domingo, 31 de agosto de 2008

El Mar

Entre vuelo y vuelo, entre calores más o menos húmedos, con la resaca de un brusco cambio de horario... Bangkok, Estambul... y Madrid, otra vez aquí, escribir me ayuda a despertar y tomar conciencia de dónde estoy.

Mientras redacto, quito y pongo, hago y deshago, la papelera llena, la cabeza vacía, el corazón caliente, recién salido del horno... En este tiempo extraño de vuelta a la cotidianeidad, nunca rutina, serpenteante como un engañoso arroyo de cauce inesperado... Sólo queda la memoria de las piedras, la sonrisa de los niños, la esperanza en no se sabe bien qué, no importa, hay que confiar.

Mi hija Claudia nos regala un poema que sacó del mar, que llega como agua fresca:

El Mar

El mar, puro;
Rompe sus olas en las rocas
Hasta convertirlas en fina arena

La Luna,
De inigualable belleza,
Se refleja en él
Para deslumbrar a los demás.

Sus olas, más puras que ninguna otra cosa
Se arrodillan ante el gran Dios mientras son admiradas.
Nadie ni nada podría contar los millones de seres
Que viven en el mar, sólo él lo sabe, pues él las ha creado.

El mar es vida,
El mar,
Él es grande,
Él es valiente,
Él es poderoso y con eso basta para dominar la tierra sin esfuerzo.

Cuando el viento le golpea fuertemente
Se enfurece, produciendo un inmenso oleaje,
Matando seres acuáticos y destrozando rocas y arrecifes coralinos.

El mar atrae a muchos seres,
pero también los aleja cuando sus olas rompen en la orilla
como una manada de búfalos galopando por las estepas de América.

Ruge como un león enfurecido
Cuando golpea las rocas fuertemente.
El mar alberga más vida de la que uno se puede imaginar,
Acogiendo a las tortugas con suaves olas,
Proporcionando comida a los fatigados albatros,
Alimentando a un montón de animales y plantas
Y ofreciendo comida y refugio a muchos seres.

El mar, que con su grandeza infinita
Domina el mundo.
El mar, inspiración para cualquier poeta o pintor,
El mar.

Claudia Billard Cruz, 11 años
Agosto de 2008

martes, 12 de agosto de 2008

Diario de un viaje por el Valle del Loira (VI)

Tours,sábado 19 de julio de 2008

Aún estoy sobresaltada. Carmen y yo hemos ido a tirar la basura después de comer un bocata en la habitación, y a la vuelta, 3 individuos han intentado colarse con nosotras en el hotel. Cuando yo trataba de cerrar la puerta, uno de ellos se me echó encima empujándola, he cogido a Carmen y hemos ido corriendo al hotel de al lado. Qué susto. Menos mal que no la dejé bajar sola.

Hemos llegado al hotel agotadas. El cansancio y la tensión acumulados durante la semana, han salido hoy a flote, y apenas podía dar un paso sin dificultad.

Esta mañana desayunamos junto a la catedral, en “Aux délices de Michel Colombe”, una de las mejores patisseries de Francia. Carmen nos ha invitado para celebrar su santo, y hemos tomado un chocolate al modo francés. No se prepara como en España, aquí se hace con agua y es muy líquido y amargo, no lleva harina ni leche. Estaba delicioso. Y para acompañarlo, un macaron au chocolat, un delicado bocado de chocolate que me transporta a mil lugares exóticos al entrar en mi boca. Lo he saboreado despacio, para no perder ninguna sensación, para apreciar cada sutil ingrediente. Me imaginaba a un muy sensible maestro pastelero concibiendo la mágica receta. Los viandantes que pasaban junto a mí me sonreían, debía tener una curiosa expresión, además de chocolate en media cara. Carmen insistió en que comiéramos otro, así que me trajeron une galette sablé au chocolat, más rotunda, pero no menos sabrosa. Eugenia prefirió un bocata de jamón y queso, aunque luego pidió una exquisitez hecha de polvo de almendras (o de estrellas?) con chocolate, que yo me terminé. Vaya regalo de mi amiga, ha sido una experiencia inolvidable.

Flotando en una nube de cacao y canela, nos dirigimos a ver la majestuosa catedral de Saint Gatien. Realmente imponente la fachada principal. El interior, nada comparable a la Santa Cruz de Orleáns. Mucha más luz aquí, más homogeneidad, menos elementos barrocos. Las vidrieras del ábside, muy interesantes. Me llaman la atención las de San Martín de Tours, del que hace poco estuve leyendo historias a raíz de la fiesta del farol que celebramos con los niños al empezar el otoño. He hecho muchas fotos, me gustaría reproducirlas de algún modo, aunque no sé si se apreciarán bien los detalles dada la gran altura que alcanzan. Esta vez no bajo a la cripta. El otro día me mareé, de pronto sentí una náusea muy fuerte y tuve que subir corriendo a la superficie. Había una extraña energía allá abajo, algo que no era muy bueno. Creo que fue en la cripta de Blois.

