miércoles, 19 de noviembre de 2008

Los sabios de piedra

Hoy soy yo quien va en busca de la montaña. Tiene respuestas que yo no recuerdo, el ruido que a veces me envuelve me impide escuchar a mi Baba Yagá. La intuición se oculta tras las rocas, está allá arriba, tan alta como aquel buitre leonado que me saluda con su danza de viento.

Me gusta oír el crujido de la arena bajo mis pies, en el camino hacia arriba. La agitada respiración me recuerda lo duro que resulta el ascenso...

Un alto en el camino, en busca del difícil silencio. Muchos seres pasaron por aquí, y dejaron su huella en las rocas, que me observan desde la grada. Un gigante de granito reflexiona eternamente, quizás Rodin estuviera aquí, o quizás Camille Claudel, sentada en esta misma piedra, con esta misma mirada, con la misma pregunta, el mismo sol sobre sus cabellos... Cabezas parlantes susurran al que escuche atento, desvelándole secretos de su henchida memoria.

El olor a jara se mezlca con el de romero y cantueso, el Sol colorea mis mejillas. Un simpático frailecillo comparte mi descanso y mi comida. Y sigo caminando, siempre hacia delante. Y el paisaje es cada vez más rico, la panorámica más sobrecogedora, las figuras de las rocas más elaboradas, las formas más sugerentes, la soledad más enriquecedora. Los sentidos embriagados, un potente aroma a hongos me empuja hacia la tierra, me frenan las doradas agujas que la cubren.

Amables pinos extienden sus ramas en un abrazo de bienvenida. Me traslado a aquellos bosques de mi infancia, en pugna con las albas dunas, caprichosas y frágiles, de Punta Umbría. Donde nos perdíamos para encontrar nuestra naturaleza salvaje, y recolectar plantas, y observar a sus pequeños habitantes... junto a la interminable playa de arena blanca, suave y envolvente, en cuyo mar se sumergía la pequeña Diana, dispuesta a cazar toda clase de moluscos... Historias de morenas voraces, de feroces pulpos que engullían a los marinos incautos; de la traicionera marea capaz de arrastrarnos a las profundidades bajo su apariencia sosegada; de peces venenosos que ocultan sus espinas bajo el fondo silencioso; tiburones gigantes que vienen por la noche a devorar al que ose traspasar sus dominios... Todo ello convertía al mar en el lugar más fascinante que pudiera existir, y sumirse en él, la aventura más seductora.


No hay comentarios: