Me siento tan vacía sin el alcohol...- Mi pequeño mundo se desvanecía, ante el dolor más bello.
El tren se va deteniendo, el 'buuummm... buuuuumm...' se hace cada vez más lento. Estamos entrando en Chamartín en este día extraño en que no acaba de amanecer. Y en medio de esta penumbra anodina, fantasmales edificios van quedando atrás: las gigantescas torres han sido decapitadas por la niebla. Mis ojos las buscan pero sólo encuentran un cielo espeso y opaco pintado de blanco. Me siento como la Chihiro de Miyazaki adentrándose en el túnel de aquél iniciático viaje. Atrás quedará una vida, como la piel de la serpiente, y crecerá otra con más color y luz.
El vagón se detiene. Las puertas se abren 'chsssssssss'. Tengo tantas escenas de cine en mi memoria... pero no echo de menos a nadie a la llegada, sólo quiero encontrarme a mí. Los pies toman tierra, siento de verdad ese suelo que llama a caminar. Recorro las calles de la ciudad mientras la lluvia se desliza por mi rostro y empapa mis cabellos, el frío no es muy intenso y recibo el agua como una caricia del cielo. Las luces de los coches brillan sobre el asfalto. El aire parece limpio a pesar de la bruma que arropa las azoteas. Los edificios sonríen. Las calles serpentean tratando de esquivar mil y una excavaciones, los peatones apenas alcanzan a seguirlas. Disfruto de cada paso, incluso sobre el barro: charcos, asfalto, tierra mojada... Me gusta el olor del aire cuando llueve, y el contacto de la brisa sobre mi cara, que mira hacia arriba como una planta sedienta, mientras cientos de paraguas multicolores caminan a mi alrededor. Un té humeante me espera en ese café, y hoy me regalaré el pecado más dulce, el de chocolate y avellanas. Me hundo en el cálido sillón rojo intenso que me espera al fondo de la sala... hummmm, qué parada tan reconfortante antes de seguir caminando. Fuera, el alegre bullicio salpica cada esquina. Los instrumentos de aquélla tienda de música parecen sonar al ritmo de la ciudad.
Calada hasta los huesos, feliz de poder sentir así, con aspecto de trágica heroína escapada de algún drama, me dirijo hacia mi objetivo: Las Lágrimas de Eros. No podía ser otro.
Concierto de Laura Granados
El sábado 16 de enero cantaba Laura Granados, ofreciendo un homenaje a Mercedes Sosa en el Rincón del Arte Nuevo. Por fin la volvería a escuchar, tras un año sin tener noticias suyas.
Maravillosa, como siempre. Su cálida voz de rosa y canela se rasga, y se estremece el alma. Se me eriza el vello en la piel, y de vez en cuando siento la caricia de una lágrima sobre mi rostro cansado. En su mirada valiente se adivina una belleza marchitada por la pena, que el alcohol no consigue acallar. Pizpireta, dulce y amarga, se refugia en el pequeño café, se refugia de una noche incierta que tras velos y velos de niebla oculta una verdad que es mejor no ver. Manos firmes sobre el piano, pupilas que sonríen agradecidas mientras el corazón llora... lo veo, lo siento, porque aquí y ahora su corazón es el mío.
Como un hadita negra se pasea por el local colocando piano, micrófonos, percusión... ajustando el sonido y elevando el humor de la concurrencia. Pero sólo cuando roza sus labios ese licor de ámbar que le cubre las espaldas, asoma en su cara una sonrisa que nos envuelve a todos.
Homenaje a Mercedes Sosa, diminuto escenario para diminuto cuerpecito. Ningún espacio sería suficiente para tan gran mujer. Como pez en el agua, su voz única se desplaza por registros imposibles, con una facilidad pasmosa. El humo gris parece desaparecer, un intenso color se apodera de todos los sentidos. No parece ser de este mundo. Como ángel que no encuentra el camino de vuelta, mientras canta parece elevarse sobre el suelo.