Eugenia se queda fuera dibujando, como siempre, mientras Carmen y yo paseamos de aquí para allá, fuera y dentro. Los maravillosos arbotantes enmarcan preciosas vistas de las torres sobre un cielo fuertemente azul. Hasta aquí Ahrimán debe disfrutar con sus gárgolas situadas en tan privilegiada posición. Es un edificio realmente bonito, espléndido. Me siento tan bien aquí…

Andamos un rato, las calles empedradas llaman al paseo. Tiendas curiosas, librerías de todo tipo, teterías, jugueterías con muñecos de madera hechos a mano, luthiers, artesanos del vidrio… una tienda con pequeños objetos musicales me cautiva: un llavero de clave de sol, un miniacordeón de bolsillo, broches de piano… otra tienda de instrumentos de viento con saxofones azules y rojos… en una explosión de color que salpica los cuidados escaparates. Me enamoro de un comercio dedicado a la escritura, donde unas originales plumas gritan ‘compramé’. Y muchos libros en blanco, de los que tanto me gustan. Si tuviera dinero, me lo gastaría aquí.

Muchos cafés y bistrots, acogedores y entrañables. Todos tienen algo especial. La ciudad irradia simpatía, sus habitantes son atentos y alegres, parecen disfrutar con lo que hacen y eso me gusta.

La plaza de Plumereau está abarrotada. Parece que desde anoche nada se hubiera movido. Bares y restaurantes atestados, se confunden unas terrazas con otras. La enmarcan preciosas casas antiguas con vigas de madera del siglo XV que rayan las fachadas, y tejados muy inclinados de pizarra negra.

Cogemos el coche para ir a ver algún castillo, de nuevo en la carretera: vamos a Chinon, donde los restos de una antigua fortaleza se elevan en una colina sobre el agua. La ciudad medieval queda abajo, un moderno elevador facilita el trayecto.

Paseamos junto al río, familias de patos cantan su alegría de vivir. Algunos comienzan a mover las alas y palmear las patas, alcanzan gran velocidad y ¡zas! Despegan del agua. Me quedo anonadada mirándolos. El pequeño del grupo intenta el despegue cada vez que uno de sus compañeros alza el vuelo, pero él no lo consigue aún.

Un simpático barquero pasea en su pequeña embarcación a remos. Su labrador negro se sitúa en la popa, indicándole el camino. Parece que en cualquier momento va a saltar sobre los patos, pero permanece en su puesto.
Este río es muy distinto al de Chenonceau. Aquí se esconden las estrellas durante el día, tintineando en la superficie, para subir al cielo por la noche. Aquí el agua es nerviosa, forma remolinos rebeldes junto a los pilares del puente. Las piraguas se divierten surcándolo, y él se entretiene volcándolas y mojando a sus ocupantes. La quietud de aquella apacible lámina de estaño invitaba al paseo, a la búsqueda de vida. El agitado movimiento de estas centelleantes aguas invita al reposo, a tumbarse junto a ellas bajo la sombra de los álamos de la orilla. Desde aquí se contemplan la torre del castillo y la muralla, bajo los cuales se despliega la ciudadela, con sus viejas casitas blancas de tejados negros. En todas partes por donde pasamos, encontramos una calle Juana de Arco. También aquí…

Tras despedirnos de este simpático lugar, tomamos la dirección del castillo de Azay le Rideau, pero no podemos verlo, las visitas ya terminaron y una elevada muralla de piedra y árboles lo ocultan de las miradas externas. Nuestro gozo en un pozo. Propongo saltar la valla por uno de los laterales, no parece difícil, pero dado el cansancio general, incluído el mío, la idea no es muy bien acogida “Eres una delincuente”, me dicen.

De nuevo en la carretera, empieza a entrarme sueño al volante. Valenzay nos pilla de camino a Tours, a ver si lo vemos. Pues no, es una lástima, pues es un palacio precioso. Pero una espesa muralla de vegetación lo oculta a la vista. En el próximo viaje habrá que venir.
Así que retirada al hotel tras un paseo y alguna compra. Mañana nos espera un largísimo viaje y tengo que estar despejada. Voy a hacerme reiki para dormir bien. De nuevo me invade una inmensa felicidad. Siento que me llevo mucho conmigo…


Diario de un viaje por el Valle del Loira (V)

Tours,viernes 18 de julio de 2008

Las chicas duermen, yo escribo. Encontramos la famosa chocolatière, pero cerrada. Habrá que esperar a mañana. La catedral de Tours es bellísima, me he quedado sin aliento al verla ¡Qué maravilla! Merece una pausada y atenta visita.

El día de hoy ha transcurrido sin sobresaltos. En el silencio de la noche, las imágenes de colores desfilan ante mí y apenas tengo tiempo de guardarlas en mi diario.

En Cheverny sólo vimos las flores, no queríamos pagar entrada y fuímos a recorrer a pie el pueblecito. Me llevo unos castillos de cartón en el bolsillo, pequeños recortables para los niños. Eugenia se quedó dibujando la pequeña iglesia medieval, Carmen y yo caminamos, empapándonos del intenso color que lo llena todo.

