martes, 12 de agosto de 2008

Diario de un viaje por el Valle del Loira (V)

Tours,viernes 18 de julio de 2008

Las chicas duermen, yo escribo. Encontramos la famosa chocolatière, pero cerrada. Habrá que esperar a mañana. La catedral de Tours es bellísima, me he quedado sin aliento al verla ¡Qué maravilla! Merece una pausada y atenta visita.

El día de hoy ha transcurrido sin sobresaltos. En el silencio de la noche, las imágenes de colores desfilan ante mí y apenas tengo tiempo de guardarlas en mi diario.

En Cheverny sólo vimos las flores, no queríamos pagar entrada y fuímos a recorrer a pie el pueblecito. Me llevo unos castillos de cartón en el bolsillo, pequeños recortables para los niños. Eugenia se quedó dibujando la pequeña iglesia medieval, Carmen y yo caminamos, empapándonos del intenso color que lo llena todo.

Hoy el calor es sofocante, cae como una losa que nos impide movernos. Nos dirigimos a Ambois, donde paseamos por las empedradas calles con el castillo sobre nuestras cabezas. Una impresionante fortaleza junto al río.

Hacemos una comida campestre, como siempre. Sentadas junto al coche, improvisamos mesa y menú. Es divertido y nadie se extraña de vernos, aunque sea el lugar más insospechado. Francia es el país del picnic, toda una institución nacional muy de agradecer.

A continuación, la maravilla de las maravillas. Ya por la mañana, en las tiendas de postales de Cheverny, se me iban los ojos tras esa imagen que me resultaba tan familiar. Pero fue al llegar a Chenonceau cuando me sentí como en casa.

Qué lugar tan entrañable y acogedor, a pesar de las enormes proporciones.. No sé si fue por la ligereza del edificio, elevado sobre blancas arcadas de piedra; o por el Cher, callado río de mercurio que mece el palacio; o por la magia de los hayedos circundantes… Una energía muy especial emana de allí, no podía explicarme porqué, pero disfruté de ella, la respiré.

Entonces pensé que quizás viví allí en otros tiempos. El nombre de Diana de Poitiers me resuena. El otro castillo que me impactó fue Chaumont… ella también estuvo allí… Leo su historia y algo se revuelve aquí dentro.

Diana de Poitiers fue un caso muy especial. Veinte años mayor que Enrique, hijo de Francisco l, basó su relación más en lo intelectual que en lo sensual. La pareja creó una mística que se correspondía perfectamente con el Renacimiento: ella era la Diana olímpica y él Apolo (muchos cuadros retrataron a la Poitiers personificando a la diosa). Organizaban cacerías y fiestas en las que se recreaba la atmósfera medieval de los trovadores y el amor galante. En cuanto a lo político, la injerencia de Diana fue total, pero sabía manejarse con mucho tacto y sus consejos eran moderados.
La más bella favorita real de Francia, la bella entre las bellas, reflejo del tránsito entre el amor cortés medieval y el amor carnal del Renacimiento. Posiblemente, sea una de las mujeres de anatomía más admirada, retratada y conocida. Símbolo del culto a la belleza que representa el Renacimiento.

Diana nació en 1499, hija de un alto noble francés , siendo ya de muy joven admirada por su belleza y porte natural. Sin embargo, para desilusión de sus adversarios, su vida hasta los 40 años transcurrió en la más completa oscuridad, sin escándalos ni sucesos extraños. Se casó muy joven y se mantuvo fiel casi con total seguridad hasta la muerte de su anciano esposo. Sin embargo, con ello no queremos decir que nadie se hubiera fijado en ella, de hecho, su posición en la corte ya había despertado la admiración del monarca Francisco I, el cual se confesaba admirador secreto de Diana.

