viernes, 12 de diciembre de 2008

Sorane en el reino de las crisálidas (I)

Sorane caminaba en el río, el agua por los tobillos, el frío era tan intenso que si el pez diablo que habitaba aquel arroyo la mordiera no sentiría sus dientes atravesar la piel. Disfrutaba con el chasquido de los pies al romper la quietud del espejo plateado que guardaba imágenes tan diferentes. Los largos cabellos envolvían el cuerpecillo de nácar, el viento los quería para sí y la hacía zozobrar.

La tristeza en el bolsillo, en la cajita de madera. Se dirigía al reino de las crisálidas, donde habría de entregársela a la reina oscura para que rompiera el maleficio. Este se perpetuaba en el tiempo, nadie alcanzaba a recordar cuando ocurrió aquella desgracia, al atardecer de un extraño día naranja en que el sol se escondió por unos instantes tras una profunda máscara negra. En que las aves perdieron el rumbo, las mareas se detuvieron y sólo los cíclopes entendían aquellos extraños sucesos.

Irguiéndose desde el fondo del océano, el gigante de barro hizo temblar el mundo cuando caminaba en busca de la heredera del arrecife blanco, la sirena silenciosa de labios de coral y mirada perdida. Soñaba con viajar al país de los humanos, pasear por los bosques y conocer a las criaturas que los poblaban.
Cuando el coloso la encontró, sentada sobre una roca, cantando a las gaviotas en aquel idioma extraño, le entregó una caja de ébano, con una lágrima de lapislázuli incrustada en la superficie. Y le habló así: “Querida niña, ha llegado el momento de entregarte la llave del destino que tanto has llamado. Ahora no será un sueño, y no podrás cerrar los ojos pensando en volver a la paz del mar. Cuando la llave gire en la cerradura, algo cambiará para siempre, la tristeza quedará liberada de su cautiverio y la servirás por el resto de tus días a cambio de que tu deseo se vea cumplido. Podrás vivir entre los humanos como uno de ellos, pero tu corazón llorará hasta el final de los tiempos, pues como castigo a tu desprecio por el designio de los dioses, habrás de vagar en el mundo de los hombres eternamente, añadiendo al tuyo el sufrimiento de tantas vidas que se crucen en tu camino. Sólo en el día 7 del año 999 de la era de vulcano habrá una oportunidad para cambiar el curso del destino, cuando el sol se oculte de nuevo, cuando las aves vuelvan a perderse y las mareas se detengan otra vez. Y la sirena tomó la llave, la introdujo en la cerradura de bronce y la giró, liberando una tristeza a la que habría de custodiar sin tregua, en el devenir que se iniciaba tras este ritual...




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y llego el dia 7 del año 999 de la era de vulcano, el sol se ocultó y la sirena con una perlada lagrima en su mejilla recordó toda su vida en la tierra, ahora rodeada de sus nietos y de los nietos de sus nietos.
Sorane por un momento, tan solo un instante recordó al antiguo gigante, recordó sus palabras, y comprendió la forma en la que podría cambiar su destino, fue un instante, tan solo un momento, pero vió que su vida había sido muy hermosa y ese día su rostro se iluminó como el rostro de las estrellas, todos pudieron verlo.
Desde entonces los hombres y mujeres recuerdan que un día Sorane no fue una estrella, que fue humana como ellos. Pero cuando miran la hermosa estrella su cara se les ilumina, dicen que da suerte mirarla los dias 7 de cada mes, dicen que Sorane ese dia inunda el mundo de un amor incondicional. Y dicen por ultimo que Sorane ahora es feliz, muy feliz allá entre las estrellas, y que alguna vez, en realidad una vez cada 999 años, baja a la tierra y se reune con el gigane de barro y danzan en el valle de la luna, bajo el aterciopelado cielo de estrellas, pero eso solo ocurre una vez cada 999 años.

Elena Rosa Cruz dijo...

Qué bonito...