Hoy el calor es sofocante, cae como una losa que nos impide movernos. Nos dirigimos a Ambois, donde paseamos por las empedradas calles con el castillo sobre nuestras cabezas. Una impresionante fortaleza junto al río.

Hacemos una comida campestre, como siempre. Sentadas junto al coche, improvisamos mesa y menú. Es divertido y nadie se extraña de vernos, aunque sea el lugar más insospechado. Francia es el país del picnic, toda una institución nacional muy de agradecer.

A continuación, la maravilla de las maravillas. Ya por la mañana, en las tiendas de postales de Cheverny, se me iban los ojos tras esa imagen que me resultaba tan familiar. Pero fue al llegar a Chenonceau cuando me sentí como en casa.

Qué lugar tan entrañable y acogedor, a pesar de las enormes proporciones.. No sé si fue por la ligereza del edificio, elevado sobre blancas arcadas de piedra; o por el Cher, callado río de mercurio que mece el palacio; o por la magia de los hayedos circundantes… Una energía muy especial emana de allí, no podía explicarme porqué, pero disfruté de ella, la respiré.

Entonces pensé que quizás viví allí en otros tiempos. El nombre de Diana de Poitiers me resuena. El otro castillo que me impactó fue Chaumont… ella también estuvo allí… Leo su historia y algo se revuelve aquí dentro.

Diana de Poitiers fue un caso muy especial. Veinte años mayor que Enrique, hijo de Francisco l, basó su relación más en lo intelectual que en lo sensual. La pareja creó una mística que se correspondía perfectamente con el Renacimiento: ella era la Diana olímpica y él Apolo (muchos cuadros retrataron a la Poitiers personificando a la diosa). Organizaban cacerías y fiestas en las que se recreaba la atmósfera medieval de los trovadores y el amor galante. En cuanto a lo político, la injerencia de Diana fue total, pero sabía manejarse con mucho tacto y sus consejos eran moderados.
La más bella favorita real de Francia, la bella entre las bellas, reflejo del tránsito entre el amor cortés medieval y el amor carnal del Renacimiento. Posiblemente, sea una de las mujeres de anatomía más admirada, retratada y conocida. Símbolo del culto a la belleza que representa el Renacimiento.

Diana nació en 1499, hija de un alto noble francés , siendo ya de muy joven admirada por su belleza y porte natural. Sin embargo, para desilusión de sus adversarios, su vida hasta los 40 años transcurrió en la más completa oscuridad, sin escándalos ni sucesos extraños. Se casó muy joven y se mantuvo fiel casi con total seguridad hasta la muerte de su anciano esposo. Sin embargo, con ello no queremos decir que nadie se hubiera fijado en ella, de hecho, su posición en la corte ya había despertado la admiración del monarca Francisco I, el cual se confesaba admirador secreto de Diana.

Pero el destino quiso que no fuera Francisco quien encumbrara a Diana hasta los más altos puestos del poder, sino su hijo Enrique, el cual con apenas 10 años ya había fijado su corazón y su alma en ella. Por aquel entonces Diana estaba "felizmente " casada y tenía 20 años más que el futuro rey. Los hechos se precipitaron con la muerte de su esposo, el rey Francisco l veía a su hijo triste y abatido ( de hecho le llamaban "el bello tenebroso") , y le sugirió a Diana que le animara. Ella, aunque aún dolida, consintió a hacerlo su galán , dentro de la amplia tradición medieval del amor cortés , permitiendo el enamoramiento , pero no las relaciones físicas.

Así, el futuro Enrique II quedó completamente enamorado de ella, a pesar de que por razones de estado, llevaba casado unos años con Catalina de Médicis. Mientras Francisco I vivió , la situación no pasó a más, sin embargo, a su muerte Diana decidió dar un paso más y acceder a una relación carnal con Enrique , aunque ya contaba con casi 40 años. El joven rey apenas podía creerlo, su diosa consentía ser su amante.

La joven reina Catalina no estaba dispuesta a consentirlo , oponiéndose a Diana. Ésta aguantó pacientemente , hasta que empezó a sospecharse la esterilidad de la reina. Entonces, gran conocedora de la naturaleza de la mujer , envió a sus médicos a la reina, los cuales consiguieron que diera a luz no uno, sino 10 hijos en los años siguientes. Catalina, en deuda con la amante de su marido, no pudo sino resignarse e intentar convivir, no sin mantener una prudencial distancia que la mantuviera a ella por encima. Poco a poco , Diana alcanza la cima de su poder, sin perder nunca su belleza. Es consejera permanente del rey , consigue beneficios, cargos, rentas, interviene en la política...en fin, todo en la corte gira alrededor de ella.

