martes, 12 de enero de 2010

FRIEDRICH: El arte de dibujar

"Una pintura no debe inventarse, sino sentirse"

La fundación Juan March nos presenta esta exposición que inaugura un espacio felizmente renovado. Delicadeza exquisita, exhaustiva observación de la naturaleza a la manera de Goethe, y una fructífera sensibilidad, se despliegan entre los muros de un cálido recinto que nos abrió sus puertas hasta el pasado 10 de enero para hacernos el mejor de los regalos: los dibujos de Friedrich.

Me siento privilegiada por haber podido presenciar los 2 últimos grandes acontecimientos que han tenido lugar en Madrid en torno a la obra del maestro del Norte: en 1992, una espectacular retrospectiva de su obra pictórica se mostraba en el Prado. Por aquel entonces, acudía guiada por mis profesores de Bellas Artes, sin grandes expectativas.
Aún recuerdo cómo se me encogió el corazón ante la sobrecogedora visión de ese abrumador azul del Mar de Hielo. Sentí que me hallaba ante una imagen grandiosa, cuyos límites no terminaban en los bordes del cuadro. Mi alma, ávida de sensaciones sublimes, recorría embelesada la galería una y otra vez, expandiéndose con aquellos paisajes en los que reconocía al Dios que todos llevamos dentro. Entonces, Friedrich fue el pintor favorito de una parte de mí. Una y otra vez, su obra acudía a ilustrar conceptos de estética que sin ella hubieran sido más difíciles de asimilar: Lo Bello y lo Sublime de Kant, que tan fructífera semilla depositó en mi interior, se llenaba de sentido con aquellos paisajes románticos.

Como un tesoro guardo el catálogo de aquella exposición, el inolvidable azul en la portada. Años después retomo la vida y obra del maestro, pero desde otra perspectiva, la terapéutica. Ahora aquellas sensaciones toman nombre, adquieren otro sentido que el puramente sensorial y anímico. se ven envueltas y enriquecidas con un pensar lúcido que lejos de desvirtuarlas, les añade una nueva dimensión. Creo comprender qué le llevó a pintar esto o lo otro, trato de relacionar cada cuadro con acontecimientos de su vida, y el resultado de esta pequeña investigación es muy gratificante para mí.

Ahora tengo la oportunidad de ir a la fuente de aquellas obras. Porque Friedrich, el pintor de esa Naturaleza divina, poderosa y arrebatadora de la que todos nos sabemos partícipes, la rememoraba en su estudio. Sólo desde el fondo de su alma exquisita y profunda podía haber extraído aquella sublime impronta que aplicaba en sus óleos.

El inmenso repertorio de dibujos que había recopilado en los viajes de juventud, le sirvió de base documental para recomponer aquella estampa que ilustraba magistralmente esos procesos anímicos y espirituales. Cientos, miles de ellos. El amor por el detalle, la delicada observación, cualquier objeto es susceptible de ser sometido a un riguroso estudio "Lo divino está en todas partes, incluso en un grano de arena"... árboles, nubes, lagos... El paso del tiempo a través de las estaciones... El hombre inmerso en estos espacios... Variaciones de un mismo motivo, casi siempre procedentes de la observación directa, a veces resultado del pormenorizado trabajo de taller... La nieve, los riscos, el horizonte... Barcos envueltos en niebla que algún día llegarán a tierra, majestuosos robles abanderados del nuevo espíritu alemán, recios abetos que soportan estoicamente el peso de la nieve sin doblar una sola rama, ruinas que permanecen a pesar del devastador efecto del tiempo... Silencio, soledad, inmensidad... "Debo rendirme a lo que me rodea, unirme con las nubes y con las piedras, para ser lo que soy. Necesito la soledad para entrar en comunión con la naturaleza". Muchos de ellos los reconozco en los grandes óleos, y me entusiasmo como un niño ante un caramelo. Preparo mi cuaderno y mi caja de lápices, siento un enorme deseo de ponerme a dibujar ¿Porqué no en el próximo viaje?¿Será en Túnez donde despierte de una vez por todas esta capacidad que me acompaña desde siempre como un sueño sin descifrar?

Me queda el precioso catálogo, al abrirlo me embriaga el penetrante olor a tinta y a papel nuevo. Me queda mi propia mirada, que escudriña el cielo cada mañana en busca del nuevo sol que surge de las tinieblas desplegando su magnífica cola de pavo real sobre nuestras cabezas. Y que, día tras día, me recuerda que aún la más espesa oscuridad oculta una luz que acaba derrotándola una y otra vez.



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