martes, 12 de agosto de 2008

Diario de un viaje por el Valle del Loira (VI)

Tours,sábado 19 de julio de 2008

Aún estoy sobresaltada. Carmen y yo hemos ido a tirar la basura después de comer un bocata en la habitación, y a la vuelta, 3 individuos han intentado colarse con nosotras en el hotel. Cuando yo trataba de cerrar la puerta, uno de ellos se me echó encima empujándola, he cogido a Carmen y hemos ido corriendo al hotel de al lado. Qué susto. Menos mal que no la dejé bajar sola.

Hemos llegado al hotel agotadas. El cansancio y la tensión acumulados durante la semana, han salido hoy a flote, y apenas podía dar un paso sin dificultad.

Esta mañana desayunamos junto a la catedral, en “Aux délices de Michel Colombe”, una de las mejores patisseries de Francia. Carmen nos ha invitado para celebrar su santo, y hemos tomado un chocolate al modo francés. No se prepara como en España, aquí se hace con agua y es muy líquido y amargo, no lleva harina ni leche. Estaba delicioso. Y para acompañarlo, un macaron au chocolat, un delicado bocado de chocolate que me transporta a mil lugares exóticos al entrar en mi boca. Lo he saboreado despacio, para no perder ninguna sensación, para apreciar cada sutil ingrediente. Me imaginaba a un muy sensible maestro pastelero concibiendo la mágica receta. Los viandantes que pasaban junto a mí me sonreían, debía tener una curiosa expresión, además de chocolate en media cara. Carmen insistió en que comiéramos otro, así que me trajeron une galette sablé au chocolat, más rotunda, pero no menos sabrosa. Eugenia prefirió un bocata de jamón y queso, aunque luego pidió una exquisitez hecha de polvo de almendras (o de estrellas?) con chocolate, que yo me terminé. Vaya regalo de mi amiga, ha sido una experiencia inolvidable.

Flotando en una nube de cacao y canela, nos dirigimos a ver la majestuosa catedral de Saint Gatien. Realmente imponente la fachada principal. El interior, nada comparable a la Santa Cruz de Orleáns. Mucha más luz aquí, más homogeneidad, menos elementos barrocos. Las vidrieras del ábside, muy interesantes. Me llaman la atención las de San Martín de Tours, del que hace poco estuve leyendo historias a raíz de la fiesta del farol que celebramos con los niños al empezar el otoño. He hecho muchas fotos, me gustaría reproducirlas de algún modo, aunque no sé si se apreciarán bien los detalles dada la gran altura que alcanzan. Esta vez no bajo a la cripta. El otro día me mareé, de pronto sentí una náusea muy fuerte y tuve que subir corriendo a la superficie. Había una extraña energía allá abajo, algo que no era muy bueno. Creo que fue en la cripta de Blois.

Eugenia se queda fuera dibujando, como siempre, mientras Carmen y yo paseamos de aquí para allá, fuera y dentro. Los maravillosos arbotantes enmarcan preciosas vistas de las torres sobre un cielo fuertemente azul. Hasta aquí Ahrimán debe disfrutar con sus gárgolas situadas en tan privilegiada posición. Es un edificio realmente bonito, espléndido. Me siento tan bien aquí…

Andamos un rato, las calles empedradas llaman al paseo. Tiendas curiosas, librerías de todo tipo, teterías, jugueterías con muñecos de madera hechos a mano, luthiers, artesanos del vidrio… una tienda con pequeños objetos musicales me cautiva: un llavero de clave de sol, un miniacordeón de bolsillo, broches de piano… otra tienda de instrumentos de viento con saxofones azules y rojos… en una explosión de color que salpica los cuidados escaparates. Me enamoro de un comercio dedicado a la escritura, donde unas originales plumas gritan ‘compramé’. Y muchos libros en blanco, de los que tanto me gustan. Si tuviera dinero, me lo gastaría aquí.

Muchos cafés y bistrots, acogedores y entrañables. Todos tienen algo especial. La ciudad irradia simpatía, sus habitantes son atentos y alegres, parecen disfrutar con lo que hacen y eso me gusta.

La plaza de Plumereau está abarrotada. Parece que desde anoche nada se hubiera movido. Bares y restaurantes atestados, se confunden unas terrazas con otras. La enmarcan preciosas casas antiguas con vigas de madera del siglo XV que rayan las fachadas, y tejados muy inclinados de pizarra negra.

Cogemos el coche para ir a ver algún castillo, de nuevo en la carretera: vamos a Chinon, donde los restos de una antigua fortaleza se elevan en una colina sobre el agua. La ciudad medieval queda abajo, un moderno elevador facilita el trayecto.

Paseamos junto al río, familias de patos cantan su alegría de vivir. Algunos comienzan a mover las alas y palmear las patas, alcanzan gran velocidad y ¡zas! Despegan del agua. Me quedo anonadada mirándolos. El pequeño del grupo intenta el despegue cada vez que uno de sus compañeros alza el vuelo, pero él no lo consigue aún.

Un simpático barquero pasea en su pequeña embarcación a remos. Su labrador negro se sitúa en la popa, indicándole el camino. Parece que en cualquier momento va a saltar sobre los patos, pero permanece en su puesto.
Este río es muy distinto al de Chenonceau. Aquí se esconden las estrellas durante el día, tintineando en la superficie, para subir al cielo por la noche. Aquí el agua es nerviosa, forma remolinos rebeldes junto a los pilares del puente. Las piraguas se divierten surcándolo, y él se entretiene volcándolas y mojando a sus ocupantes. La quietud de aquella apacible lámina de estaño invitaba al paseo, a la búsqueda de vida. El agitado movimiento de estas centelleantes aguas invita al reposo, a tumbarse junto a ellas bajo la sombra de los álamos de la orilla. Desde aquí se contemplan la torre del castillo y la muralla, bajo los cuales se despliega la ciudadela, con sus viejas casitas blancas de tejados negros. En todas partes por donde pasamos, encontramos una calle Juana de Arco. También aquí…

Tras despedirnos de este simpático lugar, tomamos la dirección del castillo de Azay le Rideau, pero no podemos verlo, las visitas ya terminaron y una elevada muralla de piedra y árboles lo ocultan de las miradas externas. Nuestro gozo en un pozo. Propongo saltar la valla por uno de los laterales, no parece difícil, pero dado el cansancio general, incluído el mío, la idea no es muy bien acogida “Eres una delincuente”, me dicen.

De nuevo en la carretera, empieza a entrarme sueño al volante. Valenzay nos pilla de camino a Tours, a ver si lo vemos. Pues no, es una lástima, pues es un palacio precioso. Pero una espesa muralla de vegetación lo oculta a la vista. En el próximo viaje habrá que venir.
Así que retirada al hotel tras un paseo y alguna compra. Mañana nos espera un largísimo viaje y tengo que estar despejada. Voy a hacerme reiki para dormir bien. De nuevo me invade una inmensa felicidad. Siento que me llevo mucho conmigo…


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