viernes, 30 de julio de 2010

El sueño de una noche de verano (I)

Sábado noche. The Art Pop Trío tocan en el Sorcas. Henar les acompaña con la percusión y Sara va a encargarse de las fotos. Así que desempolva la cámara tanto tiempo condenada al olvido, como tantas cosas que pacientemente esperan ser rescatadas. Quiere compartir esos momentos felices con su amiga, apoyarla en lo que sabe es un punto de inflexión en su vida. Henar está tan ilusionada... Su rostro brilla y el vestido blanco refleja la luz que rebosa su interior.
Llegar al pueblo la estremecía, a pesar de que casi a diario pasaba por allí. El recuerdo le mordía el estómago, y la temida náusea se apoderaba de su cuerpo. Caminar aquellas calles de granito suavizadas por la luz ambarina de las farolas, que tantas veces recorriera de su mano, la aturdía y volvía a sentirse como un cascarón de nuez navegando a merced de las olas. Disfrutaría del concierto, y seguiría sonriendo al destino que había decidido construir. La lucha era feroz, pero saldría victoriosa. La armadura sobre su piel y la lanza de hierro en su sangre transformarían al dragón en un ruiseñor que canta al amanecer.
Sara estaba radiante con su vestidito de lunares blancos sobre fondo negro y sus sandalias de charol y tacón de vértigo,como si el mismo cielo la arropara con su tela de estrellas. De nuevo se hallaba bajo la protección de Marte, y el brillo de sus ojos, que apagara la lluvia de abril, volvía intensificado. También las mejillas recuperaban su aspecto de melocotón irisado, y la sangre parecía derramarse de sus labios plenos. Mar la acompañaba, cual malva crisálida que volvía del abismo al que se entregara poco antes. La luna de julio auguraba una noche entrañable, donde el piano y el cello envolverían las almas adormecidas por el axfisiante calor. El entusiasmo de Henar por sus proyectos incipientes era contagioso, Sara se aferraba a ese momento y compartía la alegría con su amiga. Cantaría boleros en un futuro cercano con Jorge, el simpático pianista del grupo. Bromeaban con imaginarias puestas en escena, con vestidos glamourosos y ambientes de película de los años 40. A Sara le gustaba la idea, iba a tomarse más en serio lo del piano, y el año que viene quizá podrían formar su propia banda.
Más caras conocidas de lo que esperaba encontrar. Algunas le provocaban sonrisa y le recordaban momentos felices compartidos con él, otras la devolvían a la realidad más sórdida que vivió en aquella relación. El destino la enfrentaba a sus miedos, pero le presentaba herramientas que no estaba dispuesta a desperdiciar. Se moría de ganas por llamarle, por verle. Pero el duende verde que vigilaba la conciencia, le susurraba al oído: "...No quiero saber nada de tu vida, no me interesa en absoluto... No quiero construir nada contigo...", frases que él le escupiera como dardos envenenados, y que Sara todavía no había conseguido borrar.
Los focos y la música la devolvían al presente. Canciones de los Beatles magistralmente interpretadas. Poca audiencia para un sábado por la tarde, entrada gratuita...y excelentes músicos. El flash arranca una imagen para el recuerdo. Las congas de Henar repiquetean como lluvia en el cristal, aligerando sonidos más pesados... Las semillas traídas de Cuba salpican la sala de color y canela... En el escenario se siente arropada por la cálida mirada de Sara, que vela por ella desde la sombra. Los focos se apagan y se enciende la luna. Los músicos se van, pero Sara y Mar continúan su recorrido a lomos de la noche...

