martes, 16 de febrero de 2010

De Madrid a Lisboa (V)

... Las meriendas en las pastelarias lisboetas son tan dulces como en cualquier otro rincón del país, paraíso de 'gourmandes' como yo. Quiero que los niños se impregnen bien de estos aromas que aún no han sufrido el mordisco de la globalización, y conservan esa impronta artesana que los hace únicos. Un delicioso té caliente con pastelillos para mantener el calor y aligerar el paso, aunque el clima aquí es ideal. Hasta 20º en pleno invierno. Tiemblo pensando en las nevadas que nos acechan en la Sierra de Madrid. Ese frío que cala hasta los huesos y que llevo tan mal, algún día me iré a vivir junto al mar, a un lugar de cálidas aguas donde poder sumergirme cada día, envuelta en el manto turquesa hilado con luz, embriagada con el sobrecogedor sonido que tanto se parece al silencio, aunque es tan distinto.

La noche va cayendo sobre nosotros, despacio y sin apenas darnos cuenta. Al tiempo, en el cielo se eleva una gigantesca luna amarilla que pretende competir con el sol, al que tanto ama, pero con quien nunca podrá encontrarse. Ella impregnó de plata aquellas gotas vespertinas de lluvia; él acaricia su rostro de porcelana antes de desaparecer bajo el mar, tras cubrirla de besos dorados que transporta el aire. Y en medio de la Plaza del Trigo, nuestro oscuro portal abre sus fauces ocultando los dientes de madera carcomida. Los 6 pisos no saben a nada tras todos los escalones recorridos durante el día. Hasta este rincón sombrío y solitario tiene un encanto especial, balcones en cada planta (para hacer un alto en el camino?), extrañas dobles puertas en algunas casas: una exterior enrejada sobre la interior de madera, macetas con ficus de plástico de lo más 'kitch', un enorme espejo apoyado contra la pared en el rellano de la 5ª planta, y al final del todo, cuando la pendiente se acentúa, tras el último peldaño... nuestro entrañable ático erguido frente a todo. Con la única compañía de la dracaena marginata de la terraza, me siento, embelesada por la danza de la noche, el río abrazado a la brisa que lo mece, la música corre por mis venas, pero ningún frío. Necesito caminar esa noche, sentirla como sentí el día, andar deprisa y que los recuerdos no me alcancen... cualquier excusa es buena para volver al malecón, sumergirse en las oscuras callejas que lo bordean, solitarios borrachos me sobresaltan de cuando en cuando, pero todo está bien, el miedo quedó desterrado hace mucho tiempo, y hoy siento que el amor vela por mí. A paso de fuego, bajo la vigilancia de esa luna de oro, camino hacia la estación en busca de una barra de pan para la cena. Aquí no hay tiendas, sólo ruidos de cristales, ácidas sirenas que pintan el negro con una estela azul, trenes que van y vienen chillando sobre los raíles...
Los kilómetros empiezan a pesar bajo las suelas, es hora de volver, ya me dí mi baño de estrellas y esquivé por un rato a la memoria. El barullo de los niños que se bañan, se visten y juegan, me devuelve a la realidad. Ana se pelea con una caldera que no quiere encenderse, el automático de la luz salta al encender dos radiadores al unísono, Maurice y Niki luchan con las almohadas mientras Dánae y Claudia bailan al son de la ensordecedora música del mp4. Esa cotidianeidad es enternecedora cuando no te desquicia, y hace tiempo que aprendí a tomarme estas cosas con calma. Preparamos una frugal cena, compartiendo momentos entrañables alrededor de la mesa, recordando con entusiasmo las impresiones del día. Curiosas las preferencias de cada uno: la melancólica Claudia se queda con las aceras en blanco y negro; Niki recuerda los dulces, como no; Dánae se decanta por los férreos tranvías; y Maurice se queda con el imperturbable río. Impresionante, no fallan los temperamentos, aquí hay para todos los gustos. Abrimos la botella de Alentejo blanco que se pavoneaba en la cocina, nada que ver con aquel delicioso vino que compartía hace tan poco tiempo en una autocaravana junto al mar, al sur de Oporto, con ese amor que no consigo olvidar.
El Reiki me ayudará a dormir, no consigo borrar de mi mente sus preciosos ojos verdes, ni todos los kilómetros del mundo servirían. Me rindo, nada puedo hacer, salvo esperar a que el sueño venga a buscarme. Allá donde voy no podrá alcanzarme el recuerdo más que para desvanecerse en la niebla...


Revolver - Faro de lisboa

De Madrid a Lisboa (I)
De Madrid a Lisboa (II)
De Madrid a Lisboa (III)
De Madrid a Lisboa (IV)

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