No me pienso perder un solo concierto suyo. Aunque empiece dos horas tarde, aunque el sonido no sea perfecto, aunque mis pulmones estén a punto de reventar por el tabaco que flota en la sala, aunque el ruido circundante trate de desviar nuestra atención. Me muero de ganas de oír nuevas canciones suyas, directas desde el corazón, pintadas por una inteligencia certera. Gracias, Laura.
Maravillosa, como siempre. Su cálida voz de rosa y canela se rasga, y se estremece el alma. Se me eriza el vello en la piel, y de vez en cuando siento la caricia de una lágrima sobre mi rostro cansado. En su mirada valiente se adivina una belleza marchitada por la pena, que el alcohol no consigue acallar. Pizpireta, dulce y amarga, se refugia en el pequeño café, se refugia de una noche incierta que tras velos y velos de niebla oculta una verdad que es mejor no ver. Manos firmes sobre el piano, pupilas que sonríen agradecidas mientras el corazón llora... lo veo, lo siento, porque aquí y ahora su corazón es el mío.
Como un hadita negra se pasea por el local colocando piano, micrófonos, percusión... ajustando el sonido y elevando el humor de la concurrencia. Pero sólo cuando roza sus labios ese licor de ámbar que le cubre las espaldas, asoma en su cara una sonrisa que nos envuelve a todos.
Homenaje a Mercedes Sosa, diminuto escenario para diminuto cuerpecito. Ningún espacio sería suficiente para tan gran mujer. Como pez en el agua, su voz única se desplaza por registros imposibles, con una facilidad pasmosa. El humo gris parece desaparecer, un intenso color se apodera de todos los sentidos. No parece ser de este mundo. Como ángel que no encuentra el camino de vuelta, mientras canta parece elevarse sobre el suelo.
No me pienso perder un solo concierto suyo. Aunque empiece dos horas tarde, aunque el sonido no sea perfecto, aunque mis pulmones estén a punto de reventar por el tabaco que flota en la sala, aunque el ruido circundante trate de desviar nuestra atención. Me muero de ganas de oír nuevas canciones suyas, directas desde el corazón, pintadas por una inteligencia certera. Gracias, Laura.
lunes, 18 de enero de 2010
Las etapas evolutivas del niño
de Bernard Lievegoed
El gran Hermes Trismegisto dijo que “lo que está abajo es como lo que está arriba y lo que está arriba es como lo que está abajo”. Una vez más viene a mi encuentro esta verdad que lo dice todo. Ahora, en forma de un precioso libro que me cuenta cómo se desarrolla el niño, cómo la evolución es ascendente al tiempo que se hunde en las profundidades del abismo.
En crecimiento rítmico, como la planta goetheana, el niño baila con la Naturaleza, interioriza el Mundo, lo digiere y lo recrea; va desplegando su corporalidad y su psique mediante contracciones y expansiones, rellenándose los estratos profundos del alma con estas metamorfosis que lo alimentarán siempre.
En su sabiduría, la naturaleza va construyendo nuestro cuerpo a medida que necesitamos uno u otro órgano. El pedagogo ejerce un papel vital como observador de esta evolución tripartita del pensar-sentir-querer, pues será él quien determine si un niño está o no preparado para ir afrontando los sucesivos retos educativos. Sólo la comprensión pormenorizada de los aspectos relacionados con este desarrollo podrá establecer lo que la pedagogía debe aportar en cada momento: “cada cosa a su tiempo”, como una guía que de forma natural vaya conduciendo las tendencias y facultades que posee el niño. Como el jardinero que cuida un árbol, lo guía, lo poda un poco, lo alimenta… el maestro conducirá a sus alumnos a través de su sensibilidad y profundo conocimiento de ellos, para que todas sus energías se desarrollen, deviniendo cada uno un microcosmos a imagen del universo.