Esta relación a tres se mantuvo durante muchos años , hasta que en 1559 , con 60 años cumplidos , Diana vio como su amante , el origen de su poder, moría de forma dramática. En un torneo, una astilla se clavó en el ojo del monarca , el cual durante diez días estuvo agonizando entre terribles dolores. Diana supo pronto que todo había cambiado . Catalina le prohibió visitar a su esposo en el lecho de muerte y así quiso resarcirse de su eterna rival . Sin embargo, Diana se mantuvo en su posición hasta el último suspiro del rey. Pasó entonces a llevar una vida apartada de la corte , en su castillo, hasta que murió.

Carmen y yo recorremos la vereda junto al río, a la sombra de hayas centenarias que no desvelarán sus secretos. Se sienten las criaturas del bosque entre sus troncos, bajo la alfombra de hiedra… Nos dejamos invadir por tantas sensaciones: el canto del río, los trinos de los pájaros, el crujir de alguna rama seca que deja paso a la nueva vida; el olor a hongos frescos, a madera mojada; brillos que penetran la sombra, bellas arcadas de piedra sobre el agua; húmeda brisa como caricia del río…

Mientras tanto, Eugenia permanece sentada metiendo el castillo en su cuaderno, con todo mimo, los 5 sentidos en ello. Plasma en un bonito dibujo el espíritu de Chenonceau. “El castillo de Elena… El castillo de Elena tengo que hacerlo bien…”

Ya en la salida, veo una preciosa paloma blanca sobre un murete. Me está llamando, y voy. Empiezo a fotografiarla, me voy acercando muy despacio, pensando que se irá en cualquier momento, pero no lo hace. Me veo con el objetivo de la cámara casi encima de ella, ya no puedo enfocar. Es la primera vez que me ocurre algo así, me siento llena del amor que el animalito me ha regalado. Adoro a las aves, y ellas parecen percibirlo. Un chico con una cámara, sentado a pocos metros, ha presenciado la escena y está boquiabierto.

Salgo flotando del recinto, sobre nubes que crea mi imaginación, ajenas al tiempo y al espacio. Tantas cosas me llevaría: una taza de porcelana inglesa, que tanto me gusta, decorada con brillantes mariposas de colores… Uno de los extraordinarios centros de rosas frescas que decoran el interior de Chenonceau… Un paseo por el río…



jueves, 7 de agosto de 2008

Diario de un viaje por el Valle del Loira (IV)

Blois, jueves 17 de julio de 2008-07-21

Esta noche tenía la necesidad imperiosa de encontrarme a solas conmigo, así que, de vuelta al hotel, he dejado a Carmen y Eugenia en la habitación y he salido con mis cuadernos y mis ceras. Y aquí estoy, en la mesa de un café escribiendo. No hay nadie, sólo yo en la sala vacía, sólo el ruido de los lápices al caer sobre la mesa, al recorrer el papel… Qué sensación tan agradable, siento tener que irme a dormir.

Esta mañana me desperté rota, los ojos hinchados de dormir mal. Pero enseguida me reanimé con una ducha en el baño siniestro, las chanclas tardaron en secarse. Y un buen desayuno a continuación: aguacate, pan con tomate, zumo de naranja, té… Lista para empezar el día!

Vamos a Chaumont, otro de los grandes castillos del Loira. Es una gran construcción heterogénea, con elementos de los siglos XV al XX. Un lugar curioso donde se retiró Diana de Poitiers al ser despojada de Chenonceau por una despechada Catalina de Médicis. Un lugar curioso, el Monte Caliente, o Monte de Fuego.


Es el primero que visitamos por dentro, guía incluido. Y el último. Prefiero moverme a mi aire por fuera o por dentro, arriba o abajo… No termino de escuchar las explicaciones y salgo corriendo a los jardines, necesitaba respirar aire puro y estar sola. Camino aquí y allá, libre como el viento, qué agradable estar en este lugar, entre los tilos, castaños, secoyas y cedros gigantes. Las aves me saludan cantando, el murmullo de las hojas de un arce y de un tilo me susurran palabras de amor…

He de volver al mundo, Carmen me está buscando… Vemos el festival de jardines, un conjunto de creaciones paisajísticas contemporáneas, algunas muy imaginativas, otras aburridas…

La mañana se ha pasado, y a las 3 y media recogemos a Eugenia en la estación. Encontramos un Etap en el mismo centro, donde alquilamos habitación, y salimos a recorrer Blois.
Tengo unas ganas enormes de caminar. Quiero disfrutar de las preciosas y coloridas calles de Blois, de cada peldaño, de cada gárgola, de cada vista al río, de la estatua de Papin (que por cierto, no sé quién será), de la catedral, de la iglesia de San Nicolás, de la Casa de la Magia, donde una hidra de 5 cabezas nos saluda a través de las ventanas del edificio; de los patos junto al río, que parece hayan organizado un botellón, pues nadan todos alrededor de una botella ¿de vodka?; de las gaviotas de cara negra, del puente de piedra sobre el Loira, tan sufrido, destruido y reconstruído tantas veces, la última por los alemanes, para poder retirarse al perder la guerra… Ver Blois desde el otro lado del río. Enfrente el castillo, la catedral… El Sol que se empieza a poner… Muchas viejecitas dentro de los coches, las calles impolutas…

