miércoles, 27 de agosto de 2014

Oporto y el limpiacristales de Dubai




No es broma. Bajamos del coche en Oporto y apenas tocamos el suelo, pues en plena Ribeira nos invitan amablemente a subir a un ravelo (barco tradicional), no para hacer un recorrido turístico por la ruta del vino, sino para rodar un anuncio de un limpiacristales de Dubai. Al son de una machacona melodía árabe, bailamos y nos morimos de risa mientras los modelos (chica y chico) simulan sacar brillo a las ventanas y menean el palmito, y las cámaras inmortalizan la escena. El surreal episodio anuncia una prometedora escapada, breve pero intensa... '¿Tantas pintas de guiris llevamos, mamá?' Me pregunta Claudia, mientras isnpeccionamos divertidas nuestro atuendo. 'Contigo siempre pasan cosas así ¿Te acuerdas en aquél viaje a Lisboa? Ja ja'...

La ciudad ha cambiado desde la última vez que vine, hace año y medio. Es lo que tiene vivir junto al río, que se lo lleva todo, para verterlo en el océano, y crear algo nuevo.
Una ciudad de olvido, pero también de memoria, escondida entre las piedras de los viejos edificios, que resisten en su atalaya adormecidos por los fados vespertinos. Un lugar para olvidar, para lavar recuerdos adheridos dolorosamente a la piel, y secarlos al sol de agosto, como hace mi madre con las manchas de ropa. Pero sin jabón Lagarto.

Me quedo con el arte callejero de Hazul, que nos sorprendía agradablemente tras cada esquina robada al tiempo. Qué manera tan bonita de sacar al turista del centro neurálgico, y llevarle sobre las huellas de los verdaderos habitantes de barrio. Madonnas con atuendos galácticos suspiran sobre los muros de la Baixa, pugnando por arrancar un disparo a la cámara del visitante.


Y a cada paso, las pastelarias invitan a regalarte una deliciosa nata para endulzar el paso por las calles más sombrías. Qué rica la repostería de Portugal, qué rico todo, qué país tan hermoso y acogedor. Edificios, interiores, escaparates, moda... todo lo impregna el mismo buen gusto de siempre, sin extravagancias, diseño discreto y elegante, detallista sin perder la sobriedad, atemporal. Y esa suave melancolía que lo envuelve todo, y que te absorbe como un banco de niebla... me arrulla, arropa mi soledad y me acerca un poco más a la profundidad de mi alma.

Cada vez que pueda, seguiré escapándome allí, ahora lo tengo tan cerca...





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