Su evolución podemos contemplarla desde muchos puntos de vista, desde el 3, desde el 4… lo cuál irá enriqueciendo nuestro concepto. Pero nunca hemos de perder de vista el Todo, éste siempre ha de prevalecer sobre una simple suma de partes. Inmersos en una sociedad totalmente fragmentada, superespecializada, en la que todo tiene su sitio y todos estamos perdidos, necesitamos recuperar aquella unidad educando a las nuevas generaciones con una pedagogía distinta, que abarque al hombre en su totalidad. Una pedagogía que sepa encauzar de manera positiva la inmensa capacidad creadora del ser humano, frente a la mera imitación al servicio de una inmediata productividad en la que casi todos nos hemos educado; imitación mecánica para una sociedad mecánica, donde se perdió de vista lo importante hace mucho tiempo.
Mi olvidado ouroboros despierta de su letargo y recupera el protagonismo, resurgiendo de sus cenizas con un nuevo brío, pues, como supo Schiller, tras la tempestad viene la calma.
El gran Hermes Trismegisto dijo que “lo que está abajo es como lo que está arriba y lo que está arriba es como lo que está abajo”. Una vez más viene a mi encuentro esta verdad que lo dice todo. Ahora, en forma de un precioso libro que me cuenta cómo se desarrolla el niño, cómo la evolución es ascendente al tiempo que se hunde en las profundidades del abismo.
En crecimiento rítmico, como la planta goetheana, el niño baila con la Naturaleza, interioriza el Mundo, lo digiere y lo recrea; va desplegando su corporalidad y su psique mediante contracciones y expansiones, rellenándose los estratos profundos del alma con estas metamorfosis que lo alimentarán siempre.
En su sabiduría, la naturaleza va construyendo nuestro cuerpo a medida que necesitamos uno u otro órgano. El pedagogo ejerce un papel vital como observador de esta evolución tripartita del pensar-sentir-querer, pues será él quien determine si un niño está o no preparado para ir afrontando los sucesivos retos educativos. Sólo la comprensión pormenorizada de los aspectos relacionados con este desarrollo podrá establecer lo que la pedagogía debe aportar en cada momento: “cada cosa a su tiempo”, como una guía que de forma natural vaya conduciendo las tendencias y facultades que posee el niño. Como el jardinero que cuida un árbol, lo guía, lo poda un poco, lo alimenta… el maestro conducirá a sus alumnos a través de su sensibilidad y profundo conocimiento de ellos, para que todas sus energías se desarrollen, deviniendo cada uno un microcosmos a imagen del universo.
Su evolución podemos contemplarla desde muchos puntos de vista, desde el 3, desde el 4… lo cuál irá enriqueciendo nuestro concepto. Pero nunca hemos de perder de vista el Todo, éste siempre ha de prevalecer sobre una simple suma de partes. Inmersos en una sociedad totalmente fragmentada, superespecializada, en la que todo tiene su sitio y todos estamos perdidos, necesitamos recuperar aquella unidad educando a las nuevas generaciones con una pedagogía distinta, que abarque al hombre en su totalidad. Una pedagogía que sepa encauzar de manera positiva la inmensa capacidad creadora del ser humano, frente a la mera imitación al servicio de una inmediata productividad en la que casi todos nos hemos educado; imitación mecánica para una sociedad mecánica, donde se perdió de vista lo importante hace mucho tiempo.
Mi olvidado ouroboros despierta de su letargo y recupera el protagonismo, resurgiendo de sus cenizas con un nuevo brío, pues, como supo Schiller, tras la tempestad viene la calma.
Rebeca Jiménez en el Búho Real
Semana de música, he de llenar tantos espacios que quedaron yermos tras haberme sido arrancada el alma... El frío no se disipa de ninguna manera, parece que me hubiese tragado todo un glaciar. Algo he de hacer ¿qué mejor que la música?
Vamos a oír a Rebeca Jiménez al Búho Real, el jueves 14 de enero. Presenta nuevas canciones, de un proyecto que pronto verá la luz. Me gusta su voz, de rokera de siempre, heredera de Janis Joplin o Luz Casal, pero con esa impronta tan personal. Me gustan su música y sus desgarradoras letras. Belleza y serenidad emana el escenario bajo sus pies, belleza por dentro y por fuera. Sólo un interior puro podría reflejar esa luz sobre la piel, ese brillo en la mirada.
