lunes, 4 de agosto de 2008

Diario de un viaje por el Valle del Loira (II)

Orleáns, martes 15 de julio de 2008

Estoy muy cansada, pero quiero contar tantas cosas… Acabo de terminar mi sello del día, rotundo Marte que me rige, aunque casi tendría que haber hecho el de Mercurio por la hora que es. Me gusta pintar con mis ceras de colores, reflejar el tono del planeta según me sienta en el momento; y compararlo con el de ayer…

Fuimos al notario esta mañana, una señora muy simpática que nos ofreció multitud de papeles para firmar. Inicial, inicial, inicial, firma, firma… Y van pasando las hojas, y van pasando los minutos… La casa ya es de Franck, me alegro por él, me duele por él, por nosotros, por lo que esto significa.

Cuando nos íbamos, los demás ya en el coche, yo guardando la cámara en el maletero, aparece una señora de ojos brillantes que exclama: “!Quést que vous êtes belle!” Miro a un lado y al otro, y la mujer insiste –“Quién, yoooo?”-pregunto sorprendida. -“Vos cheveux son si jolis…” Le temblaba la mirada y casi me hace llorar. Hablamos un poco, su vida desfiló ante mí con sólo cuatro palabras. Le regalé una sonrisa que guardó en su vacío. Mientras, en el coche no daban crédito… Qué cosas te pasan… Fue un encuentro muy bonito.

Tras un breve viaje a través del silencio, dejamos a los niños y a Franck en casa de Claude, y Carmen y yo emprendemos viaje a Orleáns. No me gustan las despedidas, esta son muchas despedidas. Él con lágrimas en los ojos, no puedo soportarlo. Yo, con mi chaqueta de dura, la que puede con todo, la que no se desmorona y siempre sale a flote, la que puede soportar tanto peso sobre su espalda, la que todo lo cura con una sonrisa… El disfraz apenas se sostiene...

Un inciso: escribo desde el hotel, muy entrada la noche. Estamos en plena batalla contra un ejército de pequeñas cucarachas que nos matan del susto. Vienen volando y cuando las aplasto sueltan un olor insoportable. Entran por la ventana, así que hemos tenido que cerrar a pesar del asfixiante calor… Menos mal que nos tronchamos de la risa cada vez que la otra grita… No sé si vamos a dormir mucho esta noche. Y mañana queremos ir a la misa de Saint Benôit, y oir el gregoriano…

Qué asco, acabo de aplastar otra… Carmen piensa montar guardia toda la noche… Creo que es la última vez que duermo en un Formule 1. Además, eso del baño compartido con media planta no me hace demasiada gracia.

El camino a Orleáns tuvo alguna anécdota divertida, como cuando tras una de las paradas a tomar un té y, cómo no, un roché negro, Carmen pretendió entrar en otra furgoneta parecida a la nuestra y casi nos desternillamos, yo no podía apenas conducir, se me calaba el coche, los dedos llenos de chocolate… Los franceses, que hasta ese momento me habían parecido estatuas de sal, sonreían, arrastrados por un invisible hilo de carcajadas. Todo eran risas y calor.


Orleáns es bonita. Una ciudad blanca de calles ordenadas y limpias, y un alegre ambiente vespertino en el barrio viejo. Allí tomamos un té a la menta con pastelitos árabes, en un garito presidido por un apuesto marroquí, hierático, de mirada impenetrable, que solemne dominaba la situación desde su silla, mientras la solícita camarera nos servía amablemente. Y un gitano español cantaba rumbas de Peret, recorriendo cada establecimiento guitarra en mano, sin perder la sonrisa ni un momento. Al pasar junto a él, se nos echa encima, casi me come, mejor no hablar y hacerse las suecas. Y más risas. Paseando por la Avenida de Juana de Arco, conocimos a un chico que se extrañaba de tanta presencia española; había estado en Madrid, y su padre era de Toledo... En general, la gente acoge con bastante cariño nuestra procedencia…

Ah! Y la comida, que hicimos antes de llegar a Montluçon, de camino aquí, no tuvo desperdicio. Paramos en un parking campestre con mesas de madera, y fuimos a ubicarnos bajo la sombra de dos abedules y un roble, como no podía ser de otra manera. Reencuentro con mi querida Venus. Allí fue a parar un moutton francés y de nuevo nos reímos muchísimo.



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