Una parada, una pausa en la ribera para descansar. Mis ojos lo devoran todo, mi pecho se llena de colores y aromas… Nos sentamos en un banco junto al río. Las 3 juntas, las 3 tan distantes. Cada una en su mundo, cargando con su cansancio, su nostalgia, sus anhelos, su esperanza; compartiendo un pequeño tramo del camino, entregando una parte de sí para recoger la de las demás; un gran aprendizaje, un ver el paisaje con los ojos de la otra, un sentir a través de la otra; una lección de humildad, de paciencia, de entrega, de aceptación, de amistad.


miércoles, 6 de agosto de 2008

Diario de un viaje por el Valle del Loira (III)

Blois, miércoles 16 de julio de 2008

Qué sueño tengo esta mañana. El despertador sonó a las 8 y no nos podíamos levantar. El último bicho debió caer a las 3, hemos dejado toda la pared llena de marcas. Desayuno pan, aguacate, un melocotón, un zumo de naranja y unos pistachos. Lista para un nuevo día. Nos vamos a tomar con calma la jornada de hoy, al fin y al cabo estamos de vacaciones. Lo primero será ir la la famosa abadía, tengo muchas ganas de escuchar cantar a los monjes.

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Estamos en un albergue a las afueras de Blois. Queríamos ir a buscar une chocolatière esta noche, pero aquí cierran a las 22,30 y ya es tarde. Habrá que esperar a otro día. Me ha hecho mucha gracia que, estando coloreando el sello de hoy, me fijo en la tapa de la caja de las ceras y veo: ‘Lady Godiva – chocolatier’. He dado un respingo en la silla…

Este es un lugar muy siniestro, digno del mejor Hitchcock. Acabo de ir al baño y casi me muero del susto, hay que salir fuera, y está todo oscuro, y no hay ni un alma. Las estrellas tienen miedo, y las sombras bailan con el viento, al compás de ese escalofriante silbido. Que nada se mueva porque se me saldría el corazón por la boca. ¿Y si hubiera algún monstruo escondido en un tenebroso rincón? Las criaturas de luz duermen, dejando paso a los lóbregos personajes que pueblan las pesadillas.

Y por aquí hay un tipo muy raro que mira fijamente pero no habla, y siempre con una botella en la mano. Se sienta en su silla con un libro delante, yo diría que no pasa página, hace mucho que no pasa página. No mira pero está pendiente de todo, su acechante pensar se clava en mi cuerpo, pegajoso y afilado. No cedo a esta sensación, la conozco bien y lucharé, como tantas veces. La confusión mezcla una cosa y otra, me recuerda que la habitación se queda abierta… negras ideas y recuerdos impenetrables escupe mi cabeza. Temblorosa pero firme me siento en la mesa de al lado, con mi bloc de dibujo, con mi diario, con mis pinturas. Y enseguida estoy feliz, sumergida en mi trabajo.

Qué diferente es todo a la luz del día. Los preciosos cipreses que me asustaban, siguen bailando, suena distinto el aire de la mañana. El tipo solitario de la botella me mira desde su silla, en el comedor oscuro, desde la soledad más impenetrable, suplicando una pizca de amor. Me conmueve, antes de poder pensar en nada una sonrisa se cuelga en mis labios. Él me da las gracias con un destello en la mirada, eterno. La vida es maravillosa.

Esta mañana asistimos a la misa de las 12 en S. Benoît. Fue sobrecogedor el canto de los monjes, aunque me sentí un poco extraña durante la ceremonia. Carmen quiso comulgar, y yo la secundé, tratando quizás de buscar una sensación que a veces se me escapa. No podía ser tan sencillo como eso, el trabajo ha de ser arduo y constante. Me gustó el anciano de larguísima barba blanca y poderosa mirada. Irradiaba algo que sólo él sabía, con naturalidad nos lo regalaba, sólo al mirarle, no, sólo al verle. Me sorprendió tanta juventud entre los novicios. Tanta solemnidad. Y esos hábitos blancos y negros que me transportan a otros tiempos, y me traen agradables recuerdos de la infancia…

La abadía es de una belleza cálida y envolvente. No había visto antes un edificio románico tan colosal. Llama la atención tanta luminosidad, y la alegría que se respira. Una forma totalmente diferente de percibir a Dios que en la catedral de Orleáns, por ejemplo, donde lo divino está mucho más lejos.

He cogido los papelitos con las letras y partituras de las canciones y me los he guardado clandestinamente en el bolsillo, no podía dejar de hacerlo, asi me llevo la música conmigo. Y Carmen ha querido encender una vela de 1 euro en compensación, todo arreglado.