Tomamos una caña con ella y su banda antes del concierto, conozco a Mario y a Tony, guitarra y batería oficiales. Y tras la música pasamos largos momentos en su compañía, no está tan mal la noche madrileña. Descubro un corazón gigante disfrazado de bohemio en la piel de Tony Jurado, excelente músico, pero sobre todo, excelente persona. Trato de explicarle lo que es la Antroposofía, entre espirales de humo y alcohol. La noche y el día no son tan ajenos, prometo enseñarle el próximo mercadillo de la Escuela Micael, todos los niños deberían tener acceso a la pedagogía Waldorf... Espero que sea el principio de una gran amistad. Mario y Rebeca escuchan curiosos, la noche pasa de largo cuando no siento frío. Tony nos lleva hasta donde aparcamos el coche y al despedirnos me regala una darbuka ¡Qué ilusión! ya no tengo excusa para no practicar los ritmos africanos que aprendí este verano y que tanto me gustan.
Volvemos a casa entre risas, enseñaré a Ana a tocar el yembé y recorreremos el mundo al ritmo de los tambores... El frío va reapareciendo según llego a mi destino, los miedos se agazapan bajo el colchón y los recuerdos pegados a las sábanas me muerden sin piedad. El Reiki me ayuda a conciliar el sueño, caricia del universo... cierro los ojos y me duermo enseguida, arropada por el calor de la amistad, que siento a pesar de la distancia.
Vamos a oír a Rebeca Jiménez al Búho Real, el jueves 14 de enero. Presenta nuevas canciones, de un proyecto que pronto verá la luz. Me gusta su voz, de rokera de siempre, heredera de Janis Joplin o Luz Casal, pero con esa impronta tan personal. Me gustan su música y sus desgarradoras letras. Belleza y serenidad emana el escenario bajo sus pies, belleza por dentro y por fuera. Sólo un interior puro podría reflejar esa luz sobre la piel, ese brillo en la mirada.
Tomamos una caña con ella y su banda antes del concierto, conozco a Mario y a Tony, guitarra y batería oficiales. Y tras la música pasamos largos momentos en su compañía, no está tan mal la noche madrileña. Descubro un corazón gigante disfrazado de bohemio en la piel de Tony Jurado, excelente músico, pero sobre todo, excelente persona. Trato de explicarle lo que es la Antroposofía, entre espirales de humo y alcohol. La noche y el día no son tan ajenos, prometo enseñarle el próximo mercadillo de la Escuela Micael, todos los niños deberían tener acceso a la pedagogía Waldorf... Espero que sea el principio de una gran amistad. Mario y Rebeca escuchan curiosos, la noche pasa de largo cuando no siento frío. Tony nos lleva hasta donde aparcamos el coche y al despedirnos me regala una darbuka ¡Qué ilusión! ya no tengo excusa para no practicar los ritmos africanos que aprendí este verano y que tanto me gustan.
Volvemos a casa entre risas, enseñaré a Ana a tocar el yembé y recorreremos el mundo al ritmo de los tambores... El frío va reapareciendo según llego a mi destino, los miedos se agazapan bajo el colchón y los recuerdos pegados a las sábanas me muerden sin piedad. El Reiki me ayuda a conciliar el sueño, caricia del universo... cierro los ojos y me duermo enseguida, arropada por el calor de la amistad, que siento a pesar de la distancia.
martes, 12 de enero de 2010
FRIEDRICH: El arte de dibujar
"Una pintura no debe inventarse, sino sentirse"
La fundación Juan March nos presenta esta exposición que inaugura un espacio felizmente renovado. Delicadeza exquisita, exhaustiva observación de la naturaleza a la manera de Goethe, y una fructífera sensibilidad, se despliegan entre los muros de un cálido recinto que nos abrió sus puertas hasta el pasado 10 de enero para hacernos el mejor de los regalos: los dibujos de Friedrich.
