miércoles, 6 de agosto de 2008

Diario de un viaje por el Valle del Loira (III)

Blois, miércoles 16 de julio de 2008

Qué sueño tengo esta mañana. El despertador sonó a las 8 y no nos podíamos levantar. El último bicho debió caer a las 3, hemos dejado toda la pared llena de marcas. Desayuno pan, aguacate, un melocotón, un zumo de naranja y unos pistachos. Lista para un nuevo día. Nos vamos a tomar con calma la jornada de hoy, al fin y al cabo estamos de vacaciones. Lo primero será ir la la famosa abadía, tengo muchas ganas de escuchar cantar a los monjes.

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Estamos en un albergue a las afueras de Blois. Queríamos ir a buscar une chocolatière esta noche, pero aquí cierran a las 22,30 y ya es tarde. Habrá que esperar a otro día. Me ha hecho mucha gracia que, estando coloreando el sello de hoy, me fijo en la tapa de la caja de las ceras y veo: ‘Lady Godiva – chocolatier’. He dado un respingo en la silla…

Este es un lugar muy siniestro, digno del mejor Hitchcock. Acabo de ir al baño y casi me muero del susto, hay que salir fuera, y está todo oscuro, y no hay ni un alma. Las estrellas tienen miedo, y las sombras bailan con el viento, al compás de ese escalofriante silbido. Que nada se mueva porque se me saldría el corazón por la boca. ¿Y si hubiera algún monstruo escondido en un tenebroso rincón? Las criaturas de luz duermen, dejando paso a los lóbregos personajes que pueblan las pesadillas.

Y por aquí hay un tipo muy raro que mira fijamente pero no habla, y siempre con una botella en la mano. Se sienta en su silla con un libro delante, yo diría que no pasa página, hace mucho que no pasa página. No mira pero está pendiente de todo, su acechante pensar se clava en mi cuerpo, pegajoso y afilado. No cedo a esta sensación, la conozco bien y lucharé, como tantas veces. La confusión mezcla una cosa y otra, me recuerda que la habitación se queda abierta… negras ideas y recuerdos impenetrables escupe mi cabeza. Temblorosa pero firme me siento en la mesa de al lado, con mi bloc de dibujo, con mi diario, con mis pinturas. Y enseguida estoy feliz, sumergida en mi trabajo.

Qué diferente es todo a la luz del día. Los preciosos cipreses que me asustaban, siguen bailando, suena distinto el aire de la mañana. El tipo solitario de la botella me mira desde su silla, en el comedor oscuro, desde la soledad más impenetrable, suplicando una pizca de amor. Me conmueve, antes de poder pensar en nada una sonrisa se cuelga en mis labios. Él me da las gracias con un destello en la mirada, eterno. La vida es maravillosa.

Esta mañana asistimos a la misa de las 12 en S. Benoît. Fue sobrecogedor el canto de los monjes, aunque me sentí un poco extraña durante la ceremonia. Carmen quiso comulgar, y yo la secundé, tratando quizás de buscar una sensación que a veces se me escapa. No podía ser tan sencillo como eso, el trabajo ha de ser arduo y constante. Me gustó el anciano de larguísima barba blanca y poderosa mirada. Irradiaba algo que sólo él sabía, con naturalidad nos lo regalaba, sólo al mirarle, no, sólo al verle. Me sorprendió tanta juventud entre los novicios. Tanta solemnidad. Y esos hábitos blancos y negros que me transportan a otros tiempos, y me traen agradables recuerdos de la infancia…

La abadía es de una belleza cálida y envolvente. No había visto antes un edificio románico tan colosal. Llama la atención tanta luminosidad, y la alegría que se respira. Una forma totalmente diferente de percibir a Dios que en la catedral de Orleáns, por ejemplo, donde lo divino está mucho más lejos.

He cogido los papelitos con las letras y partituras de las canciones y me los he guardado clandestinamente en el bolsillo, no podía dejar de hacerlo, asi me llevo la música conmigo. Y Carmen ha querido encender una vela de 1 euro en compensación, todo arreglado.