martes, 6 de julio de 2010

Iggy Pop y la chica de fuego

Le gustaba viajar sola en coche. Perseguir al Sol y alcanzar la noche al mismo tiempo que él. El Ford Focus que alquiló volaba sobre la autopista con sólo rozar el acelerador. A 160 km/h, la música apenas cabía allí dentro, el cálido horizonte invitaba a abrazarlo, y el cielo arropaba la soledad con un manto de estrellas.
Sara disfrutaba de cada instante, de cada parada en el camino, de cada café robado al tiempo. Creía que a toda velocidad escaparía de su destino, pero no hacía sino precipitarse hacia él.
Tim hacía el Camino de Santiago. Necesitaba estar consigo mismo, y para ello tenía que desprenderse del intenso halo de Sara. Nunca había sentido nada parecido, le asustaba el poder que la mujer ejercía sobre él, y necesitaba reflexionar antes de tomar una decisión.
Sara llegó a Lugo bien entrada la noche. Sus amigos la esperaban pletóricos, hacía tanto tiempo... Tras una generosa cena (estaba en Galicia!) empieza la vida nocturna. Olas de pop, humo y alcohol sobre las que mantener el equilibrio. Simpáticas charlas con algún amigo del Frente Galego arreglaron el mundo en unas horas.
También ella huía de la ausencia, de la distancia que la separaba de él. Sentirle a menos de 100 km la reconfortaba. Entonces ocurrió. Se hizo el silencio. Todo desapareció tras la cortina blanquecina que envolvía el local, para dar paso a aquella gutural voz, aquella melodía profunda que surgía de su propia alma. Hipnotizada por Iggy Pop, salió a refugiarse bajo el brillo tintineante de la noche. Se sentó en el frío escalón de piedra que penetraba en la sombra, y le sintió. El teléfono sonó: "He llegado a Santiago. Estoy en la playa. El manto azabache del mar exhibe una luna deslumbrante, te la quiero regalar. Ven conmigo, a dormir sobre este lecho de arena blanca, arropados por la brisa del mar. Despertaremos juntos con el nuevo día, con el canto de las gaviotas y la espuma jugando con nuestros pies..."
Nada deseaba más que reunirse con él. Y en el mar... que era su casa. Una prueba demasiado difícil. Pero era imposible, el lunes tenía que estar en la oficina, no podía arriesgarse a perder su empleo en estos difíciles momentos.
-"Diles que estás enferma"
-"No puedo hacer eso, me sentiría muy incómoda. Tendremos muchos otros momentos que compartir"
-"Te necesito ahora, no puedes hacerme esto"
-"Lo siento, amor, debes entender lo delicado de mi situación"
-"No, no lo entiendo"
Y su voz se desvaneció en la oscuridad. Y ella quedó sumida en una espesa desolación, el corazón amoratado y los ojos anegados en lágrimas.
Terminó el fin de semana con sus entrañables amigos. Los paseos entre aquellos nobles castaños la reconfortaban, y parecían devolverle el eco de su lamento entre el rumor de las ramas. Los seres elementales la sonreían tras cada roca, cada arbusto; sus miradas centelleaban mientras corrían felices por aquellos parajes de magia y ensueño. Y de nuevo emprendió viaje. Allí seguía el asfalto, con las huellas de caucho caliente grabadas sobre la piel de azogue. Y a volar hacia la rutina. Mañana, reunión con el director para ultimar las bases de la nueva campaña.
Y esperó junto al teléfono un día, y otro, y otro... con la esperanza de que él hubiese entendido. Pero no fue así. Desapareció de su vida como si nunca hubiera existido. No volvió a verle en los locales de siempre, la tierra parecía haberlo engullido. Sara siguió caminando, quizás en otro momento sus pasos volverían a encontrarse.
Esos profundos ojos verdes quedaron grabados en el fondo de su alma para siempre. No volvería a ver una mirada tan bella, la misma que años atrás la hipnotizara cuando, una tarde de otoño, él detuvo el coche en medio de la calzada para contemplarla, sonriente y pizpireta, pasear por las calles de su pequeña ciudad. Entonces ella permaneció inmóvil, en silencio, sus ojos clavados en los de él, sabiendo que un vínculo profundo les unía desde mil años atrás aunque aún no hubiese existido. Sabiendo que sus destinos se cruzarían irremediablemente sin importar el espacio ni el tiempo.