Me siento privilegiada por haber podido presenciar los 2 últimos grandes acontecimientos que han tenido lugar en Madrid en torno a la obra del maestro del Norte: en 1992, una espectacular retrospectiva de su obra pictórica se mostraba en el Prado. Por aquel entonces, acudía guiada por mis profesores de Bellas Artes, sin grandes expectativas.Aún recuerdo cómo se me encogió el corazón ante la sobrecogedora visión de ese abrumador azul del Mar de Hielo. Sentí que me hallaba ante una imagen grandiosa, cuyos límites no terminaban en los bordes del cuadro. Mi alma, ávida de sensaciones sublimes, recorría embelesada la galería una y otra vez, expandiéndose con aquellos paisajes en los que reconocía al Dios que todos llevamos dentro. Entonces, Friedrich fue el pintor favorito de una parte de mí. Una y otra vez, su obra acudía a ilustrar conceptos de estética que sin ella hubieran sido más difíciles de asimilar: Lo Bello y lo Sublime de Kant, que tan fructífera semilla depositó en mi interior, se llenaba de sentido con aquellos paisajes románticos.
Como un tesoro guardo el catálogo de aquella exposición, el inolvidable azul en la portada. Años después retomo la vida y obra del maestro, pero desde otra perspectiva, la terapéutica. Ahora aquellas sensaciones toman nombre, adquieren otro sentido que el puramente sensorial y anímico. se ven envueltas y enriquecidas con un pensar lúcido que lejos de desvirtuarlas, les añade una nueva dimensión. Creo comprender qué le llevó a pintar esto o lo otro, trato de relacionar cada cuadro con acontecimientos de su vida, y el resultado de esta pequeña investigación es muy gratificante para mí.
Ahora tengo la oportunidad de ir a la fuente de aquellas obras. Porque Friedrich, el pintor de esa Naturaleza divina, poderosa y arrebatadora de la que todos nos sabemos partícipes, la rememoraba en su estudio. Sólo desde el fondo de su alma exquisita y profunda podía haber extraído aquella sublime impronta que aplicaba en sus óleos.
El inmenso repertorio de dibujos que había recopilado en los viajes de juventud, le sirvió de base documental para recomponer aquella estampa que ilustraba magistralmente esos procesos anímicos y espirituales. Cientos, miles de ellos. El amor por el detalle, la delicada observación, cualquier objeto es susceptible de ser sometido a un riguroso estudio "Lo divino está en todas partes, incluso en un grano de arena"... árboles, nubes, lagos... El paso del tiempo a través de las estaciones... El hombre inmerso en estos espacios... Variaciones de un mismo motivo, casi siempre procedentes de la observación directa, a veces resultado del pormenorizado trabajo de taller... La nieve, los riscos, el horizonte... Barcos envueltos en niebla que algún día llegarán a tierra, majestuosos robles abanderados del nuevo espíritu alemán, recios abetos que soportan estoicamente el peso de la nieve sin doblar una sola rama, ruinas que permanecen a pesar del devastador efecto del tiempo... Silencio, soledad, inmensidad... "Debo rendirme a lo que me rodea, unirme con las nubes y con las piedras, para ser lo que soy. Necesito la soledad para entrar en comunión con la naturaleza". Muchos de ellos los reconozco en los grandes óleos, y me entusiasmo como un niño ante un caramelo. Preparo mi cuaderno y mi caja de lápices, siento un enorme deseo de ponerme a dibujar ¿Porqué no en el próximo viaje?¿Será en Túnez donde despierte de una vez por todas esta capacidad que me acompaña desde siempre como un sueño sin descifrar?
Me queda el precioso catálogo, al abrirlo me embriaga el penetrante olor a tinta y a papel nuevo. Me queda mi propia mirada, que escudriña el cielo cada mañana en busca del nuevo sol que surge de las tinieblas desplegando su magnífica cola de pavo real sobre nuestras cabezas. Y que, día tras día, me recuerda que aún la más espesa oscuridad oculta una luz que acaba derrotándola una y otra vez.
La fundación Juan March nos presenta esta exposición que inaugura un espacio felizmente renovado. Delicadeza exquisita, exhaustiva observación de la naturaleza a la manera de Goethe, y una fructífera sensibilidad, se despliegan entre los muros de un cálido recinto que nos abrió sus puertas hasta el pasado 10 de enero para hacernos el mejor de los regalos: los dibujos de Friedrich.
