sábado, 2 de agosto de 2008

Diario de un viaje por el Valle del Loira (I)

Ligny, lunes 14 de julio de 2008


Hoy es fiesta nacional en Francia, el famoso 14 de julio, la toma de la Bastilla. Llegamos anoche, tras un viaje ameno y divertido. Gran parte la pasé hablando por teléfono, los pies en el parabrisas, la música de Alberto Iglesias de fondo. Franck conducía y Carmen entretenía a los niños, yo era libre para estar donde quisiera.

Hicimos varias paradas, las dos nos reíamos mucho, Franck no parecía muy contento al principio, pero acabó rindiéndose a esa alegría contagiosa. A las 4 nos detuvimos para enviarle reiki a Heleno, el niño portugués con un cáncer cerebral inoperable. Los peques también le enviaron luz. Días después, me dice Bea que ha merecido la pena, que el tumor se ha reducido considerablemente, y van a operarle. Seguiremos enviándole amor incondicional, desde la cercana distancia que nos une. Burbujas de oro ajenas a dimensiones artificiales, el espacio y tiempo no existen.

Fue curiosa la entrada en Francia, lo que quedaba de aduana la última vez que vine, había desaparecido dejando en su lugar un simple puesto de peaje. Aisladas encinas daban paso a los esbeltos pinos de las Landas, que flanquean la carretera en un interminable camino hacia Burdeos. Saetas ordenadas y certeras, que siempre me han producido inquietud. Y van apareciendo álamos, y acacias. Nos vamos acercando a nuestro destino. Poco a poco asoman los robles, nos adentramos en el corazón de l’Auvergne, en la Francia más profunda, donde todo permanece como hace miles de años. El tiempo se ha detenido, y el espacio no es mensurable. Mejor dejarse llevar por el ruido de las hojas sacudidas por el viento, por el olor húmedo de la madera recién cortada, por la postal con la cadena de puys al fondo del valle.
La bienvenida fue gloriosa. Una lluvia de fuego y agua nos recibía en la noche. El cielo salpicaba estrellas de colores sobre nuestras cabezas, con un magnífico Marte presidiendo orgulloso la escena. Libertad, igualdad, fraternidad… Lo más bello del paso del hombre sobre la tierra se conjuga con la Naturaleza más hermosa. El resultado es estremecedor. El espejo del lago devuelve al cielo el luminoso regalo. Tres dragones negros nos ofrecen círculos de fuego en la ribera. La comunión de los elementos nos enseña que todo es posible, el agua acaricia al fuego, el fuego danza sobre el agua…

Y hoy nos sumergimos sin miramientos en el contiguo bosque de robles. Helechos, dedaleras, flor de San Juan… Todo evoca la presencia de Marte. Como el núcleo ferruginoso de la tierra, el núcleo de Francia, el de los primeros pobladores del planeta… también se viste de rojo. Por sus venas circulan el coraje, el valor, el arrojo del hierro. Robles centenarios por doquier, me abrazo a uno que me espera al borde del camino. La sensación es memorable y no veo el momento de partir. Me siento tan segura, tan protegida…
Un fuerte vínculo me ata a su corteza, secretos de siglos grabados sobre su curtida piel. Escucho su latido, que es el mío, es el del mundo. Un poderoso canal de energía, un regalo del cielo que circula por sus venas y me acaricia mientras estoy allí. Adios, siempre te recordaré.