Fuera nos esperan unos tilos de inmensos troncos, los saludamos, los tocamos y jugamos un poco con los helicópteros de papel que se desprenden de las ramas. Un melocotón para engañar al hambre y la sed. Y continuamos ruta hacia Sully sur Loire, hay mucho por ver. Bosques de acacias y algún fresno, un pueblo tras otro, dos sustos con el coche… Y ahí está ¡Qué bonito! El castillo es precioso, el verde del foso frente al intenso azul del cielo, cuánto me gusta la mezcla, y entre ambos una enorme masa de piedra gris. Nadie hubiera podido concebir una combinación de color más bella. Me gustaría tener más tiempo y dibujar un poco, quizás mañana lo haga. Lo rodeamos, paseando por los jardines: patos, palomas con collar de cobre… y unos enormes árboles que no identificamos, me abrazo a uno, me gusta pero no es aquel roble…

De nuevo en la carretera, estoy un poco harta y de no muy buen humor. Tras una parada en Meung sur Loire para pasear por sus callejones sin salida y visitar el castillo de las dos caras, continuamos hacia Beaugency, donde buscamos una sombra para comer. El cansancio empieza a morder junto al calor. No me siento del todo bien, tengo ganas de llorar, y me voy al coche a tumbarme un rato. Estamos muy cansadas, apenas dormimos esta noche, y son demasiadas emociones en muy poco tiempo. Y empezamos a acusar la falta de espacio propio. Entonces recibo un mensaje de Eugenia, mañana la recogemos en la Gare de Blois a las 15,30 h. Viene de Chartres a continuar viaje con nosotras…

Esta mañana, durante la misa de los benedictinos, tuve una visión: los monjes cantaban, y yo comenzaba a elevarme, tenía un vestido medieval, largo, que flotaba vaporoso… mi cuerpo giraba despacio en espiral ascendente, el cabello ensortijado recorría mi cuerpo, mis brazos caían lánguidos. Subía, subía, pero… ¡Zas! Él, surgiendo de la nada, se abrazó a mi cintura, sentí un amor tan inmenso que ya no tenía ganas de ir hacia arriba, y descendí despacio, me quedé en el hueco que me hicieron sus brazos… Fue tan bonita la sensación…

Beaugency es un pueblo medieval muy bello. Muy cuidado y acogedor. Decidimos pasar allí la tarde, sin prisas. Mis piernas agradecen poder caminar un poco. Es el pueblo de las flores, qué increíble sentido del color tienen estas gentes para combinar las plantas de esta manera. No puedo dejar de fijarme en cada maceta, mis ojos están atrapados por esa vibrante sensación. Rojo, rosa, violeta y blanco con un toque verde… Morado, fuxia y una pizca de amarillo… Estoy extasiada… La piedra blanca de las casas me gusta. Todos los edificios de la región se visten con ella.

Buscamos la dichosa chocolatière, hoy es el santo de Carmen y me quiere invitar, pero parece que aquí no hay ninguna.

De camino a Blois, donde hemos reservado albergue, paramos en el grandioso Chambord. Qué magnificiencia, qué derroche de todo. Da vértigo mirarlo. Se asoma la idea de porqué los guillotinaron a todos, no me extraña nada viendo esto. A pesar de ello, el edificio es magnífico, exuberante y muy bello. Por la noche hay un espectáculo de luz que quizá veamos mañana…

Llegamos al albergue y nos recibe la bruja de Hansel y Gretel. Me echa la bronca por aparcar junto a sus flores, por no llamar a la puerta… Estuvimos a punto de salir corriendo, pero aquí estamos. Me voy a dormir, han apagado las luces hace rato. Hay una única habitación para chicas con muchas literas, y otra para chicos. Dormiremos con nuestro saco y las maletas se quedarán en el coche. Mañana buscaremos un hotel…


lunes, 4 de agosto de 2008

Diario de un viaje por el Valle del Loira (II)

Orleáns, martes 15 de julio de 2008

Estoy muy cansada, pero quiero contar tantas cosas… Acabo de terminar mi sello del día, rotundo Marte que me rige, aunque casi tendría que haber hecho el de Mercurio por la hora que es. Me gusta pintar con mis ceras de colores, reflejar el tono del planeta según me sienta en el momento; y compararlo con el de ayer…

Fuimos al notario esta mañana, una señora muy simpática que nos ofreció multitud de papeles para firmar. Inicial, inicial, inicial, firma, firma… Y van pasando las hojas, y van pasando los minutos… La casa ya es de Franck, me alegro por él, me duele por él, por nosotros, por lo que esto significa.

Cuando nos íbamos, los demás ya en el coche, yo guardando la cámara en el maletero, aparece una señora de ojos brillantes que exclama: “!Quést que vous êtes belle!” Miro a un lado y al otro, y la mujer insiste –“Quién, yoooo?”-pregunto sorprendida. -“Vos cheveux son si jolis…” Le temblaba la mirada y casi me hace llorar. Hablamos un poco, su vida desfiló ante mí con sólo cuatro palabras. Le regalé una sonrisa que guardó en su vacío. Mientras, en el coche no daban crédito… Qué cosas te pasan… Fue un encuentro muy bonito.