Me siento privilegiada por haber podido presenciar los 2 últimos grandes acontecimientos que han tenido lugar en Madrid en torno a la obra del maestro del Norte: en 1992, una espectacular retrospectiva de su obra pictórica se mostraba en el Prado. Por aquel entonces, acudía guiada por mis profesores de Bellas Artes, sin grandes expectativas.Aún recuerdo cómo se me encogió el corazón ante la sobrecogedora visión de ese abrumador azul del Mar de Hielo. Sentí que me hallaba ante una imagen grandiosa, cuyos límites no terminaban en los bordes del cuadro. Mi alma, ávida de sensaciones sublimes, recorría embelesada la galería una y otra vez, expandiéndose con aquellos paisajes en los que reconocía al Dios que todos llevamos dentro. Entonces, Friedrich fue el pintor favorito de una parte de mí. Una y otra vez, su obra acudía a ilustrar conceptos de estética que sin ella hubieran sido más difíciles de asimilar: Lo Bello y lo Sublime de Kant, que tan fructífera semilla depositó en mi interior, se llenaba de sentido con aquellos paisajes románticos.
Como un tesoro guardo el catálogo de aquella exposición, el inolvidable azul en la portada. Años después retomo la vida y obra del maestro, pero desde otra perspectiva, la terapéutica. Ahora aquellas sensaciones toman nombre, adquieren otro sentido que el puramente sensorial y anímico. se ven envueltas y enriquecidas con un pensar lúcido que lejos de desvirtuarlas, les añade una nueva dimensión. Creo comprender qué le llevó a pintar esto o lo otro, trato de relacionar cada cuadro con acontecimientos de su vida, y el resultado de esta pequeña investigación es muy gratificante para mí.
Ahora tengo la oportunidad de ir a la fuente de aquellas obras. Porque Friedrich, el pintor de esa Naturaleza divina, poderosa y arrebatadora de la que todos nos sabemos partícipes, la rememoraba en su estudio. Sólo desde el fondo de su alma exquisita y profunda podía haber extraído aquella sublime impronta que aplicaba en sus óleos.
El inmenso repertorio de dibujos que había recopilado en los viajes de juventud, le sirvió de base documental para recomponer aquella estampa que ilustraba magistralmente esos procesos anímicos y espirituales. Cientos, miles de ellos. El amor por el detalle, la delicada observación, cualquier objeto es susceptible de ser sometido a un riguroso estudio "Lo divino está en todas partes, incluso en un grano de arena"... árboles, nubes, lagos... El paso del tiempo a través de las estaciones... El hombre inmerso en estos espacios... Variaciones de un mismo motivo, casi siempre procedentes de la observación directa, a veces resultado del pormenorizado trabajo de taller... La nieve, los riscos, el horizonte... Barcos envueltos en niebla que algún día llegarán a tierra, majestuosos robles abanderados del nuevo espíritu alemán, recios abetos que soportan estoicamente el peso de la nieve sin doblar una sola rama, ruinas que permanecen a pesar del devastador efecto del tiempo... Silencio, soledad, inmensidad... "Debo rendirme a lo que me rodea, unirme con las nubes y con las piedras, para ser lo que soy. Necesito la soledad para entrar en comunión con la naturaleza". Muchos de ellos los reconozco en los grandes óleos, y me entusiasmo como un niño ante un caramelo. Preparo mi cuaderno y mi caja de lápices, siento un enorme deseo de ponerme a dibujar ¿Porqué no en el próximo viaje?¿Será en Túnez donde despierte de una vez por todas esta capacidad que me acompaña desde siempre como un sueño sin descifrar?
Me queda el precioso catálogo, al abrirlo me embriaga el penetrante olor a tinta y a papel nuevo. Me queda mi propia mirada, que escudriña el cielo cada mañana en busca del nuevo sol que surge de las tinieblas desplegando su magnífica cola de pavo real sobre nuestras cabezas. Y que, día tras día, me recuerda que aún la más espesa oscuridad oculta una luz que acaba derrotándola una y otra vez.
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