martes, 24 de agosto de 2010

El sueño de una noche de verano (II)

Quedan mil años para que salga el Sol. Tras el concierto, Sara y Mar recorren la noche como funámbulas sobre un hilo de papel. Carlos, barquero del lado oscuro, noctámbulo maestro, las conduce sobre ríos de alcohol a lugares inciertos. Sara no se dejará llevar, sabe hacia dónde quiere ir y hacia dónde no. Pero Mar se confunde y se deja arrastrar, la conciencia amordazada... El tiempo transcurre despacio para Sara, que se sienta junto a la barra y permanece inmóvil largas horas, los codos en la enorme plancha de pino barnizado, la cabeza sobre las manos, esperando pacientemente que su amiga vuelva a ocupar su cuerpo. Observa cada rostro del local, cientos de ellos que se mueven como fantasmas entre cortinas de humo. Miradas que no van a ninguna parte, que sonríen estúpidamente... Almas que parecen bloqueadas, empequeñecidas, condenadas por sí mismas a un purgatorio sin salida. Jóvenes o viejos, hombres o mujeres, todos navegan en el mismo barco sin rumbo. No quiere ser uno de ellos, no es uno de ellos. Mar tampoco lo es, pero lleva demasiado tiempo allí y no le resulta fácil salir.

Mientras combate el aburrimiento y la ausencia de su amiga, Sara recuerda su primera cita con aquél amor, en el mismo sórdido local que entonces resultara tan diferente. Él pronto encontró un nuevo "amor de su vida" al terminar su relación con Sara... ¿Cómo pudo pensar que con ella la historia sería diferente? Nunca volvería a dejarse atrapar por las garras de ese falso yo de las emociones que la arrastró a la mentira que ella misma construyó.

El recuerdo de su sonrisa, el inmenso abrazo que duraría siempre, la mirada que la acariciaba por dentro, los viajes imposibles a tierras lejanas, las aventuras nunca compartidas... Ahora quedaban reducidos al sueño de una noche de verano. Se debatía entre quedarse anclada a aquello, al pasado, a la muerte, a lo imposible, y ser uno más de aquellos seres perdidos que caminan en la niebla... o asumir la realidad, mucho más inhóspita, fría y hostil; pero desde donde poder construir un destino más auténtico.

La tensión es extrema. El deseo de verle es tan intenso que la ciega. A punto de enviar un sms invitándole a venir, el duende verde la hace recapacitar de nuevo, ha de soportar el dolor, la soledad, como única vía para llegar adonde quiere llegar, hacia el fondo de sí misma.
El nuevo Sol empieza a anunciar su llegada, Mar despierta del letargo y las amigas se van a dormir. Como niña que sabe que ha hecho algo que no debía hacer, Mar se lamenta, se culpabiliza, se disculpa ante Sara por su actitud durante la noche. Sara se limita a observar sin juzgar, ni la acusa ni la redime. El día lamerá las heridas y empequeñecerá las sombras. El camino se hará más nítido y los pies seguirán su periplo hacia el próximo destino, siempre hacia mañana.

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