Tras un breve viaje a través del silencio, dejamos a los niños y a Franck en casa de Claude, y Carmen y yo emprendemos viaje a Orleáns. No me gustan las despedidas, esta son muchas despedidas. Él con lágrimas en los ojos, no puedo soportarlo. Yo, con mi chaqueta de dura, la que puede con todo, la que no se desmorona y siempre sale a flote, la que puede soportar tanto peso sobre su espalda, la que todo lo cura con una sonrisa… El disfraz apenas se sostiene...

Un inciso: escribo desde el hotel, muy entrada la noche. Estamos en plena batalla contra un ejército de pequeñas cucarachas que nos matan del susto. Vienen volando y cuando las aplasto sueltan un olor insoportable. Entran por la ventana, así que hemos tenido que cerrar a pesar del asfixiante calor… Menos mal que nos tronchamos de la risa cada vez que la otra grita… No sé si vamos a dormir mucho esta noche. Y mañana queremos ir a la misa de Saint Benôit, y oir el gregoriano…

Qué asco, acabo de aplastar otra… Carmen piensa montar guardia toda la noche… Creo que es la última vez que duermo en un Formule 1. Además, eso del baño compartido con media planta no me hace demasiada gracia.

El camino a Orleáns tuvo alguna anécdota divertida, como cuando tras una de las paradas a tomar un té y, cómo no, un roché negro, Carmen pretendió entrar en otra furgoneta parecida a la nuestra y casi nos desternillamos, yo no podía apenas conducir, se me calaba el coche, los dedos llenos de chocolate… Los franceses, que hasta ese momento me habían parecido estatuas de sal, sonreían, arrastrados por un invisible hilo de carcajadas. Todo eran risas y calor.


Orleáns es bonita. Una ciudad blanca de calles ordenadas y limpias, y un alegre ambiente vespertino en el barrio viejo. Allí tomamos un té a la menta con pastelitos árabes, en un garito presidido por un apuesto marroquí, hierático, de mirada impenetrable, que solemne dominaba la situación desde su silla, mientras la solícita camarera nos servía amablemente. Y un gitano español cantaba rumbas de Peret, recorriendo cada establecimiento guitarra en mano, sin perder la sonrisa ni un momento. Al pasar junto a él, se nos echa encima, casi me come, mejor no hablar y hacerse las suecas. Y más risas. Paseando por la Avenida de Juana de Arco, conocimos a un chico que se extrañaba de tanta presencia española; había estado en Madrid, y su padre era de Toledo... En general, la gente acoge con bastante cariño nuestra procedencia…

Ah! Y la comida, que hicimos antes de llegar a Montluçon, de camino aquí, no tuvo desperdicio. Paramos en un parking campestre con mesas de madera, y fuimos a ubicarnos bajo la sombra de dos abedules y un roble, como no podía ser de otra manera. Reencuentro con mi querida Venus. Allí fue a parar un moutton francés y de nuevo nos reímos muchísimo.



sábado, 2 de agosto de 2008

Diario de un viaje por el Valle del Loira (I)

Ligny, lunes 14 de julio de 2008


Hoy es fiesta nacional en Francia, el famoso 14 de julio, la toma de la Bastilla. Llegamos anoche, tras un viaje ameno y divertido. Gran parte la pasé hablando por teléfono, los pies en el parabrisas, la música de Alberto Iglesias de fondo. Franck conducía y Carmen entretenía a los niños, yo era libre para estar donde quisiera.

Hicimos varias paradas, las dos nos reíamos mucho, Franck no parecía muy contento al principio, pero acabó rindiéndose a esa alegría contagiosa. A las 4 nos detuvimos para enviarle reiki a Heleno, el niño portugués con un cáncer cerebral inoperable. Los peques también le enviaron luz. Días después, me dice Bea que ha merecido la pena, que el tumor se ha reducido considerablemente, y van a operarle. Seguiremos enviándole amor incondicional, desde la cercana distancia que nos une. Burbujas de oro ajenas a dimensiones artificiales, el espacio y tiempo no existen.

Fue curiosa la entrada en Francia, lo que quedaba de aduana la última vez que vine, había desaparecido dejando en su lugar un simple puesto de peaje. Aisladas encinas daban paso a los esbeltos pinos de las Landas, que flanquean la carretera en un interminable camino hacia Burdeos. Saetas ordenadas y certeras, que siempre me han producido inquietud. Y van apareciendo álamos, y acacias. Nos vamos acercando a nuestro destino. Poco a poco asoman los robles, nos adentramos en el corazón de l’Auvergne, en la Francia más profunda, donde todo permanece como hace miles de años. El tiempo se ha detenido, y el espacio no es mensurable. Mejor dejarse llevar por el ruido de las hojas sacudidas por el viento, por el olor húmedo de la madera recién cortada, por la postal con la cadena de puys al fondo del valle.
La bienvenida fue gloriosa. Una lluvia de fuego y agua nos recibía en la noche. El cielo salpicaba estrellas de colores sobre nuestras cabezas, con un magnífico Marte presidiendo orgulloso la escena. Libertad, igualdad, fraternidad… Lo más bello del paso del hombre sobre la tierra se conjuga con la Naturaleza más hermosa. El resultado es estremecedor. El espejo del lago devuelve al cielo el luminoso regalo. Tres dragones negros nos ofrecen círculos de fuego en la ribera. La comunión de los elementos nos enseña que todo es posible, el agua acaricia al fuego, el fuego danza sobre el agua…