Pero el destino quiso que no fuera Francisco quien encumbrara a Diana hasta los más altos puestos del poder, sino su hijo Enrique, el cual con apenas 10 años ya había fijado su corazón y su alma en ella. Por aquel entonces Diana estaba "felizmente " casada y tenía 20 años más que el futuro rey. Los hechos se precipitaron con la muerte de su esposo, el rey Francisco l veía a su hijo triste y abatido ( de hecho le llamaban "el bello tenebroso") , y le sugirió a Diana que le animara. Ella, aunque aún dolida, consintió a hacerlo su galán , dentro de la amplia tradición medieval del amor cortés , permitiendo el enamoramiento , pero no las relaciones físicas.

Así, el futuro Enrique II quedó completamente enamorado de ella, a pesar de que por razones de estado, llevaba casado unos años con Catalina de Médicis. Mientras Francisco I vivió , la situación no pasó a más, sin embargo, a su muerte Diana decidió dar un paso más y acceder a una relación carnal con Enrique , aunque ya contaba con casi 40 años. El joven rey apenas podía creerlo, su diosa consentía ser su amante.

La joven reina Catalina no estaba dispuesta a consentirlo , oponiéndose a Diana. Ésta aguantó pacientemente , hasta que empezó a sospecharse la esterilidad de la reina. Entonces, gran conocedora de la naturaleza de la mujer , envió a sus médicos a la reina, los cuales consiguieron que diera a luz no uno, sino 10 hijos en los años siguientes. Catalina, en deuda con la amante de su marido, no pudo sino resignarse e intentar convivir, no sin mantener una prudencial distancia que la mantuviera a ella por encima. Poco a poco , Diana alcanza la cima de su poder, sin perder nunca su belleza. Es consejera permanente del rey , consigue beneficios, cargos, rentas, interviene en la política...en fin, todo en la corte gira alrededor de ella.

Esta relación a tres se mantuvo durante muchos años , hasta que en 1559 , con 60 años cumplidos , Diana vio como su amante , el origen de su poder, moría de forma dramática. En un torneo, una astilla se clavó en el ojo del monarca , el cual durante diez días estuvo agonizando entre terribles dolores. Diana supo pronto que todo había cambiado . Catalina le prohibió visitar a su esposo en el lecho de muerte y así quiso resarcirse de su eterna rival . Sin embargo, Diana se mantuvo en su posición hasta el último suspiro del rey. Pasó entonces a llevar una vida apartada de la corte , en su castillo, hasta que murió.

Carmen y yo recorremos la vereda junto al río, a la sombra de hayas centenarias que no desvelarán sus secretos. Se sienten las criaturas del bosque entre sus troncos, bajo la alfombra de hiedra… Nos dejamos invadir por tantas sensaciones: el canto del río, los trinos de los pájaros, el crujir de alguna rama seca que deja paso a la nueva vida; el olor a hongos frescos, a madera mojada; brillos que penetran la sombra, bellas arcadas de piedra sobre el agua; húmeda brisa como caricia del río…

Mientras tanto, Eugenia permanece sentada metiendo el castillo en su cuaderno, con todo mimo, los 5 sentidos en ello. Plasma en un bonito dibujo el espíritu de Chenonceau. “El castillo de Elena… El castillo de Elena tengo que hacerlo bien…”

Ya en la salida, veo una preciosa paloma blanca sobre un murete. Me está llamando, y voy. Empiezo a fotografiarla, me voy acercando muy despacio, pensando que se irá en cualquier momento, pero no lo hace. Me veo con el objetivo de la cámara casi encima de ella, ya no puedo enfocar. Es la primera vez que me ocurre algo así, me siento llena del amor que el animalito me ha regalado. Adoro a las aves, y ellas parecen percibirlo. Un chico con una cámara, sentado a pocos metros, ha presenciado la escena y está boquiabierto.

Salgo flotando del recinto, sobre nubes que crea mi imaginación, ajenas al tiempo y al espacio. Tantas cosas me llevaría: una taza de porcelana inglesa, que tanto me gusta, decorada con brillantes mariposas de colores… Uno de los extraordinarios centros de rosas frescas que decoran el interior de Chenonceau… Un paseo por el río…



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