viernes, 5 de febrero de 2010

De Madrid a Lisboa (II)

... Las calles serpentean bajo los pies, buscando cualquier rincón donde reposar la mirada. Todo vale: Una puerta verde sobre la descascarillada fachada púrpura; un enorme girasol de plástico; un arco que se olvidó el tiempo y que enmarca las grúas de los astilleros; un maniquí de plástico escudriñando tras el cristal turbio de aquella ventana... escalones y más escalones que parecen girar sobre sí mismos: caminamos por el vientre de un caracol gigante que se eleva buscando el calor del sol. Pequeñas plazoletas torcidas nos salen al encuentro. Algunos naranjos saludan entre adoquines y muros de cal; aquella palmera se yergue como un faro que señala el camino. No hay pérdida, sólo hay que ir hacia arriba. Las palomas gorgojean sobre los tejados carmesís, llaman juguetonas a los niños, que disfrutan de barandillas sobre las que deslizarse, y cuyas risas se funden con la algarabía general.

Las murallas de San Jorge marcan el fin del ascenso. De nuevo aquí, la última vez esparcía papeles grises al viento, papeles que se desharían en el mar. Como si fuera ayer, vuelvo a beber de esta brisa sanadora que canta sobre Lisboa, que acaricia mi afligida memoria y devuelve el brillo a mis ojos. Cómo me gusta estar aquí, mi mirada camina por cada tejado, por cada balcón. A vista de pájaro la perspectiva cambia, somos pequeños frente a la inmensidad, pero tan grandes cuando nos entregamos a ella... El puente del 25 de abril cruza el río como una arteria que bombea la ciudad, El gigantesco Cristo Rei parece insuflar su aliento desde la otra orilla. Con sus 28 m de altura, se yergue majestuoso frente a la ciudad, envolviéndola con su abrazo. Copia del Cristo Redentor de Río de Janeiro, se construyó en 1959 como agradecimiento a Dios por haber mantenido a Portugal lejos de los horrores de la Segunda Guerra Mundial

La sangre de los tejados llena de vida cada rincón. La melancolía sale de su ensimismamiento y se encienden los corazones. El río se mueve hacia el mar, los coches se mueven sobre el puente, las gaviotas se mueven sobre las cabezas, las personas se mueven entre las calles, las calles se deslizan entre las paredes... Vida y frenesí bajo el disfraz de tristeza. Edificios de colores que esconden otros colores debajo, rollizos gatos deambulando por los jardines, la plaza del Rossio allá al fondo, vigilada de cerca por la de Figueira. Y tras el núcleo histórico se adivina la ciudad nueva, grandes edificios de cristal que podrían pertenecer a cualquier lugar...

Ana y los niños tienen su primer encuentro con la pastelería portuguesa: primer alto en el camino para disfrutar de un chà caliente y alguna delicia con crema y canela. Los pasteis de Belem dejan un regusto amargo en mi garganta, aunque hace poco más de un mes acompañaran mi viaje más dulce al norte del país, pero esa es otra historia... Claudia cae rendida ante la tarta de galleta, salimos del café y bajamos flotando las escalinatas hacia el puerto. El 28, vestido de amarillo reluciente, nos sale al paso a cada vuelta de esquina. Sube y baja sujeto al cielo y a la tierra, surcando las empinadas calles como mariposa en campo abierto. No me canso de mirar estos viejos tranvías que casi acarician a su paso las cornisas de algún edificio. Cicatrices de hierro clavadas a los adoquines se entrelazan y brillan bajo las gotas que empiezan a caer...


Bebe - Siempre me quedara

De Madrid a Lisboa (I)

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