Y hoy nos sumergimos sin miramientos en el contiguo bosque de robles. Helechos, dedaleras, flor de San Juan… Todo evoca la presencia de Marte. Como el núcleo ferruginoso de la tierra, el núcleo de Francia, el de los primeros pobladores del planeta… también se viste de rojo. Por sus venas circulan el coraje, el valor, el arrojo del hierro. Robles centenarios por doquier, me abrazo a uno que me espera al borde del camino. La sensación es memorable y no veo el momento de partir. Me siento tan segura, tan protegida…
Un fuerte vínculo me ata a su corteza, secretos de siglos grabados sobre su curtida piel. Escucho su latido, que es el mío, es el del mundo. Un poderoso canal de energía, un regalo del cielo que circula por sus venas y me acaricia mientras estoy allí. Adios, siempre te recordaré.

El hipérico salpica de amarillo intenso nuestro paso, las fresas silvestres regalan hierro a nuestro paladar; el fondo del río es rojo, parece un río de sangre… Las bellísimas libélulas negras no se dejan fotografiar, apenas se posan sobre las flores. Silenciosas princesas del agua, con destellos azul turquesa. La lava volcánica, roja esponja petrificada, se esparce por toda la región. Imposible permanecer ajeno a esta influencia. No será casual que Franck se hicera domador del hierro, portador del fuego que lo somete… En medio de un bosque de pinos, escondida bajo agujas y cortezas, me sale al paso una diminuta rana dorada, que desaparece inmediatamente. Es un buen presagio, lo reconozco enseguida. La guardo en mi memoria para cuando la necesite.
Por la tarde subimos al Puy de Dôme. Claude, Issabelle, Didier, Claudine, Sophie, Carmen, Claudia, Maurice, Franck y yo. La altura es considerable, el esfuerzo por alcanzarla, supremo. Parece que el final no llega nunca. Abajo, lejísimos, quedan los coches aparcados, como hormiguitas de colores. Muchos sentimientos se despliegan en una interminable subida. Los recuerdos se funden con un horizonte exultante. Qué privilegio ver respirar a la tierra desde aquí. El anhelo de fusión con el paisaje se confunde con un extraño deseo de saltar al vacío. Amor roto, amor de madre, dolor, ausencia, promesas de nueva vida, amor de hermanos, amor de amigos que no sabían que lo eran hasta ahora, quizás no se vean nunca más; amor inclasificable, buscando su nuevo espacio, con torpeza a veces, con la seguridad de estar firmemente arraigado en nuestros magullados corazones, amor apasionado en la memoria, en la nostalgia; miradas transparentes, que se clavan como flechas en el centro del pecho, miradas cómplices, miradas esquivas que temen dar demasiado y no quieren recibir de aquella moneda; manos que se conocen, que se encuentran, sin vacilar, se sostienen la una a la otra, qué alivio sentirnos así, pero que desgarradora pena nos embarga. Más aún, pues hay que sumarle la pena del otro, que es imposible no percibir…
El esfuerzo ha merecido la pena. No hay en el mundo palabras que puedan describir lo que se ve allá arriba. La naturaleza en su estado más sensual y desbordante, el cielo más azul, la hierba más verde. Los ancianos volcanes con sus acogedores cráteres cubiertos de bosques o de lagos… Clermont-Ferrand y su negra catedral, construida con la oscura piedra de Volvic, fuente de aguas claras y sanadoras. Piedra volcánica, como no; ferruginosa, cómo no.

Parapentes de colores surcan el cielo como mariposas gigantes. Qué bonito, no puedo dejar de hacer fotos, quiero llevarme cada preciosa imagen para siempre conmigo.


Y el templo de Mercurio, regio en la cumbre, permanece ajeno al paso del tiempo. El dios alado merodea por aquí en las noches más mágicas, y se mezcla con los elfos, y danza sobre los vapores del volcán. Una leyenda se esconde debajo de cada piedra, detrás de cada arbusto. Un duende me sale al paso, y me susurra una historia al oído: Dios, enfadado con el diablo y sus demonios, los precipitó al interior de la Tierra, donde estaba el infierno. Pasó el tiempo y la colerá divina se apaciguó. Tras hacer a los hombres, el Creador tuvo piedad del Maligno y le permitió hacer agujeros en la tierra para respirar y ver el cielo. Pero Satán abusó y construyó por todas partes chimeneas por donde los demonios salían a visitar la tierra, y con ellos, las llamas del infierno. Dios se percató a tiempo, e hizo llover agua bendita que apagó el fuego y llenó algunos cráteres. Y así, desde ese día, Auvergne es un país de volcanes, de lagos de agua clara y de fuentes puras…