viernes, 12 de marzo de 2010

Laura Granados, entre el cielo y el mar

La cantante y compositora nos ofreció el pasado 1 de marzo un nuevo capítulo de este homenaje a Mercedes Sosa, en la sala Galileo Galilei

Lunes desangelado, las almas huyen de la noche y del frío, se refugian al abrigo de sueños enlatados tras cristales mentirosos.
Intrépidas como el viento, Pepa y Sara se sumergen hasta el fondo más oscuro, desafiando al cansancio, al sentido común y a la crisis laboral. Pero ella lo merece todo. El hada de la noche, de la voz prodigiosa, de la garganta forjada por ángeles con oro y diamantes, de las manos que bailan sobre la sonrisa del piano al son de lamentos, al son de risas, de recuerdos, de devenires... Laura Granados, ubícua y noctámbula, mágica y certera, celestial y terrena... Laura Granados canta en la sala Galileo Galilei ¿cómo se iban a perder la oportunidad de escucharla? Los más de 50 km a recorrer, el madrugón al que obligará la rutina el día siguiente, las horas de fatiga acumuladas en los sufridos cuerpos, no son suficientes para impedir su presencia allí.

En la negrura de la sala, que pellizcan las luces rosas de neón, una voz procedente de no se sabe dónde llega a cada rincón como el eco de un ángel herido. El público enmudede, mira a un lado y al otro, pero ella no está. Su presencia no necesita de su cuerpo, y esta ausencia la hace aún más presente, hace aún más consciente la fuerza de este yo tan grande.

Mercedes Sosa debe sonreír desde el cielo al oir a su niña Laura prodigarle tanto amor y talento desde este lado del mar. Y cada vez es distinta, esta artista derrocha creatividad, el escenario es para ella un lienzo en blanco a colorear de mil maneras distintas. Flanqueada a la guitarra por J. Antonio Granados, y al tambor por Omar Flores, Laura despliega junto a ellos esa lluvia de sentimiento pentagramado que arropará a las dos amigas en la fría vuelta a la realidad, las arropará largo tiempo.

Repertorio cuidadosamente escogido, sorpresas que revolotean como luciérnagas aquí y allá, discreto el camarero en su ir y venir... por un momento Sara pierde la noción del espacio y del tiempo, mientras allá arriba los rizos dorados son mecidos por la dulce pero no empalagosa, potente pero no grave voz de la cantante. Un Ballantines con vocación de relojero suizo hace guardia junto a su silla, ha de mantener engrasados los engranajes con precisión marcial, difícil equilibrio que sólo una maestra en caminar sobre el filo de la navaja podría bordar.

Segura de su virtud, generosa y entregada, no olvida en ningún momento estar rindiendo homenaje a la Negra. Y en éste, caben otras voces. Mirian Penela sube al escenario para regalarles una desgarradora versión de Alfonsina y el mar que le arranca sin dificultad un racimito de lágrimas a Sara. Ni una palabra cruzan ella y Pepa en todo este tiempo, no hace falta. Hoy toca escuchar, eschuchar fuera para oír también lo de dentro. Y al terminar la canción sus ojos de gata que ven en la oscuridad, recorren la sala buscándole. No, Sara ¿cómo se te pudo cruzar esa idea por la cabeza? Mirada al frente, las piernas jugando en el asiento intentando mitigar un dolor que pronto se olvida con esa música que todo lo puede. Mirian nos conduce a otros tiempos, al mundo de Alfonsina Storni, la poetisa que decidió irse a vivir al mar. Pepa y Sara la escuchan quietas como estatuas de sal, como si cualquier movimiento pudiese romper el hechizo...
Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme puestas las sábanas terrosas y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. Pónme una lámpara a la cabecera, una constelación, la que te guste, todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes, te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro te traza unos compases para que te olvides. Gracias... Ah, un encargo, si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido..."
Martin Micharvegas recita unos versos, los años no apagaron el brillo de sus ojos, de su alma apasionada, ni su porte elegante y bohemio. El poeta rezuma sabiduría que todos respiran mientras él narra sus encuentros con Mercedes Sosa.

Y tras este lapsus, de nuevo la voz de Laura. Sara aprecia entonces matices que antes se le escaparan. Ahora le suena más pura, más profunda y más clara a la vez, como de río verde e inquieto, como de regio cristal, como de miel de romero, como de ojos de águila, como de rosa escarlata con espinas y terciopelo... Brillante y risueña, pizpireta y lánguida, salta de un registro a otro grácil y rotunda, hasta posarse en la última canción de la noche.

Llega la hora de partir. Sara se lleva las ganas de despertar al piano, dormido profundamente desde hace ya dos meses en la fría sala del olvido. Tal vez consiga al menos posar sus manos sobre esos dientes de nácar que sonríen silenciosos. Tal vez ese entusiasmo arrebatado brutalmente vuelva a brotar de sus dedos como el agua de la fuente, como era antes. Tal vez... Ahora se despide de Laura, a quien tanto admira y aprecia, otro día compartirán café y risas, ya los párpados vencidos arropan los cansados ojos, aunque los labios sigan sonriendo a la vida, a la amistad, a la noche...

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