Fuera nos esperan unos tilos de inmensos troncos, los saludamos, los tocamos y jugamos un poco con los helicópteros de papel que se desprenden de las ramas. Un melocotón para engañar al hambre y la sed. Y continuamos ruta hacia Sully sur Loire, hay mucho por ver. Bosques de acacias y algún fresno, un pueblo tras otro, dos sustos con el coche… Y ahí está ¡Qué bonito! El castillo es precioso, el verde del foso frente al intenso azul del cielo, cuánto me gusta la mezcla, y entre ambos una enorme masa de piedra gris. Nadie hubiera podido concebir una combinación de color más bella. Me gustaría tener más tiempo y dibujar un poco, quizás mañana lo haga. Lo rodeamos, paseando por los jardines: patos, palomas con collar de cobre… y unos enormes árboles que no identificamos, me abrazo a uno, me gusta pero no es aquel roble…

De nuevo en la carretera, estoy un poco harta y de no muy buen humor. Tras una parada en Meung sur Loire para pasear por sus callejones sin salida y visitar el castillo de las dos caras, continuamos hacia Beaugency, donde buscamos una sombra para comer. El cansancio empieza a morder junto al calor. No me siento del todo bien, tengo ganas de llorar, y me voy al coche a tumbarme un rato. Estamos muy cansadas, apenas dormimos esta noche, y son demasiadas emociones en muy poco tiempo. Y empezamos a acusar la falta de espacio propio. Entonces recibo un mensaje de Eugenia, mañana la recogemos en la Gare de Blois a las 15,30 h. Viene de Chartres a continuar viaje con nosotras…

Esta mañana, durante la misa de los benedictinos, tuve una visión: los monjes cantaban, y yo comenzaba a elevarme, tenía un vestido medieval, largo, que flotaba vaporoso… mi cuerpo giraba despacio en espiral ascendente, el cabello ensortijado recorría mi cuerpo, mis brazos caían lánguidos. Subía, subía, pero… ¡Zas! Él, surgiendo de la nada, se abrazó a mi cintura, sentí un amor tan inmenso que ya no tenía ganas de ir hacia arriba, y descendí despacio, me quedé en el hueco que me hicieron sus brazos… Fue tan bonita la sensación…

Beaugency es un pueblo medieval muy bello. Muy cuidado y acogedor. Decidimos pasar allí la tarde, sin prisas. Mis piernas agradecen poder caminar un poco. Es el pueblo de las flores, qué increíble sentido del color tienen estas gentes para combinar las plantas de esta manera. No puedo dejar de fijarme en cada maceta, mis ojos están atrapados por esa vibrante sensación. Rojo, rosa, violeta y blanco con un toque verde… Morado, fuxia y una pizca de amarillo… Estoy extasiada… La piedra blanca de las casas me gusta. Todos los edificios de la región se visten con ella.

Buscamos la dichosa chocolatière, hoy es el santo de Carmen y me quiere invitar, pero parece que aquí no hay ninguna.

De camino a Blois, donde hemos reservado albergue, paramos en el grandioso Chambord. Qué magnificiencia, qué derroche de todo. Da vértigo mirarlo. Se asoma la idea de porqué los guillotinaron a todos, no me extraña nada viendo esto. A pesar de ello, el edificio es magnífico, exuberante y muy bello. Por la noche hay un espectáculo de luz que quizá veamos mañana…

Llegamos al albergue y nos recibe la bruja de Hansel y Gretel. Me echa la bronca por aparcar junto a sus flores, por no llamar a la puerta… Estuvimos a punto de salir corriendo, pero aquí estamos. Me voy a dormir, han apagado las luces hace rato. Hay una única habitación para chicas con muchas literas, y otra para chicos. Dormiremos con nuestro saco y las maletas se quedarán en el coche. Mañana buscaremos un hotel…


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