lunes, 25 de enero de 2010

La oveja negra

La noche pintaba bien. Tras las rasgadas cortinas negras del cielo dormido, sonreía la luna. Sara y Vicky la contemplaban mientras cantaban a pleno pulmón el repertorio apasionado que sonaba en la radio del coche. La carretera vacía se perdía en la sombra, como en aquella película de David Lynch, y volvía a aparecer sinuosa y oscura tras cada horizonte. Segura del camino a seguir, Sara pisaba firme el acelerador, y Vicky confiaba en su amiga. Al otro lado de la montaña les esperaba de nuevo la voz de Rebeca, que tocaba en un local de un pueblito de Segovia. Segovia una y otra vez, Sara ha de sucumbir al peso del recuerdo, sus manos tratan de aferrarse al olvido pero la cuerda se rompe de nuevo.

La amistad las arropa en la noche fría, las palabras no son necesarias para comprender el corazón, ambas han vivido circunstancias parecidas que las han hecho desarrollar aún más una sensibilidad fuera de lo común.

Kilómetros y kilómetros de complicidad, qué grande es el mundo. Parecen no llegar nunca a su destino, pero no importa si el camino es confortable. Tras aquella curva mentirosa aparecen al fin, sobre la loma, las casitas apiñadas de Cabañas de Polendos. Como en un pueblo fantasma, ni un alma da vida a sus calles apagadas, en las que el tiempo parece haberse congelado.

Recorren el laberinto empedrado sin hallar el local donde actúa Rebeca. Vuelta sobre vuelta, parece la broma pesada de algún perverso duende. Hasta que lo encuentran. Varios coches aparcados en la puerta lo flanquean, y una luz ambarina les da la bienvenida cual simpática luciérnaga. No puede ser, están en La Oveja Negra ¿es que todo ha de recordarle a él? Una vez dentro, la envolvente música las saluda, los ojos negros de Rebeca brillan al fondo de su profunda mirada, como el pelo oscuro bajo el que a veces se esconde. La melancolía flota entre el humo de los cigarrillos.


Como en un ensueño, Sara se deja mecer por la tristeza de esas letras desgarradas, hasta que un cartel colgado sobre la barra del bar la devuelve a este mundo: "llévate tu oveja negra por 4 euros". Cómo le hubiese gustado regalársela a él, ojalá las cosas hubiesen sido de otra manera. De nada sirve seguir lamentándose. Empieza a sentir frío en la garganta. Vicky lo adivina sin saberlo, y se acerca a su amiga con una copa de vino que arrastra la amargura a otro lugar. Falso Yo teñido de rojo, sangre hueca que quema las entrañas para arrojarlas luego al pozo helado del silencio. Pero ahora crea un espacio para encuentros y risas. Allí está el hermano de Vicky, Jaime, que las saluda con un tono entre divertido y pícaro. Nos presenta a sus amigos: "aquí mi hermana; aquí mi futura ex-mujer". Estalla una carcajada mientras Sara se queda petrificada antes de sucumbir a la alegría general, si todo fuera tan fácil... No hay sitio en su interior para nadie, él sigue allí aunque no esté, ella es su prisionera, cautiva de la ausencia, cautiva de la memoria traicionera, cautiva de nadie...
Ambas van a ver a Rebeca, brindan juntas por la amistad eterna "¿cuantos corazones has roto hoy, Sara? no lo niegues, seguro que unos cuantos", pregunta divertida Rebeca "No lo niego, el mío fue el que se rompió, aún ando recogiendo los pedazos perdidos entre la niebla".

En el camino de regreso a casa, la soledad no muerde como otras veces. Hoy Sara se siente acompañada, querida. Sus amigos velan por ella, aún en la distancia. Y colgada del retrovisor, la pequeña oveja negra se columpia al son de los recuerdos.


No hay comentarios: