miércoles, 26 de enero de 2011

El tipo serio del BMW gris

Sumergida en la vorágine de la ciudad, se escuda tras su pecera de cristal tratando de permanecer ajena al ritmo enloquecedor de las calles madrileñas. Se siente extraña en este universo de asfalto y neón, donde el tiempo aprisiona las almas de los incautos. El semáforo rojo detiene su huida, y posa la mirada esquiva a su alrededor: personas yendo de un lado a otro con gesto inexpresivo y mirada ausente, coches a uno y otro lado, edificios parpadeando, frío mezclado con el humo de los tubos de escape... Algo la sobresalta en esta gélida mañana... Una de esas miradas espesas y lánguidas, no le resulta extraña, como si la hubiera visto muchas veces, parece buscar ayuda ... Varios coches más allá, el tipo serio del BMW gris clava su ojos en los suyos, la ha visto, la ha reconocido y suplica unas gotas de entendimiento, de escucha desde lejos... No puede dárselo, tendrá que indagar en su interior. Cómo añora los brazos de su amado apoyado en su espalda, envolviéndola con un abrazo infinito que le cruza el pecho, y en el que se siente tan segura.

Pero... es tan triste esa mirada... Quedaron grapados en su memoria esos ojos lánguidos de largas pestañas. Profundos como un dolor viejo y denso. Enmarcados por un rostro cualquiera que se confunde con la neblina de las primeras horas 'Estoy atrapado en mí mismo... Sálvame...' Ojos de fracaso, de renuncia a seguir luchando, de desesperación, de absurdo, de atardecer amargo, de existencia de papel mojado... Quizás vaya a una triste reunión de hombres tristes,  hombres tristes y grises de elegantes trajes de Armani, tristes corbatas de seda gris que vigilan las líneas hieráticas de camisas almidonadas ... Y le espera una existencia gris, una mujer que se volvió gris de tanto esperar nada, y una lujosa casa de paredes grises.

Un gesto. Un sólo gesto habría bastado para sacarle de allí, pero no le correspondía a ella hacerlo. Tendría que aprender por sí mismo. No había vuelta atrás para él: había visto, en una ráfaga de cordura loca, que quizás otra vida... otro calor... otro color...

El semáforo ya está verde, se reanuda la marcha congelada. El tipo gris al otro lado de la calzada va quedando atrás, su mirada aún pegada en su rostro desaparece engullida por el retrovisor. Hace frío fuera y Sorane quiere volver a casa.

miércoles, 19 de enero de 2011

Para llegar aquí

Vestida con su ausencia, caminaba descalza tratando de sentir un suelo que parecía tan lejano. La luna quería abrazarla, pero Sara temía borrar la huella que le dejaron sus besos ¿Habría sido un sueño? Volvería a verle en pocos días, tras una eternidad de silencio. La realidad no era nítida, pero sí su recuerdo.

Cuantos pasos quebrados sobre escalones de papel. Cuanto amor derramado por las grietas de la media verdad. Cuanta lluvia estéril, lágrimas negras que se evaporaron sin dejar rastro. Cuanto caerse una y otra vez por el arcoiris roto. Cuanto buscar la pieza para completar el puzzle. Y él se la trajo sin más, se la colocó a Sara sobre la palma de la mano muy suavemente, y le dobló los dedos uno a uno, para que la hiciera suya, y envolvió con sus manos un pacto de no palabras donde crecería la semilla de una nueva existencia.

Y todo parecía tan fácil ahora... con él todo era fácil.
Hasta lo más absurdo se tornaba hoy lleno de sentido. Todo lo que pasó tenía q ocurrir para llegar hasta aquí. Si no, él habría pasado a su lado como una sombra, y no se habrían reconocido ¡No se habrían reconocido!

Estuvieron juntos hace tanto tiempo que hasta el mar lo olvidó. Se quisieron tanto que prometieron no detenerse hasta volverse a encontrar. Atravesaron mundos, entre luz y oscuridad, entre imaginación y realidad, tiempos dispares... y la inquietud siempre les hostigaba. Una vida tras otra, hasta llegar a este momento. Se encendió la memoria y Sara le reconoció tras el profundo latido que inflamaba su pecho.

Tantas piedras hubo que pulir, tantas cenizas revivir, tantos colores recorrer, para llegar aquí. Podían acariciar el horizonte, pintarlo como quisieran al ponerse el sol. Se elevaban sobre la tierra, erguidos hacia el cielo. Los ojos de Sara dormían en los de él, con una calma que no había conocido antes. Su cuerpo flotaba en medio de una paz inusitada, un mar de confianza donde no cabía más que amor.