
La oscura Sé abre la boca tragando cualquier atisbo de luz, osadas las vidrieras que horadan sus espesos muros de piedra. Románica en origen, ha ido incorporando diversos estilos tras las reconstrucciones que sucecieron a los numerosos terremotos que ha sufrido la ciudad. El más importante, el de 1755, aquel fatídico día de Todos los Santos, en que el sunami que reemplazó al seísmo subió por el Tajo como un gigante de agua que engullía todo a su paso.
Otra parada para reponer fuerzas: bocatas caseros que desaparecen en pocos minutos. Esta ciudad hace hambre, niños y mayores callan mientras los tranvías chirrían a pocos centímetros. Seguimos caminando, ahora sobre llano, salpicados por las pequeñas lágrimas que llora el cielo antes de volver a reír cuando el sol le hace cosquillas. La Plaza del Comercio al fondo, las olas blancas y negras de las aceras hacen del paseo un baile mojado y jovial. La gigantesca explanada está convaleciente por una nueva remodelación, aún no he conseguido verla desnuda, siempre oculta tras andamios y telas que tapan las heridas. Asoma tímida en el centro la estatua de José I, y el flamante Arco del Triunfo da paso a un espacio más transitable, la rua Augusta. Las 2 torres que la flanquean de cara al río son los únicos vestigios que sobrevivieron al gran terremoto. El resto se concibió con un nuevo espíritu que años despúes sería escenario de importantes acontecimientos, como la Revolución de los Claveles de 1974. Hoy, aquél espíritu revolucionario se reencarna en los manifestantes que llenan las calles por miles: los enfermeros, llegados de todo el país, protestan contra la precariedad laboral. Protesta gigantesca, tambores que la secundan, vías cortadas al tráfico, altavoces gritando consignas...


Jorge Drexler - Soledad
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