El hipérico salpica de amarillo intenso nuestro paso, las fresas silvestres regalan hierro a nuestro paladar; el fondo del río es rojo, parece un río de sangre… Las bellísimas libélulas negras no se dejan fotografiar, apenas se posan sobre las flores. Silenciosas princesas del agua, con destellos azul turquesa. La lava volcánica, roja esponja petrificada, se esparce por toda la región. Imposible permanecer ajeno a esta influencia. No será casual que Franck se hicera domador del hierro, portador del fuego que lo somete… En medio de un bosque de pinos, escondida bajo agujas y cortezas, me sale al paso una diminuta rana dorada, que desaparece inmediatamente. Es un buen presagio, lo reconozco enseguida. La guardo en mi memoria para cuando la necesite.
Por la tarde subimos al Puy de Dôme. Claude, Issabelle, Didier, Claudine, Sophie, Carmen, Claudia, Maurice, Franck y yo. La altura es considerable, el esfuerzo por alcanzarla, supremo. Parece que el final no llega nunca. Abajo, lejísimos, quedan los coches aparcados, como hormiguitas de colores. Muchos sentimientos se despliegan en una interminable subida. Los recuerdos se funden con un horizonte exultante. Qué privilegio ver respirar a la tierra desde aquí. El anhelo de fusión con el paisaje se confunde con un extraño deseo de saltar al vacío. Amor roto, amor de madre, dolor, ausencia, promesas de nueva vida, amor de hermanos, amor de amigos que no sabían que lo eran hasta ahora, quizás no se vean nunca más; amor inclasificable, buscando su nuevo espacio, con torpeza a veces, con la seguridad de estar firmemente arraigado en nuestros magullados corazones, amor apasionado en la memoria, en la nostalgia; miradas transparentes, que se clavan como flechas en el centro del pecho, miradas cómplices, miradas esquivas que temen dar demasiado y no quieren recibir de aquella moneda; manos que se conocen, que se encuentran, sin vacilar, se sostienen la una a la otra, qué alivio sentirnos así, pero que desgarradora pena nos embarga. Más aún, pues hay que sumarle la pena del otro, que es imposible no percibir…
El esfuerzo ha merecido la pena. No hay en el mundo palabras que puedan describir lo que se ve allá arriba. La naturaleza en su estado más sensual y desbordante, el cielo más azul, la hierba más verde. Los ancianos volcanes con sus acogedores cráteres cubiertos de bosques o de lagos… Clermont-Ferrand y su negra catedral, construida con la oscura piedra de Volvic, fuente de aguas claras y sanadoras. Piedra volcánica, como no; ferruginosa, cómo no.

Parapentes de colores surcan el cielo como mariposas gigantes. Qué bonito, no puedo dejar de hacer fotos, quiero llevarme cada preciosa imagen para siempre conmigo.


Y el templo de Mercurio, regio en la cumbre, permanece ajeno al paso del tiempo. El dios alado merodea por aquí en las noches más mágicas, y se mezcla con los elfos, y danza sobre los vapores del volcán. Una leyenda se esconde debajo de cada piedra, detrás de cada arbusto. Un duende me sale al paso, y me susurra una historia al oído: Dios, enfadado con el diablo y sus demonios, los precipitó al interior de la Tierra, donde estaba el infierno. Pasó el tiempo y la colerá divina se apaciguó. Tras hacer a los hombres, el Creador tuvo piedad del Maligno y le permitió hacer agujeros en la tierra para respirar y ver el cielo. Pero Satán abusó y construyó por todas partes chimeneas por donde los demonios salían a visitar la tierra, y con ellos, las llamas del infierno. Dios se percató a tiempo, e hizo llover agua bendita que apagó el fuego y llenó algunos cráteres. Y así, desde ese día, Auvergne es un país de volcanes, de lagos de agua clara y de fuentes puras…




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sólo GRACIAS, por Ser, por Sentir, por Compartir, por Callar, por Reir, por Llorar, por Amar, por Odiar,por Creer, por Confiar, por Dudar,..., por VIVIR. Doy gracias a la vida por haberte puesto en mi camino. VUELA EN BUSCA DE TU FELICIDAD. Deseo de corazón que la encuentres. ¡¡¡¡VIVE!!!

Eugenia Criado dijo...

Qué hermosas fotografías y qué acogedoras palabras. Gracias por compartir tu diario, ahora sé que la delicadeza de tus dibujos está en la mirada que todo lo toca.
Por este y otros muchos viajes.