miércoles, 10 de febrero de 2010

De Madrid a Lisboa (III)

... Este cielo de Lisboa, secreto de la mágica luz que la inunda atrapando las miradas, es ahora morado intenso, nunca gris, con una ventana abierta al sol de poniente que ilumina las fachadas de colores congelando en mi memoria la postal más increíble. No puedo más que mirar a mi alrededor, arriba y abajo, sin dar un paso. La escena cambia a cada segundo, ahora bajo un tono metálico y mojado, ahora entre una neblina dorada...
La oscura Sé abre la boca tragando cualquier atisbo de luz, osadas las vidrieras que horadan sus espesos muros de piedra. Románica en origen, ha ido incorporando diversos estilos tras las reconstrucciones que sucecieron a los numerosos terremotos que ha sufrido la ciudad. El más importante, el de 1755, aquel fatídico día de Todos los Santos, en que el sunami que reemplazó al seísmo subió por el Tajo como un gigante de agua que engullía todo a su paso.
Otra parada para reponer fuerzas: bocatas caseros que desaparecen en pocos minutos. Esta ciudad hace hambre, niños y mayores callan mientras los tranvías chirrían a pocos centímetros. Seguimos caminando, ahora sobre llano, salpicados por las pequeñas lágrimas que llora el cielo antes de volver a reír cuando el sol le hace cosquillas. La Plaza del Comercio al fondo, las olas blancas y negras de las aceras hacen del paseo un baile mojado y jovial. La gigantesca explanada está convaleciente por una nueva remodelación, aún no he conseguido verla desnuda, siempre oculta tras andamios y telas que tapan las heridas. Asoma tímida en el centro la estatua de José I, y el flamante Arco del Triunfo da paso a un espacio más transitable, la rua Augusta. Las 2 torres que la flanquean de cara al río son los únicos vestigios que sobrevivieron al gran terremoto. El resto se concibió con un nuevo espíritu que años despúes sería escenario de importantes acontecimientos, como la Revolución de los Claveles de 1974. Hoy, aquél espíritu revolucionario se reencarna en los manifestantes que llenan las calles por miles: los enfermeros, llegados de todo el país, protestan contra la precariedad laboral. Protesta gigantesca, tambores que la secundan, vías cortadas al tráfico, altavoces gritando consignas...

Terremoto humano que hace tambalear los cimientos lisboetas. Me sorprende el poco eco en la prensa local el día después. Cantando bajo la lluvia, me siento feliz rodeada de niños, propios y ajenos. Me gusta su entusiasmo contagioso, la mirada transparente, el juego sin fin... En ellos, todo es de verdad, risas y lágrimas, que alternan con pasmosa naturalidad. Atravesamos victoriosos el Arco del Triunfo hacia la Via Augusta. Claudia está ensimismada con los dibujos de las aceras, hechos de azucarillos blancos y negros que hacen el camino más dulce. Enormes figuras multicolor como majestuosas cariátides, reproducen las imágenes de los Beatles en la puerta del Museo de Diseño ... Ligereza y color a pesar de las enormes proporciones. Reverso de espejo que refleja otra cara de Lisboa, la cámara se dispara una y otra vez tratando de captar esa otra ciudad sumergida. Como Orfeo viajando entre sueños, atravieso el espejo y recolecto esos colores sin forma en mi cesta de recuerdos. Me dejo llevar por la alegría general. Los pequeños se desfogan en estas calles sin coches, llenas de música y reclamos para todos los sentidos. Un gofre caliente para los más golosos, que me hace recordar aquellos de este verano en Bruselas, mi querida Carmen me llevó a los mejores lugares donde degustar el dulce belga por excelencia...

Jorge Drexler - Soledad

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