martes, 2 de septiembre de 2008

Diario de un viaje por el Valle del Loira (y VII)

Domingo 20 de julio de 2008

El regreso
El viaje se ha hecho más corto de lo que esperaba. Recuperamos nuestro ritmo habitual de risas, como si el cansancio se hubiera esfumado. La música nos mantiene bien despiertas, y en movimiento a pesar del reducido espacio. Me gusta conducir, ver cómo cambia el paisaje, cómo aparecen vistas nuevas a cada momento. Deslumbrantes campos de girasoles aquí y allá, bosques que los rodean, alfombras doradas de trigo… Viñas y más viñas anuncian la proximidad de Burdeos… para dar lugar al aburrido paisaje de las Landas, con sus bosques de pinos espigados que nos envuelven. Y el país vasco, con tantos verdes distintos, y los peculiares caseríos… Y esas horribles fábricas en la proximidad de las ciudades…
Radares por doquier, requieren una atención constante, es muy gracioso ver cómo todo el mundo reduce la velocidad de repente…
Marroquíes y argelinos con coches cargados hasta el límite abarrotan las carreteras y las zonas de servicio, menos mal que hoy no circulan los camiones, sólo algún español despistado.
Breves paradas para reponer fuerzas: un bocata, un par de tés… ‘Ovejos’ por aquí y por allá, pero no me siento incómoda, sino segura de mí. Enseguida estamos en Madrid, a 100 km empieza el atasco, este tramo es más cansado que el resto del viaje entero.
Un camión revienta un neumático, llueven trozos de caucho, frenazos sincronizados, escolta luminosa hasta que aparca en el arcén. Qué bonito, qué forma de comunicarnos los 3 coches. El amor está en todas partes.

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