miércoles, 12 de noviembre de 2008

El soldadito rojo

El soldadito rojo giraba sobre sí mismo una y otra vez, fusil en mano, mientras silbaba la melodía de siempre. ¿Dónde estaría su preciosa muñeca de porcelana? Brillaba tanto con el vestido blanco de tul… Y esa sonrisa capaz de atravesar montañas… no podía borrarla de su imaginación. Quizás estuviese bromeando con Pipo, el peluche ciego de un solo brazo que tanto gustaba a Roberto, el niño de la casa. Quizás la cortejaba en su ausencia, pensar en ello le hacía ponerse morado, verde, azul…

Cuando ella bailaba, todo se iluminaba a su alrededor, y sonaba aquella preciosa canción de Dr. Zhivago. Sus delicados pies envueltos en cintas de seda parecían elevarse sobre el suelo. Cuando pestañeaba, se oían suspiros por aquí y por allá. Al pequeño soldado le latía el corazoncito de plomo como si quisiera salir volando tras ella.

Ella le amaba, aunque casi nunca podían encontrarse, pues vivía en el estante azul de madera, ribeteado con aquel hermoso encaje que tejiera la abuela de Roberto, y es que los juguetes más valiosos tenían ese privilegio. La cajita de música con caracolas incrustadas que le trajera mamá de su último viaje, el camión de bomberos de hojalata, que tenía una manivela para mover la escalera, el dominó de nácar del abuelo… Todos compartían aquel espacio, y se llevaban bien. Y en el extremo opuesto de la habitación, vivía el soldadito, en un enorme baúl forrado con esa bonita tela de rosas, donde terminaban el día casi todos los juguetes de la comunidad.

El soldadito rojo giraba sobre sí mismo una y otra vez, fusil en mano, no sabía que estuviese cargado antes de aquel disparo ¡Qué estruendo! A él le gustaba el silencio, sólo perturbado por aquella melodía que le ensimismaba ¿Dónde estaría su preciosa muñeca de porcelana?

Los restos de la bailarina yacían dispersos bajo la mesa, antes de que él pudiera verla alguien habría venido a barrerlos, no sea que Roberto fuera a hacerse daño. Cuando oyó el ¡booom! ya caía en picado hacia el suelo, antes de entender lo que había ocurrido se había roto en mil pedazos, ya no era nada. Pronto ocuparía su lugar en la estantería azul una flamante muñeca rusa de porcelana, de hermosos y ensortijados cabellos, ataviada con un rico vestido de lana y un chal bordado con hilo de oro.

El soldadito rojo giraba sobre sí mismo una y otra vez ¿Dónde estaría su preciosa muñeca de porcelana?

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Pinocho fue mas listo, se convirtió en humano.
Estos parecen muñecos del destino y de otra epoca.
Ahora las muñecas disparan bolitas de plastico a los playmobil.

Unknown dijo...

Ecrire est un acte d'amour et d’authenticité.Ecrire est un acte de courage qui implique des remises en question, des angles de vue différents, des risques. Je passe mes émotions comme des portes au cœur d’une écriture qui dévoile. On se relit sans analyser et la manière dont c'est formulé, les mots oubliés, incohérences, lapsus, contradictions, nous révèlent… Le potentiel de performance de l’écrit se réalise d'autant plus qu'on se laisse écrire et qu'on partage ses écrits avec d'autres.

Le potentiel de performance de l’écrit se réalise d'autant plus qu'on se laisse écrire et qu'on partage ses écrits avec d'autres. Le partage est un acte de courage qui fait sortir le secret sous le regard bienveillant de l'autre. Le fait de se confier à quelqu'un au lieu de se trahir pour être accepté a un effet bénéfique immédiat.

Gracias Elena por compartirlo con nosotros. Un beso fraternal desde Bruselas

Anónimo dijo...

El soldadito parece un poco tonto ¿no?
¿La muñeca de porcelanosa amaba al soldadito? a mi me parece que mas bien iba a lo suyo que era hacer suspirar, de otro modo igual se habria quitado cuando el soldadito la apuntó con el fusil. Yo creo que si en lugar de bailar tanto, hubiera hablado mas con el soldadito, lo mismo el soldadito habría dejado el ejercito.

Anónimo dijo...

¿ya? ¿eso es todo?

Anónimo dijo...

Me suena un proeverbio que venia a decir que “más vale ser cobarde un minuto que un cadáver el resto de tu vida”. La pena es que por lo que veo Elena, a ti te están rodeando cadáveres cobardes.

Manténles en su nicho, ni saldrán, ni hubieran salido.

.Alberto.

Anónimo dijo...

Pobre Alberto
No sabes nada de nada y sin embargo juzgas
¿eres tu el soldadito? ¿o la muñeca de porcelana?

Anónimo dijo...

¿Sólo dos opciones? Puestos a elegir, muñeca. Se rompen porque sí pero no llaman al patetismo. Saben morirse. Los soldados juegan a matar y a matarse mil veces para llamar la atención sin importarles el tratar de levantar sentimientos de lástima tras una careta de fortaleza. No se matan, estaban ya muertos. Que mis trozos no levanten lágrimas. Las muñecas sí somos fuertes.

.Alberto.

Anónimo dijo...

tragicomico

Elena Rosa Cruz dijo...

Chère copine, quel joie de te rencontrer ici. Ça me fait très heureuse. Merci, mon coeur pour étre toujours à mon coté. Aucune distance pourra l’empecher.
J’irai chez toi très bientôt. Je t’envoie plein de bisous ensoleillés.

Unknown dijo...

En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizá donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta... En un reino mágico donde las cosas no tangibles se vuelven concretas... Había una vez...un estanque maravilloso. Era una laguna de agua cristalina y pura, donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente... Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia. Las dos se quitaron sus vestimentas y, desnudas las dos, entraron al estanque. La furia, apurada (como siempre está la furia), nerviosa -sin saber por qué- se bañó rápidamente y, más rápidamente aún, salió del agua... Pero la furia es ciega o, por lo menos, no distingue claramente la realidad; así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró. Y sucedió que esa ropa no era la suya sino la de la tristeza. Y, así vestida de tristeza, la furia se fue. Muy calma y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la tristeza terminó su baño y, sin ninguna prisa (o, mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del estanque. En la orilla se encontró con que su ropa ya no estaba. Como todos sabemos, si ha algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia. Cuentan que, desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada; pero si nos damos tiempo de mirar bien, encontraremos que esta furia que vemos es sólo un disfraz y que, detrás del disfraz de la furia, en realidad, está escondida la tristeza.

Elena, veo mucha tristeza disfrada de furia. Lástima que no esté dispuesto a ser consciente.